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Juan Pérez Floristán: “Recoger el Premio Rubinstein fue alucinante en el peor sentido de la palabra”

Ganó el Premio Rubinstein en Israel bajo los misiles y ahora le han llamado para reabrir el Carnegie Hall. Aun así Juan Pérez Floristán ya ha aprendido que el piano no es lo único...

11 octubre, 2021 06:14

¿Qué libro tiene entre manos?

Mitologías, de Roland Barthes; Juegos para actores y no actores, de Augusto Boal; y una antología de manga de Osamu Tezuka.

¿Qué le hace abandonar la lectura de un libro?

Una buena conversación o una buena película. Un incendio en el edificio.

¿Con quién le gustaría tomar un café mañana?

Rodrigo Cortés.

¿Recuerda el primer libro que leyó?

Probablemente Juan sin miedo, El capitán calzoncillos, Astérix o Mortadelo y Filemón. Memorias de Hidún y Harry Potter andarán por ahí.

¿Cómo le gusta leer, cuáles son sus hábitos de lectura?

En la cama antes de dormir, de viaje, en la habitación de un hotel, en el baño (ejem…).

Cuéntenos la experiencia cultural que cambió su manera de ver la vida.

Hace poco, la compañía Nao d’Amores hizo El retablillo de Don Cristóbal, espectáculo de títeres de Lorca, en Sorihuela, pequeño pueblo de Salamanca. Una manera de entender la alta cultura como algo popular, y lo popular como alta cultura, al aire libre, para actores, músicos, viandantes y curiosos.

¿Qué supone ser llamado para reabrir el Carnegie Hall?

Es una pasada y, aun así, algo lógico que en parte ya esperaba. No sé si me explico.

¿Hay mucha diferencia entre ganar el Concurso Paloma O’Shea y el Rubinstein?

Sí, y no. El Paloma O’Shea fue ganar algo muy grande, pero en casa, en mi tierra, y rodeado de mi público favorito (el de España). Y me pilló con otra edad (22). Si ganar el Rubinstein (en Israel, con 28 años, con otra visión de mi carrera y de la vida) supusiera lo mismo, es que en seis años no he aprendido nada.

Ganar el Rubinstein pudo costarle la vida. ¿Cómo fue?

Alucinante en el peor sentido de la palabra. Despertarte a las tres de la mañana con sonido de sirenas antimisiles, escuchar las explosiones cerca, ir al aeropuerto de madrugada y ver los misiles en el aire encima de ti, esperar una hora en un búnker en el aeropuerto Ben Gurion… Y a la vez saber que al otro lado de la frontera sí que lo están pasando mal de verdad.

¿Cómo afronta esta temporada crucial para ‘normalizar’ la actividad de los auditorios?

Yo aspiro a normalizar mi vida. Todo lo demás vendrá de suyo.

Se ha dado cuenta recientemente de que el piano no es lo único. ¿Cómo fue esa caída del caballo?

Pues vino antes del confinamiento. La epifanía no ha sido hija de la pandemia, sino de siete años viviendo en Berlín, a tope con el piano y mi carrera, de haber tocado lo más grande sin parar, y de haberme cansado. Y de que me debía a mí mismo otras cosas: hacer teatro, vivir en Sevilla, comer bien.

¿Qué obra teatral le ha impactado últimamente?

3 anunciaciones, con Bárbara Lennie, en el Central.

¿Qué película ha visto más veces?

Las trilogías de Matrix y El padrino. Toy Story. Up.

¿Le gusta España? Denos sus razones.

Para amar no hacen falta razones, que las razones vienen a posteriori, como un intento de justificar lo que en el fondo es injustificable. Por eso hablamos del clima, la comida, la gente, la amabilidad, la belleza de las personas, el sentido de la estética… Pero el amor a mi país de origen viene antes que todo eso. Está ahí, sin más.

Una idea para mejorar la situación cultural del país.

¿Se puede antes mejorar el sistema económico y político? Si no, ocurrírseme se me ocurren muchas cosas, que no son más que parches de más o menos éxito. Pero admitámoslo: si las prioridades económicas y políticas son el turismo, la construcción, la producción en masa… ¿con qué dinero vamos a cambiar la cultura? Hacen falta cosas de más peso que las ganas para cambiar la cultura en España.