
Sam Peckinpah y William Holden, durante el rodaje de 'Grupo salvaje'
Sam Peckinpah a los 100 años: el violento Oeste de los perdedores
El cineasta californiano transformó el wéstern poniendo en el centro, con sangre a espuertas y cámara lenta, una violencia que proyectó su leyenda.
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“Yo soy un hombre malo”. Eso le dijo Sam Peckinpah a Gonzalo Suárez. Se hicieron amigos en 1970 cuando presentaron La balada de Cable Hogue y Aoom, respectivamente, en el Festival de San Sebastián. Se vieron más veces y juntos escribieron un guion a partir de Operación Doble Dos (1974), una de las novelas más singulares del asturiano.
“Era un hombre muy perdido”, llegó a escribir Suárez. Podemos leer líneas memorables sobre su relación y sobre la explosiva –y también dulce– personalidad de Peckinpah, alcohólico y cocainómano, en dos libros de Suárez: Gorila en Hollywood (1980) y El hombre que soñaba demasiado (2005).
David Samuel Peckinpah (Fresno, California, 21 de febrero de 1925-Inglewood, California, 28 de diciembre de 1984) dirigió 15 largometrajes en 23 años. No está mal para un tipo tan inestable y conflictivo. Ocho de ellos fueron wésterns y forjaron su etiqueta esencial como transformador del género: Compañeros mortales (1961), Duelo en la alta sierra (1962), Mayor Dundee (1964), Gloriosos camaradas (1965), Grupo salvaje (1969, su obra maestra), La balada de Cable Hogue (1970), Junior Bonner (1972, sobre el mundo del rodeo, más que un wéstern) y Pat Garrett y Billy the Kid (1973).

'Duelo en la Alta Sierra' (1962)
Como marca distintiva de la casa, estas películas tienen como protagonistas a perdedores, antihéroes o marginales que, en un tramo crepuscular de sus vidas o de una época, afrontan su derrota final. A veces con épica, pero desprovista de gloria. Y con una dignidad muy personal.
Esta sustancia temática determina tanto la moral de Peckinpah como sus ingredientes formales que podríamos calificar como de “línea sucia”. Superando antecedentes como los de su maestro Donald Siegel o Sam Fuller, y con un estilo carente del tono coreográfico y solemne de Sergio Leone –y sus wésterns con Clint Eastwood–, Peckinpah se decanta y fija su tópico como el cineasta más violento del último tercio del siglo XX.
Su violencia, con sangre a espuertas y con un aroma nihilista, se extiende a otras películas fuera del wéstern: al drama rural de suspense Perros de paja (1971), al filme noir La huida (1972) o a la película bélica pacifista La Cruz de Hierro (1976).
La ineludible alusión a su uso abundante de la cámara lenta para potenciar visualmente la violencia ha hecho olvidar un rasgo decisivo de sus puestas en escena: el empleo del montaje analítico, esto es, la concatenación de numerosos planos de corta duración que dan tensión y dimensión a muchas de sus secuencias.

'La balada de Cable Hoge' (1970)
Y todo esto, a su vez, ha relegado a la sombra la capacidad dramatúrgica de sus guiones para ahondar en el perfil psicológico y en las relaciones de intimidad –amistad/enfrentamiento– que se establecen entre sus personajes, aspecto nuclear de la peculiar poética y ética que el cine de Peckinpah contiene y que, ante el ruido y la furia, puede pasar desapercibido.
Hijo de un abogado bien situado, el díscolo adolescente y exmarine en China durante la Segunda Guerra Mundial –no disparó un tiro–, tras eludir estudiar Derecho, tuvo a bien estudiar teatro y poesía en la Universidad del Sur de California.
Pero su verdadera escuela fue la televisión, en la que estuvo embarcado en los 50 con incesante actividad como guionista, realizador de episodios e, incluso, creador de series, varias de ellas importantes y del Oeste como The Westerner. La actriz Maureen O’Hara (El hombre tranquilo, John Ford, 1952) se quejó de que, cuando la dirigió en Compañeros mortales, su primera película, Peckinpah no tenía ni idea de rodar. Peckinpah estaba en todo –menos en la afición al trago– en las antípodas de Ford, pero oficio, gracias a la televisión, tenía que tener.
En realidad, Sam Peckinpah perteneció a la Generación de la Televisión. Hizo sus primeras armas en ella y era de la misma quinta, más o menos, de Sidney Lumet, Robert Mulligan, Robert Altman y Arthur Penn. Su diferenciada personalidad como autor de wésterns le ha sacado de esa caja clasificatoria. Por cierto, los empollones recuerdan que Penn, dos años antes de Grupo salvaje, ya usó con mucha intención la cámara lenta en la muerte de la pareja de atracadores de Bonnie and Clyde (1967).

En los años de la televisión, Peckinpah encontró protección y magisterio en el también violento Donald Siegel –recuérdense sus películas sobre el policía Harry Callahan, alias “El Sucio”–, quien le tuvo como entrenador de diálogos en cinco filmes. Entre ellos, en esa cumbre de la ciencia ficción que es La invasión de los ladrones de cuerpos (1956).
Podemos ver a Peckinpah en esa película como Charlie, el sospechoso operario del gas –gorra, uniforme, bigotito– que se introduce en el sótano de la casa de los protagonistas. También sale al final entre la turba de “clonados” vociferantes que les persiguen.
Peckinpah aparece en los créditos detrás de la actriz Marie Selland, su primera mujer y madre de cuatro de sus cinco hijos. Peckinpah estuvo casado dos veces más, según se cuente, porque con su segunda mujer, la actriz mexicana Begoña Palacios –sale en Mayor Dundee–, tuvo dos bodas y dos divorcios.
Se pasaba de tiempo y presupuesto en los rodajes, sus montajes tenían una duración excesiva o no complacían a sus productores, tenía incidentes con los equipos, se ponía malo por sus excesos y se quedaba enfermo en el hotel o en su caravana… Peckinpah tuvo severos problemas en muchas de sus películas.

Dustin Hoffman en 'Perros de paja'
Hay una foto del rodaje de Pat Garrett y Billy the Kid en la que se ve a James Coburn abriendo paso a una camilla en la que Peckinpah va tumbado y conectado a un gotero… Pero no es suero lo que recibe en vena, sino el contenido de una botella de güisqui. Esa broma da idea de cómo empeoró su alcoholismo, muy agravado después por su adicción a la cocaína.
Sin embargo, con pausas, sí, Peckinpah encontró productores vez tras vez. Y no sólo eso, muchos actores repitieron con él: Steve McQueen, Kris Kristofferson, Ali MacGraw, el mismo James Coburn… Algo especial, además de talento, tendría.
A Gonzalo Suárez le dijo también: “Me han matado muchas veces y no me he muerto ninguna”. Vivió sus últimos años en un hotel y murió de insuficiencia cardíaca, muy deteriorado, a los 59 años. Estaba escribiendo un nuevo guión.