Image: Bretón un músico de la Restauración

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Música

Bretón un músico de la Restauración

por Víctor Sánchez

26 junio, 2002 02:00

Bretón por Eugenio Vivó

Por primera vez se publica una monografía dedicada a Tomás Bretón, autor de la zarzuela más popular de todos los tiempos: La verbena de la Paloma. Sorprende que una de las personalidades más influyentes de la historia española no hubiera conocido una investigación acorde con la trascendencia de su corpus. El Cultural presenta la prepublicación del libro del joven musicólogo Víctor Sánchez (ICCMU) que ha dedicado cinco intensos años y quinientas páginas al estudio del genial creador de La Dolores, coincidiendo con la recuperación de sus obras.

En 1902 el semanario Blanco y Negro celebraba un concurso entre sus lectores para elegir las figuras más apreciadas de la vida española de entonces. Sin una lista previa, Tomás Bretón figuró en el quinto lugar con 10.438 votos, por detrás del torero Antonio Fuentes (23.423), el escultor Mariano Benlliure (19.063), el pintor Joaquín Sorolla (14.201) y el político Práxedes Mateo Sagasta (13.501), recibiendo más votos que el general Valeriano Weyler (9.851) y el dramaturgo José Echegaray (9.429). Era una buena muestra del gran aprecio hacia el maestro salmantino, cuya popularidad se debía al enorme éxito alcanzado por su sainete La verbena de la Paloma, que había recorrido los escenarios de todo el mundo como una de las piezas más destacables del género chico. De hecho, el semanario al presentar los resultados del concurso le definía como "el músico popularísimo que acertó a componer la ópera de los sentimientos populares españoles, haciendo hablar al corazón de la gente del pueblo, en acentos inspiradísimos", en clara referencia a la conocida canción de Julián.

No obstante, Tomás Bretón era considerado ya entonces como una de las figuras más prestigiosas de la música española de su época. Nombrado director del Conservatorio, su presencia era reclamada desde todos los foros musicales participando activamente en las actividades musicales del Círculo de Bellas Artes, el Ateneo de Madrid o la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. De hecho, fueron frecuentes sus visitas a otros centros musicales europeos -París, Praga o Milán- como representante de la música española. Su actividad musical se extendía también al campo de la dirección orquestal, ya desde sus primeros años al fundar en 1878 la Unión artístico-musical y aceptando la titularidad de la Sociedad de Conciertos de Madrid entre 1885 y 1890, colaborando con la posterior Orquesta Sinfónica de Madrid.

Sin embargo, era en el terreno compositivo donde alcanzaba sus mayores resultados, trabajando en todo tipo de géneros desde la ópera y la zarzuela -tanto grande como chica- hasta la música sinfónica y de cámara. De hecho, debe destacarse su esfuerzo en favor de la ópera nacional, cuyos ideales defendió con creciente ardor a lo largo de su extensa carrera tanto en el terreno teórico y organizativo como en la composición. Sus siete óperas grandes constituyen un corpus único entre los compositores de su generación, tanto por su continuidad -entre 1884 y 1913- como por la búsqueda de un lenguaje nacional asimilando la mayoría de las tendencias de la ópera de fin de siglo. Algunas alcanzaron un reconocido éxito como Los amantes de Teruel, que supuso su consolidación como compositor, Garín y sobre todo La Dolores, considerada un modelo de ópera española que se convirtió junto con el sainete de Ricardo de la Vega en una de sus obras más populares y apreciadas. Su catálogo operístico se completó con otros títulos que a pesar de su indudable interés musical no pudieron superar los desfavorables apoyos hacia la producción nacional por lo que cayeron en un injusto olvido, como Raquel -considerada por el propio Bretón como su mejor ópera, a pesar de su frío recibimiento-, Farinelli que cayó con el frustrado proyecto del Teatro Lírico en 1902 y sus dos originales últimas óperas, Don Gil de las calzas verdes, un novedoso intento de adaptar al género la comedia del siglo de oro, y Tabaré cuya ambientación americana se asimila en una poderosa e intensa partitura. Buena muestra de este poco favorable ambiente fue que a pesar de la buena acogida de Tabaré, tanto por el público como por la crítica, tan solo se realizaron tres funciones al final de la temporada del Teatro Real en 1913, no volviéndose a representar pese a los esfuerzos y gestiones realizados. Lo mismo sucedió con su música sinfónica y camerística, aunque algunas obras alcanzaron gran popularidad como las Escenas andaluzas o el poema sinfónico Los Galeotes, que mostraban su dominio orquestal en un lenguaje claramente nacionalista. De esta manera, en el momento de su fallecimiento en diciembre de 1923, que provocó un gran duelo popular, Tomás Bretón se había convertido en el compositor de una obra, La verbena de la Paloma, su genial sainete que sería la única composición que sobreviviría al maestro salmantino, con la excepción quizás de La Dolores. En este hecho, lógicamente influyó la falta de continuidad de la actividad musical española, que impidió la creación de un repertorio nacional, relegando al olvido no sólo la obra de Bretón sino la de la mayoría de nuestros creadores musicales de su época, como sucede también con el caso de Chapí e incluso con Pedrell.

