Lisandro Alonso estrena 'Eureka': "Quiero que mis hijos se vayan de Argentina, pero no a Europa"
El director regresa con una exploración de la vida de las comunidades indígenas en Estados Unidos y Latinoamérica, en la que participa Viggo Mortensen.
13 junio, 2024 01:44Dice Lisandro Alonso (Buenos Aires, 1975) que prefiere echarse al monte “con una motosierra a construirle una caseta al perro” que hacer una película sin sustancia para plataformas.
Insobornable, en Eureka nos cuenta con poesía dos historias contemporáneas: la primera, localizada en una reserva indígena de Dakota del Sur; la segunda, en la comunidad de los chatinos en México. Y, además, como apertura y contrapunto, nos regala quince minutos de wéstern clásico con Viggo Mortensen y Chiara Mastroianni.
Si en Jauja (2014), también con Mortensen, ya exploraba el legado del colonialismo europeo en Latinoamérica, aquí su visión resulta aún más cruda, sobre todo en esa reserva indígena de EE. UU. azotada por una inmensa pobreza, por la delincuencia y por los problemas con las drogas.
Pregunta. ¿Por qué decidió retratar a la reserva indígena de Dakota del Sur?
Respuesta. Es una comunidad de unas 40.000 personas y la administración estadounidense está esperando a que todos se mueran de frío cuanto antes para pasar página. No solucionan esa mancha negra que está en el núcleo de su cultura, porque eran los habitantes de esa tierra. Podrían haber intentado incluirlos en su sociedad, darles solidez emocional, afectiva, educacional… Creo que lo habrían logrado en menos de 30 años.
»Entonces, ¿qué puede esperar del Primer Mundo un latinoamericano del Tercer Mundo? En mi país y en los de mi entorno, cientos de miles de personas quieren emigrar a EE. UU. Muchos de los que lo han intentado han muerto por el camino. Pero, ¿es realmente el mejor lugar para nosotros? Creo que nunca vamos a estar mejor que en nuestra propia comunidad. Es cierto que yo quiero que mis hijos se vayan de Argentina, porque es un país imposible, pero no a Europa, puede ser a Chile, Bolivia, Paraguay...
P. ¿Por qué no concluye ninguna de las tres historias?
R. Lo que menos me interesa del cine es contar historias. No tengo la sensibilidad para hacerlo y ni siquiera en el guion le pongo especial ahínco. No busco la perfección en el giro dramático o en el gesto. Me dejo llevar una vez que elijo a las personas que se parecen al personaje, y no doy muchas indicaciones. Me enamoro de ellos y disfruto escuchándolos hablar, viendo como juegan… Luego, las conexiones las hace el espectador a través del montaje o del uso del tiempo. En mis películas puedes pensar sobre lo que estás viendo, sobre qué valor tiene. No es cine para todo el mundo, pero a mí me seduce más.
P. ¿La crudeza adquiere otro matiz mediante la poesía?
R. Quería trazar un paralelismo entre las formas de vivir de los indios en EE. UU. y en Latinoamérica. La excusa me la proporcionó un ave relacionada con la mística de los indios de Dakota. Me daba la posibilidad de volar y observar cómo amanece una comunidad que vive en la selva.
»Veo el cine como si fuera una pintura en la que pueden verse diferentes elementos: figurativos, abstractos, colores, líneas, perspectivas, acentos…. Pero es el espectador el que tiene que hacer las conexiones que sugiere el artista visual. Hay otros autores con una visión parecida, como Albert Serra, Apichatpong Weerasethakul, Miguel Gomes o Pedro Costa.
P. ¿De qué anera ejerce el wéstern como contrapunto a la dureza de la colonización?
R. Nos llevamos a Viggo Mortensen y Chiara Mastroianni a Almería, donde se han filmado miles de spaghetti western para el entretenimiento de las masas. Es un género que sirvió para hacer dinero e invadir culturalmente el mundo, pero no forma parte de las comunidades indígenas. El “indio” aparece para representar al malo, al oscuro, al terror… Es un peligro, un misterio, un conflicto. Por eso, en la película, el género funciona como una farsa y choca con el tiempo presente: los nativos de Dakota lo usan como una radio de fondo, pero no se ven reflejados ni identificados.
»El wéstern es como las propuestas actuales de las plataformas o como los blockbusters, de los que aprendemos y nos nutrimos poco. Es un mero entretenimiento que no sirve para entender mejor qué significó ese tiempo o ese espacio. En realidad, los conflictos quizá tenían más que ver con la posesión del agua o la comida que con quién desenfundaba primero el revólver. Es un género que yo disfruto, es de lo mejor que ha hecho en la industria del cine, pero es muy caprichoso, no se aprende nada como ciudadano y tiene una deuda enorme con las comunidades indígenas.
Un demente
P. Como argentino, ¿qué opina del fenómeno Milei?
R. Insulta de manera habitual para generar titulares y elogios de unos cuantos. Creo que el 56 % de los argentinos no votó a su favor, sino que votó en contra de otro partido político que venía de varias generaciones de corrupción y mala gestión. Nadie quiso a un presidente que quiere cerrar la cultura, los hospitales y las universidades.
»Prometió que iba a terminar con la casta política que venía manejando el país de muy mala manera en los últimos cuarenta años y la gente se encontró con un tipo que es un demente. De aquí a fin de año van a comenzar a morir los abuelos porque no pueden comprar medicamentos. Tenemos los políticos que nos merecemos, seguro. Si hay que pasar por este tipo de gestión para aprender algo será un mal necesario, pero a qué costo. Porque va a ser duro.