Anna Caterina Antonacci es La voz humana
Anna Caterina Antonacci durante un recital
La soprano y mezzo italiana, de voz cremosa y oscura, afronta en el Auditorio Nacional este miércoles dos obras de Poulenc, La voz humana y La dama de Montecarlo. Una inmersión en el lirismo encendido del músico francés junto al pianista Donald Sulzen.
Hay que alabar en esta artista la expresividad, muy moderna, sin temor a emplear el vibrato natural de la voz, sin afiliarse, cuando acomete repertorios antiguos, a técnicas del pasado, sin apuntarse a una aproximación de carácter eminentemente filológico, en la que se prescinda de esos efectos tan lícitos. Es cierto que otras intérpretes, más habituales en estos cometidos, pueden ser más respetuosas, pero no más cercanas, más humanas, más directamente teatrales y, por tanto, más dramáticas.
En ella aplaudimos su facilidad para acercarse a lo más íntimo y para, en sentido contrario, buscar la expresión alterada, algo que no le es nada trabajoso y que viene marcado por una fuerte humanidad, la que proporcionan los años, la experiencia y el savoir faire. Podríamos decir que Antonacci es una soprano con ciertos reflejos de mezzo -cuerda que ha cultivado también-, dotada de tintes oscuros, metal muy particular, no muy brillante pero bruñido y firme y de anchura considerable, ricamente coloreada y dotada de unos peculiares reflejos de atractiva sensualidad, de una sorprendente carnalidad, que comunica y que penetra. Circula con seguridad y homogeneidad entre el do 2 y el si bemol 4. Los agudos, sobre todo el sol y el la, son amplios, sólidos, contundentes, bien provistos de armónicos y bien proyectados y oscurecidos -puede que a veces en exceso-; y los graves, hasta aquel señalado límite, muy naturales, sin cambio aparente de timbre.
Son protagonistas en este concierto, en el que colabora desde el piano el avezado norteamericano Donald Sulzen, los pentagramas de Francis Poulenc, que siempre tuvo presente este irrenunciable credo: "Creo que mientras haya poetas se escribirán melodías. Mi mayor título de gloria sería aquél que sobre mi tumba dijera: 'Aquí yace Francis Poulenc, el músico de Apollinaire y de Eluard'". Y de Cocteau, apuntamos. Los dos monólogos se basan en dos de sus textos. En La voz humana una mujer habla por teléfono con un amante que la ha dejado por otra. La situación da oportunidad al compositor para dibujar una partitura refinada y cargada de tensión. En esta sesión se escucha la versión con piano, que adopta el papel del amante huido y subraya y contrapuntea el recitativo, a veces muy violento, de la protagonista.
Previamente habremos escuchado la más breve Dama de Montecarlo, que el autor deseaba que se desarrollara siempre sobre un ritmo inmutable y obsesivo. Desfilan en el corto espacio de unos ocho minutos, sobre ecos de music-hall, diferentes sensaciones y sentimientos: orgullo, melancolía, lirismo, sarcasmo, violencia, ternura miserable, angustia. Retrato de una mujer madura y desencantada, aficionada al juego y al alcohol. Pequeño y concentrado drama que vio la luz en 1961. Tanto en él como en La voz humana el compositor tuvo en mente a la soprano Denise Duval, fallecida hace poco más de un mes a los 95 años.