La pugna del rey Arturo, en el Real

El Teatro Real anuncia en una sola convocatoria una versión de concierto dramatizada de una obra de Purcell, King Arthur, incluida en ese género ambiguo o intermedio de lo que se ha venido conociendo como semiópera inglesa, también llamada dramatick opera o, en ocasiones, masque, una mezcla de partes habladas y cantadas, un adelanto de lo que posteriormente se conocería en Alemania y Austria como singspiel o spieloper, en Francia opéra comique, en Italia intermezzo y en España tonadilla, entremés o, más adelante, zarzuela.

En ese tipo de obra inglesa del siglo XVII, centuria tan conflictiva en los escenarios (recuerden el cierre puritano de los mismos decretado bajo el gobierno de Cronwell),  la parte dramática propiamente dicha, que es la hablada, trata en este caso de la pugna entre el rey cristiano de los bretones (Arthur) y el pagano de los sajones (Oswald) por hacerse con la mano de Emmeline y, de paso, con el reino de Inglaterra. Esa es la dialéctica dramática sobre la que se asienta. 

Se alterna con la musical, que a veces circula en otro plano e ilustra rituales, visiones y divertimentos. En la función prevista este domingo, que es concertante, predomina por supuesto y como es lógico lo musical, con frecuencia nimbado de elementos folclóricos y populares. Es una fórmula concertística parece adecuada para degustar la pieza, inscrita en un registro imaginativo y popular de Purcell, dado el interés relativo de lo que acontece en el libreto. 

Purcell trabajaba esta veta y sintetizaba materiales de su entorno de manera admirable. Sus piezas vocales tenían una vitalidad extraordinaria y albergaban canciones llenas de sentimientos a flor de piel, frecuentemente empleando palabras de John Dryden. Comparece un amplísimo reparto de dieciséis jóvenes voces que actuarán bajo las órdenes dramatúrgicas de Isaline Claeys y musicales de Lionel Meunier.

Como soporte instrumental se cuenta con los timbres del experto grupo especializado en el repertorio inglés, alemán e italiano de los siglo XVII y XVIII y que tiene como campamento base el Concertgebouw de Brujas. Buena ocasión pues para degustar su historicismo refinado y fundamentado en el coliseo madrileño.