'Aún estoy aquí': la consagración del cineasta que ha esculpido la memoria revolucionaria de Latinoamérica

En el caso de Latinoamérica, es una obviedad que el trauma provocado por las dictaduras militares del último tercio del siglo XX sigue muy vivo, y que, en consecuencia, los cineastas de diferentes generaciones continúan hurgando en la herida tanto desde la memoria directa como desde el rol de herederos de la injusticia.

En los últimos años, este impulso testimonial ha aflorado en una ficción popular como Argentina, 1985 (Santiago Mitre, 2022), con Ricardo Darín encarnando a un emblema de la batalla contra el militarismo, pero también en los magníficos documentales El silencio es un cuerpo que cae (2017) de la argentina Agustina Comedi y La memoria infinita (2023) de la chilena Maite Alberdi, obras que salvaguardan tanto el dolor provocado por la represión como el espíritu de lucha por la libertad.

En este contexto fílmico de raíz continental y alcance global, Aún estoy aquí, la nueva película del brasileño Walter Salles, emerge como una obra paradigmática por su aliento personal, su vocación emocional y su espíritu de denuncia.

El filme no se presenta como un relato autobiográfico, ya que el cineasta brasileño –que no estrenaba un largometraje de ficción desde su adaptación de En la carretera (2012)– centra su mirada en la desgarradora odisea de la familia Paiva, que a principios de la década de 1970 vio como el patriarca del clan, el excongresista Rubens Paiva (Selton Mello), era apresado por las fuerzas del gobierno militar presidido por Emilio Garrastazu Médici.

Sin embargo, cabe destacar que Salles conoció a los Paiva durante su niñez, hecho que explica el aura de genuina familiaridad que emana de las mejores escenas de la película, aquellas en las que la cámara captura la agitación y el alborozo que imperan en un hogar habitado por un clan con cinco hijos.

En su celebración de una armonía familiar en la que subyacen ciertas tensiones sociales –evidenciadas por el activismo clandestino del padre–, Aún estoy aquí invoca el recuerdo de Roma (2018), la película en la que Alfonso Cuarón diseccionó las luces y sombras de su infancia construyendo una palpitante cápsula del tiempo.

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El interés de Salles por explorar las dinámicas domésticas de los Paiva no se ve interrumpido por el advenimiento del drama. De hecho, la presencia de unos agentes sin uniforme que se instalan durante horas en la casa familiar es filmada por el director de Línea de pase (2008) con dosis equivalentes de distancia y detallismo.

La irrupción de las fuerzas represoras tensiona el ambiente hasta límites asfixiantes, pero la figura de la madre del clan, Eunice (Fernanda Torres), se impone como un bálsamo de calma y ponderación. A partir de este momento, será ella quien tome las riendas de una película que explora, desde el más riguroso intimismo, el vacío abismal que abrió en la sociedad brasileña, y en el conjunto del continente sudamericano, el drama de los desaparecidos.

Cabría señalar que la apuesta fílmica de Salles, colmada de emoción, respeto y resonancias contemporáneas –no es difícil leer, entre líneas, una crítica al autoritarismo promovido por el bolsonarismo–, vibra de un modo efectivo, pese a no ofrecer nada particularmente novedoso. Basta recordar, por ejemplo, un título emblemático del cine político como Missing (Desaparecido) (1982) del franco-griego Costa-Gavras, en la que un inolvidable Jack Lemmon sintetizó el calvario en el que la dictadura de Augusto Pinochet sumió a centenares de familias de detenidos desaparecidos.

Con Aún estoy aquí, Salles ya ha conquistado al jurado del Festival de Venecia, que otorgó a la película el premio al mejor guion –escrito a cuatro manos por Murilo Hauser y Heitor Lorega, a partir de las memorias de Marcelo Rubens Paiva–, y a la Academia de Hollywood, que ha distinguido al filme con tres nominaciones a los Oscar, en las categorías de película, película internacional y actriz.

El elenco de 'Aún estoy aquí'

Se trata de la consagración definitiva de un cineasta que ha esculpido en imágenes la memoria revolucionaria de Latinoamérica –en Diarios de motocicleta (2004), sobre la juventud del "Che" Guevara– y la dignidad de los desheredados de su nación, en Estación central de Brasil (1998), la película que cimentó su condición autoral y que le valió una nominación al Oscar a su protagonista, Fernanda Montenegro.

Tres décadas después de aquel hito para el cine brasileño, es la hija de Montenegro, Fernanda Torres, la que saborea las mieles de la gloria fílmica –ya ha ganado un Globo de Oro– gracias a su magnífica interpretación de Eunice Paiva. De hecho, es la capacidad de Torres para infundir a su personaje una entereza infranqueable, a medio camino entre la resistencia estoica y la rebeldía indómita, la que eleva el listón expresivo de Aún estoy aquí, una película que se aferra a las convenciones de la narrativa cinematográfica para componer su doliente estudio de aquello que queda después de una terrible desaparición.