Image: Una Rusalka de ‘oficio' en La Rambla

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Escenarios

Una Rusalka de ‘oficio' en La Rambla

21 diciembre, 2012 01:00

La soprano finlandesa Camilla Nylund, como Rusalka. Foto: Karl Foster.

El Liceo de Barcelona reescribe el universo simbolista de Dvorák con un atrevido montaje de Stefan Herheim que convierte a Rusalka en prostituta. Desde mañana, Camilla Nylund y Klaus Florian Vogt encabezan un reparto de lujo.

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  • No es Rusalka de Dvorák, estrenada en 1901, obra precisamente frecuentada en nuestro país. El Teatro Real de Madrid la presentó en 1924. Volvería a la capital en 1975 de la mano del Nacional de Praga, institución que la estrenó. La historia del ser sobrenatural que abandona su ámbito para entregarse al amor de un humano, con un desenlace doloroso, ha sido tratada por diversos autores de ballet y ópera: Dargomijski, Adam, Puccini, Catalani... y Dvorák. La ópera trata el mundo legendario de las ninfas, tan caro al romanticismo musical. La joven ondina, prendada de un príncipe, adquiere forma humana. Su decisión desembocará también en tragedia, que es vestida, no sin indisimuladas influencias wagnerianas, con un lenguaje armónicamente sensual pero expresivamente diáfano, en el que juegan elementos populares de la tierra y en el que resplandece la vena melódica y la rica paleta colorista del autor.

    Pocas arias del romanticismo tardío tan evocadoras y sensuales como la que entona la protagonista en el primer acto cuando confía su amor por el príncipe a la luna. Ese Mesícku na nebi hlubokém, un canto nocturno de una penetración y de una belleza extraordinarias, caballo de batalla de multitud de sopranos líricas, marca uno de los puntos fuertes de la partitura, en la que se ligan recitativos, ariosos, conjuntos variados e intervenciones corales en un continuum ejemplar y cautivador. Muchos han querido reconocer en ella parentescos con el impresionismo y aún premoniciones del expresionismo, aunque esto quizá resulta exagerado.

    Esta posible relación casa con la visión que de la obra tiene el noruego Stefan Herheim, regista muy cotizado tras su exitoso Parsifal en el Festival de Bayreuth y que es sin duda uno de los artistas más imaginativos hoy en circulación, capaz siempre de meter el bisturí a cualquier trama operística y bucear en sus entretelas. Es muy dado a tejer una compleja maraña en torno a personajes y psicologías y de enriquecer la escena con un barroquismo a veces difícil de entender. Tiene aquí ancho campo para aplicar su desbordante inventiva.

    Bajos fondos

    El planteamiento de esta coproducción del Liceo con los Teatros de La Monnaie de Bruselas y de Graz es radicalmente ajeno a la historia original, escrita por Jaroslav Kvapil a partir de dos argumentos diferentes, el de La sirenita de Andersen y el de La campana sumergida de Hauptmann, y en los que el componente mágico y sobrenatural se sitúa en primer lugar y en donde el amor con mayúsculas, el sacrificio, el dolor, la pasión y la muerte se dan la mano muy hermosamente. Herheim sitúa la acción en el siglo XX en un barrio bajo de una ciudad inglesa de provincias. Rusalka es una prostituta, el príncipe un soldado y Vodnik, el Espíritu del Agua, es transformado en un ser posesivo; aunque el director intenta mantener la dualidad entre la realidad y la fantasía con constantes alusiones al agua.

    La parte de la protagonista está encomendada a la soprano finlandesa Camilla Nylund, cantante sobria y musical. Le da la réplica Klaus Florian Vogt, triunfador hace poco en Lohengrin, con las huestes de Bayreuth, voz lírica que se ajusta a las demandas melódicas de la partitura. El excelente reparto se completa en sus partes principales con Günther Groissböck, Ildiko Komlosi y Emily Magee. El director musical es el competente Andrew Davis, muy afín a esta música.