Josquin Desprez y la arquitectura melódica de las catedrales
Ramón Andrés sigue la pista del 'príncipe de los músicos' en un viaje literario que entrelaza la Europa del Renacimiento y la de los tiempos convulsos de la Covid
10 diciembre, 2022 03:12No siempre pasa, pero en este libro uno puede fiarse del título y del subtítulo como anuncio del contenido. Sus casi 400 páginas no son sino el desarrollo de la metáfora de cabecera: en las bóvedas de crucería de las catedrales, cuarteadas por nervios que no podemos dejar de mirar y que, al encadenarse longitudinalmente, dan lugar a imponentes naves, Ramón Andrés (Pamplona, 1955) ve –o, más bien, oye– los espacios sonoros de la polifonía renacentista, que surgen igualmente del cruce de cuatro líneas, cuatro voces (soprano, alto, tenor y bajo).
Su encadenamiento en sucesivas melodías y cadencias da lugar a largos espacios sonoros que es fácil imaginar abovedados. Uno se siente invitado a entrar y habitar en las bóvedas de voz igual que en las de piedra, puesto que ambas son de aire. Visto así, este libro es una gran imagen, un gran poema, además de un ensayo sobre música.
El subtítulo, que alude a Machado y a Nono, y la imagen de portada (un caminante que sigue a otro en la penumbra) anuncian al alimón el propósito del autor: caminar tras los pasos de Josquin Desprez sin molestarle, guardando “la distancia que pide el pudor” con la humildad de quien se sabe secundario, porque andar un camino es siempre seguir los pasos de otro.
De la vida de Josquin Desprez, “el príncipe de los músicos”, patriarca de la polifonía, no sabemos apenas nada. Su lugar de origen, entre Francia y la Bélgica valona, es más una nube de probabilidades que un sitio determinado, pero sabemos que trabajó en Italia. Con ello y con sus obras, Ramón Andrés construye un libro de viajes por el espacio y el tiempo, una geografía social y estética de la Europa del Renacimiento (y la de la Covid), además de una guía de la música de Josquin. Por otra parte, La bóveda y las voces es un diario.
Sus capítulos son jornadas, a la vez días y etapas de camino, del diciembre de 2019 al de 2020: el año duro de la pandemia. Pero esa cronología lleva dentro otra, la de la vida y obra de Josquin, que nació en torno a 1455 y murió en 1521, hace medio milenio. Lo bueno de la forma diario es que no es temática, no impone asunto ni dirección o, en todo caso, compensa la direccionalidad de la forma viaje.
Sus capítulos son jornadas, a la vez días y etapas de camino, del diciembre de 2019 al de 2020: el año duro de la pandemia
En la constante invitación a la pausa para mirar fuera del camino, brillan las gemas: la polifonía es la multiplicidad que cuestiona el uno que creemos ser, la geografía mental de Europa está trazada por una insatisfacción endémica que encuentra su contrapeso en la música, la sanguinolenta historia del Viejo Continente es la consecuencia de la exasperación que distinguía y distingue a quienes están convencidos de algo, el prestigio que hoy tiene la virtualidad es pariente de la apropiación espacial de aquellos compositores que buscaban un mundo en el mundo... y tantas más.
“No se muera vuesa merced”, acaba diciéndole Andrés a Josquin, como Sancho a Don Quijote, mientras suena su obra maestra, Misa Pange lingua, contemporánea de El príncipe de Maquiavelo y del Retrato de un hombre enfermo de Tiziano, como espejo de una vida bien cumplida, vivida con desasimiento, que es la receta de Ramón Andrés para librarse de la melancolía.