Image: Silvia Marsó es la nueva Yerma

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Escenarios

Silvia Marsó es la nueva Yerma

11 enero, 2013 01:00

Silvia Marsó en plena interpretación de Yerma. Foto: Luis Malibrán.

Miguel Narros vuelve sobre Yerma, de García Lorca, y lo hace con Silvia Marsó encarnando al trágico personaje que muestra la dura realidad de la España del poeta granadino. Como Margarita Xirgu o Nuria Espert, la actriz tiene el desafío de conectar el personaje con la sociedad que le ha tocado vivir. Será desde hoy en el Teatro María Guerrero.

Silvia Marsó, la intrépida Silvia Marsó, llega al María Guerrero abducida por Yerma, un personaje trágico: la falta de hijos, la esterilidad como estigma. La fecundidad demonizada por la esterilidad. Cumple así Marsó dos viejos sueños: trabajar con Miguel Narros y dar vida a un personaje legendario de Federico. Hace catorce años que no hace un Lorca, y eso le parece ya una eternidad; lorquiana soy y a Federico adoro. Recobrar el personaje más trágico, dentro de su inmensa tragicidad, del poeta asesinado, y de la mano de su admirado Miguel Narros, es por lo tanto una doble resurrección. Yerma es uno de los textos más leídos y menos representados. Margarita Xirgu la estrenó en 1934: la Xirgu, actriz fetiche de García Lorca. Antes había hecho Mariana Pineda, Doña Rosita la soltera o el lenguaje de las flores. Y en 1945 en el exilio argentino de Buenos Aires, La casa de Bernarda Alba; homenaje póstumo a su amigo. Su dolorosa condición de exiliada le permitió a Margarita Xirgu decir: "Los griegos eran muy sabios, en vez de matar condenaban al exilio". Sabios en la crueldad, se supone.

Esto de una actriz fetiche, para un director, ha dado muy buenos resultados en la historia del teatro. Víctor García y Nuria Espert, que hicieron una célebre y conflictiva Yerma, por ejemplo. O Mario Gas y Vicky Peña. O Pérez de la Fuente y María Jesús Valdés. Con frecuencia es una relación caníbal, un salpicar de lágrimas y sangre como deja muy claro Nuria Espert en sus recuerdos generosos, más de afecto que de reproche al genio joven y maldito de Víctor García; pero da buen resultado. El director que tenga suficiente autoridad y poder para elegir su actriz fetiche tiene medio camino andado. Nuria Espert dio una especial relevancia a Yerma para los españoles de la posguerra. Pasó un calvario con Víctor García. Yerma por poco la aniquila aunque la consagró mundialmente para los restos. Igual que al genio argentino, dipsómano y atormentado. Aún pervive en la memoria de los buenos aficionados al teatro este montaje tras el de Las criadas, de Nuria Espert y Víctor García, muerto antes de tiempo maltratado por la crítica y la censura españolas del tardofranquismo. Madrid, 1971: público fervoroso y policía vigilante. Y la lona, aquella inmensa lona en plano inclinado, como una cama elástica por la que los intérpretes deambulaban en precario equilibrio.

Piedra de toque para una actriz

Para Silvia Marsó todo esto no cuenta como referencia actoral, pese al respeto inmenso que tiene por la Espert y por la Xirgu. No le preocupan los antecedentes, sino el sentido histórico de una casada sin hijos; el duro destino de la mujer en la historia de España. La gente joven desconoce la verdadera sustancia escénica de esta obra que siempre ha sido una piedra de toque para una actriz. Silvia Marsó ha ido asolerándose como intérprete, sobre todo a raíz de Aquí no paga nadie, de Darío Fo y Franca Rame. Estábamos acostumbrados a una Marsó luminosa y grácil y en la obra de Fo apareció una mujer desgarrada, sin brillos glamurosos; una actriz que andaba más cerca del desgarro de Ana Magnani que de la elegante fragilidad de la propia Silvia.

El objetivo de Silvia Marsó es que la gente de ahora compruebe, a través de una mujer muy de estos días, la temperatura de este personaje de antes de la guerra; momento en que Lorca señalaba las lacras más infames del campesinado y de la sociedad española en general. Hoy no estamos en una sociedad rural, estamos en una sociedad urbanita y televisiva. Quizá, la moral restrictiva no ha cambiado mucho; el papel ancilar de la mujer, aunque con menos conflicto de sexo y libertad, está ahí. Yerma es una obra bipolar; o si se quiere ciclotímica que pasa de un naturalismo abrupto a un temblor lírico sublime. A tenor de cómo cuentan los periódicos la gira por provincias, Narros le ha cogido el pulso a esta tragedia, pesadilla y sueño. Una mujer culpabilizada e infecunda por la esterilidad del marido: una metáfora de la inocencia culpable.