Larga vida a Tomás Moro en el Festival de Almagro
José Luis Patiño (Tomás Moro) al frente del equipo de Tamzin Townsend. Foto: Sergio Enríquez-Nistal.
El Festival Internacional de Teatro Clásico de Almagro, que arranca el 4 de julio, se prepara para uno los platos fuertes de su programación: el estreno de la versión de Tomás Moro, una utopía de Ignacio García May dirigida por Tamzin Townsend. La Fundación de la Universidad Internacional de La Rioja lleva a escena la peripecia existencial e intelectual de este autor fundamental a través de una obra atribuida a Shakespeare.
Moro vivió uno de los periodos más convulsos de Europa, asolada entonces por las guerras de religión. Su oposición al divorcio de Enrique VIII y a la ruptura con la Iglesia de Roma que el monarca precipitó le llevó a dar con sus huesos en la Torre de Londres. El autor de Utopía era un prototipo de hombre renacentista: humanista, amigo de Erasmo, abogado y político, católico y feroz enemigo del protestantismo, estuvo al servicio del rey en muy diversos cometidos diplomáticos. Lo que hace realmente fascinante el perfil del personaje, o al menos así se encargan de subrayarlo algunos ensayos, es el final de su destino: el alto precio que estuvo dispuesto a pagar por seguir los dictados de su conciencia y en contra de la voluntad de su rey. Su proceder sirvió para que la Iglesia católica y anglicana lo considerara un mártir. A glosar su figura ha contribuido especialmente la película Un hombre para la eternidad (A Man for All Seasons) escrita por Robert Bolt, y más recientemente la serie de televisión Los Tudor, en la que Jeremy Northam interpretaba al personaje.
Resulta llamativo que un centro que imparte sus clases online como la Universidad Internacional de La Rioja haya tomado la iniciativa de impulsar actividades teatrales, un arte que sin la presencia del espectador no existiría. Llevar a escena esta obra ha exigido una labor de traducción (a cargo de Enrique García Márquez y Aurora Rice) y reconstrucción del texto más propio de un centro de estudio e investigación que de una productora al uso. Y es así porque la sola existencia física de este texto es de gran valor histórico: aporta valiosísima información sobre la época y sobre la censura de entonces, gracias a las anotaciones que figuran en los márgenes. Pero también porque está considerado el único texto autógrafo de Shakespeare que se conserva. Aunque hay dudas sobre la participación del bardo, parece que éstas han sido disipadas, especialmente después de que Arden Publishing (su editorial oficial) decidiera incluirla en su catálogo.
Ser o no ser Shakespeare
El texto también arroja luz sobre el criptocatolicismo del bardo. Sobre este último asunto, Ignacio Amestoy, director de las actividades teatrales de la Fundación UNIR y auténtico promotor de esta producción, explica que la obra no tiene una fecha exacta de nacimiento (se sitúa a finales del XVI), pero se especula con que pudo tener dos orígenes: "El primero, tras la muerte de la reina Isabel, hija de Ana Bolena y de Enrique VIII, el ejecutor de Moro. Un momento en el que, con la llegada de Jacobo al trono, las persecuciones a los católicos cesaron temporalmente. Circunstancia en la que los criptocatólicos, Shakespeare incluido, vieron la oportunidad de poner en los escenarios la trágica y edificante historia de Moro. Otra posibilidad es que Tomás Moro fuera una de las primeras obras de Shakespeare, representándose durante el periodo isabelino en la clandestinidad por las nobles familias católicas".La versión de García May reescribe la obra en su totalidad y de una manera libérrima. Según explica, la razón no es otra que la presencia de estilos diferentes que contribuyen a su irregularidad: "Algunos textos parecen escritos apresuradamente, otros son de alto nivel literario; frente a escenas de gran poder dramático hay otras meramente descriptivas". Es habitual en el teatro isabelino esta forma de autoría en equipo, que aquí esta integrado por Anthony Munday, Herny Chettis, Thomas Dekker y Tomas Heywood, además de Shakespeare, sin que se sepa exactamente qué parte escribió cada uno. García May no ha tenido reparos en meterse "a machete" con el texto para eliminar estos contrastes. "Y también añadir fragmentos de obras de Moro o procedentes de otras fuentes, como cartas o diarios...".
También ha aplicado la tijera en reducir de 60 personajes que originalmente tiene el texto a 13, pues la compañía no supera los diez actores. Y se ha tomado la licencia de añadir un narrador: "Lo más complejo de la obra es entender el contexto, así que el narrador aclara cuestiones que el público isabelino conocía o le eran familiares, pero que al espectador de hoy probablemente no".
La responsabilidad de la puesta en escena ha recaído en Tamzin Townsend. La británica afincada en Madrid, cuya carrera se ha desarrollado sobre todo en el terreno de la alta comedia (El método Gronholm, Un dios salvaje, Babel...), se enfrenta a este clásico con el apasionado interés de tratar con un compatriota: "Recuerdo que cuando estudiaba este periodo en el colegio me parecía fascinante cómo Enrique VIII fue capaz de llevar a su país a un estado de confusión absoluta. Estudiábamos a personajes como Wolsey, Cromwell y Rochester para entender sus posiciones".
Resume la directora la obra como "la historia de la vida de un hombre del XVI, un hombre muy completo y con mucho sentido del humor". Según cuenta, ha sido esencial la invención del narrador, que interpreta Richard Collins-More, porque vertebra las tres partes que componen el retrato optimista que se ofrece de Moro. Aborda la cuestión religiosa y su comportamiento como Lord Canciller (máxima autoridad jurídica), su vida en familia y sus discusiones intelectuales con Erasmo. "El narrador tiene un valor tremendamente brechtiano, ya que tiende puentes entre el siglo XVI y el presente. Ataviado con ropa de calle actual, frente al extraordinario vestuario de época que lucen el resto de los personajes, este historiador detiene la acción de la obra, pregunta a los personajes, se dirige al público... Actúa como un comodín para facilitar la comprensión de los acontecimientos, pero también para darle agilidad y comicidad a la obra".
"En realidad", continúa Townsend, "la obra tiene dos personajes: Moro, que protagoniza José Luis Patiño, y el historiador, Collins-More". Otros que transitan por ella son la mujer de Moro (Lola Velacoracho), Erasmo (Manu Hernández), Rochester (César Sánchez), Shrewsbry (Paco Déniz), Surrey (Chema Rodríguez-Calderón) y Lincoln (Jordi Aguilar), así como personajes menores en los que se desdoblan algunos miembros del elenco.
La escenografía que firma Ricardo Sánchez Cuerda resulta bastante abstracta y se compone de un juego de picas (palos en los que solían clavarse las cabezas de los ajusticiados en la Torre de Londres) que rodean una isla de arena (alusión al libro de Moro, Utopía). Otro elemento destacado es un audiovisual que se proyecta y que sirve para subrayar momentos significativos de la acción.
Tomás Moro, una utopía es la primera producción teatral que acomete la Fundación de la Universidad Internacional de La Rioja, cuyo departamento de teatro ya ha venido organizando otras actividades, encuentros, festivales y colaboraciones con producciones teatrales (como Enrique VIII de Rakatá). Es una estupenda noticia que las universidades que imparten estudios de Artes Escénicas, cada vez más numerosas y que son un vivero de I+D en este ámbito, impulsen este tipo de iniciativas con profesionales del sector y animen así la decaída producción escénica.