Image: A la memoria de Camus y Guillén

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Escenarios

A la memoria de Camus y Guillén

25 enero, 2013 01:00

E. Arias, J. Serrano, C. Guillén Cuervo, S. A. Singer, A. Fresno, J. Reguilón y L. Grube. Foto: David Ruano.

'El malentendido' de Camus llega el martes al Valle-Inclán en el año de su centenario. Será también un homenaje póstumo al recientemente desaparecido Fernando Guillén. Con un reparto encabezado por su hija Cayetana, la versión de Yolanda Pallín estará dirigida por Eduardo Vasco.

Hace bastantes años, la izquierda intelectual se dividió por la ruptura, de amistad y de pensamiento, entre Albert Camus y Jean Paul Sartre. Hoy día, cuando izquierda se confunde con frivolidad progre y progresía es un oportunismo sin definición, ese desgarro no existe. Aprovechando la venida a España de El malentendido, no estaría de más reabrir aquel áspero debate; lo mismo que, de vez en cuando, debíamos retomar la polémica de posibilismo e imposibilismo entre Buero y Alfonso Sastre. Pero el actual momento de perversa desideologización no parece el más adecuado. La idea de compromiso es una palabra maldita y desterrada. Cuando la ruptura, a raíz de la publicación de El hombre rebelde en 1951, el compromiso de Sartre apuntalaba a una URSS degenerada por el totalitarismo estalinista, ya sin rastros de la Revolución de Octubre. Camus levantó bandera de rebeldía, como lo hizo también contra el aplastamiento soviético de Hungría. Y Les temps moderns, la revista del pensamiento sartriano, destrozó el libro. El cruce de reproches entre Camus y Sartre fue impiadoso y cruel. Éste llegó a acusarle de traicionarse a sí mismo y de no haber leído nunca a Marx. Antes Camus, argelino y de sangre española, había sido un activista de la Resistencia en la Francia ocupada y dirigiendo Combat, periódico clandestino hasta la liberación. Aunque le acusaron de desentenderse de la clase obrera, siempre fue fiel a uno de sus lemas preferidos: "No admitimos más aristocracia que la del trabajo y la inteligencia".

Semanas antes de la entrada de los aliados en París, en 1944, Camus estrenó El malentendido, recibido con grescas y pateos por el público y prensa colaboracionista. Sólo se salvó la actriz María Casares que, contra la hostilidad reventadora, se alzó como heroína de la noche. El ambiente envenenado del estreno no le impidió a Camus, que siempre fue un defensor de la España republicana y se opuso al ingreso en la Unesco de la España franquista, reconocer el fracaso tiempo después: "El malentendido ha sido rechazada por la mayoría del público. Eso se llama fracaso". A Sartre y Simone de Beauvoir les pareció inferior a Calígula, pero apoyaron al todavía amigo y ridiculizaban a los periodistas: "De un día a otro serán expulsados de la prensa, de Francia y del futuro", dirían.

El malentendido llega el martes al Teatro Valle-Inclán (Centro Dramático Nacional) impulsado por Cayetana Guillén Cuervo y con el soporte de un equipo irreprochable. Cayetana ha demostrado su perspicacia empresarial y sus ambiciones de actriz. La borrascosa noche del estreno en París, María Casares no sólo sobrevivió sino que salió coronada por el papel de Martha. Luego está Eduardo Vasco, un manierista impecable, casi siempre. Y Julieta Serrano. Y como adaptadora, Yolanda Pallín. Es una lástima que una autora del talento de la Pallín se haya centrado en versiones para los teatros públicos. Da idea de cómo anda el teatro español con los autores españoles. Pallín ha encontrado el paraguas de las versiones, lo cual para ella es un mal menor y para los directores una garantía. Sería de justicia recuperarla cuanto antes como autora en los escenarios.

A Albert Camus se le adscribe al teatro del absurdo, como a Sartre. Mejor podría hablarse de existencialismo, o de un absurdo metafísico, en el cual el hombre no logra descifrar el destino de su existencia. Su lenguaje dista mucho del lenguaje descoyuntado de Ionesco o Beckett, una dialéctica rota que ni puede ni quiere decir nada. La estructura y el pensamiento del teatro de Camus (Los justos, El estado de sitio) es el de sus novelas. En El extranjero, Mersault mata sin motivo aparente, trastornado por el calor. En La peste, uno de los personajes, como Iván en Los hermanos Karamazov, reniega de un Dios que permite la tortura de los niños: el absurdo filosófico.

No existe patria ni paz

En El malentendido también se mata por una inexplicable ocultación de personalidad: la muerte es una costumbre trivial, un destino. "No existe patria ni paz, ni en la vida ni en la muerte", dice la hermana de Jan. "Nada es comparable con la injusticia del mundo", proclama. La madre confirmará con una acción definitiva ese destino irreparable. Y Calígula, en la obra del mismo nombre, confiesa su derrota: "Los hombres mueren y no son felices". El absurdo existencialista es la angustia de ser hombre y el absurdo, digamos puro, es la angustia de la incomunicación. El modelo de Camus es la tragedia clásica: el anhelo de libertad contra un destino inexplicable. A raíz de El malentendido, Camus unió su vida a la de María Casares, la gran actriz, hija de Casares Quiroga. Ella fue, el mejor recuerdo de ese tumultuoso estreno y la que muchas veces le salvó del naufragio.