A la memoria de Camus y Guillén
E. Arias, J. Serrano, C. Guillén Cuervo, S. A. Singer, A. Fresno, J. Reguilón y L. Grube. Foto: David Ruano.
'El malentendido' de Camus llega el martes al Valle-Inclán en el año de su centenario. Será también un homenaje póstumo al recientemente desaparecido Fernando Guillén. Con un reparto encabezado por su hija Cayetana, la versión de Yolanda Pallín estará dirigida por Eduardo Vasco.
Semanas antes de la entrada de los aliados en París, en 1944, Camus estrenó El malentendido, recibido con grescas y pateos por el público y prensa colaboracionista. Sólo se salvó la actriz María Casares que, contra la hostilidad reventadora, se alzó como heroína de la noche. El ambiente envenenado del estreno no le impidió a Camus, que siempre fue un defensor de la España republicana y se opuso al ingreso en la Unesco de la España franquista, reconocer el fracaso tiempo después: "El malentendido ha sido rechazada por la mayoría del público. Eso se llama fracaso". A Sartre y Simone de Beauvoir les pareció inferior a Calígula, pero apoyaron al todavía amigo y ridiculizaban a los periodistas: "De un día a otro serán expulsados de la prensa, de Francia y del futuro", dirían.
El malentendido llega el martes al Teatro Valle-Inclán (Centro Dramático Nacional) impulsado por Cayetana Guillén Cuervo y con el soporte de un equipo irreprochable. Cayetana ha demostrado su perspicacia empresarial y sus ambiciones de actriz. La borrascosa noche del estreno en París, María Casares no sólo sobrevivió sino que salió coronada por el papel de Martha. Luego está Eduardo Vasco, un manierista impecable, casi siempre. Y Julieta Serrano. Y como adaptadora, Yolanda Pallín. Es una lástima que una autora del talento de la Pallín se haya centrado en versiones para los teatros públicos. Da idea de cómo anda el teatro español con los autores españoles. Pallín ha encontrado el paraguas de las versiones, lo cual para ella es un mal menor y para los directores una garantía. Sería de justicia recuperarla cuanto antes como autora en los escenarios.
A Albert Camus se le adscribe al teatro del absurdo, como a Sartre. Mejor podría hablarse de existencialismo, o de un absurdo metafísico, en el cual el hombre no logra descifrar el destino de su existencia. Su lenguaje dista mucho del lenguaje descoyuntado de Ionesco o Beckett, una dialéctica rota que ni puede ni quiere decir nada. La estructura y el pensamiento del teatro de Camus (Los justos, El estado de sitio) es el de sus novelas. En El extranjero, Mersault mata sin motivo aparente, trastornado por el calor. En La peste, uno de los personajes, como Iván en Los hermanos Karamazov, reniega de un Dios que permite la tortura de los niños: el absurdo filosófico.