También la musicografía inmediatamente posterior contribuyó al desprecio de nuestro patrimonio musical decimonónico. Ya Mitjana, aún en vida de Bretón, había recriminado la ingenuidad de los planteamientos de la generación anterior, en especial su dependencia del género lírico. Adolfo Salazar emitía aún un juicio más duro en su obra La música contemporánea en España de 1930: "Bretón, que era nueve años más joven que Pedrell, levantó frente a la bandera de un gran arte nacional, enriquecido por el prestigio de la tradición histórica y de las más altas prácticas de sus contemporáneos extranjeros, otra bandera más propicia al entusiasmo fácil y que, aunque aparentemente progresista, derivaba de la derechura de la sensiblería italianófila de Arrieta". Esta visión negativa se ahondó con la mayor distancia histórica y el desconocimiento de las fuentes directas, en los despectivos comentarios de Federico Sopeña, quien en 1958 -en un capítulo significativamente titulado Un pobre legado, donde dice que "el siglo XIX musicalmente no tiene defensa posible"-, señalaba sobre Bretón: "Lo menguado de un nacionalismo así repercute necesariamente en la música. La zarzuela no tiene casi nada que ver con el nacionalismo: si usa lo popular lo hace recogiendo datos muy de superficie. Podemos decir que esa superficie de lo popular, de lo popular puramente pintoresco aliado con cierta novedad ‘verista’, es lo que explica el éxito de La Dolores".

Lo cierto es que el desconocimiento de la figura de Bretón no sólo se limitaba al olvido de su obra, sino también al de su trayectoria vital y al contexto histórico-artístico en que se desarrolló su carrera. Se planteaba así la necesidad de un estudio profundo de la figura de Tomás Bretón, que no sólo ahondase en los aspectos personales, sino que dedicase una especial atención a su obra musical, acudiendo a las fuentes directas que permanecían en el olvido desde la época de Bretón. Además, debía situar la carrera musical de Bretón en el contexto artístico y musical de su época.

Para llevar a cabo este libro ha sido necesario un esfuerzo de revisión e investigación de amplios campos desconocidos. Muy significativos han sido los escritos del propio Bretón, que constituyen una referencia de las ideas e intenciones del propio autor. Además, una referencia fundamental era el análisis de las partituras de Bretón, la mayoría inéditas y olvidadas desde su estreno, recurriendo al estudio de los manuscritos, material y ediciones conservados en los principales fondos. De esta manera, la investigación no se limitó a reordenar estos materiales, sino que realizó un estudio desde una perspectiva amplia que nos permitió comprender no sólo cómo eran estas obras, sino también en qué contexto histórico-musical surgieron y se dieron a conocer, reflejando con ello las contradicciones del teatro lírico español de la época de la Restauración.

Sin embargo, la riqueza y amplitud de la actividad de Tomás Bretón exigía ampliar el estudio en diferentes direcciones. En primer lugar, debía completarse el análisis de su obra musical hacia los géneros no líricos que el maestro salmantino había cultivado a lo largo de su vida con profusión. Esto además implicaba profundizar en el contexto de esta actividad, lo que suponía su obra orquestal en casi cuarenta años de vida sinfónica madrileña. Lo mismo sucedía con la música de cámara. Pero eran otros muchos los aspectos a desarrollar de la intensa carrera de Bretón, como su larga etapa al frente del Conservatorio de Madrid, su labor como teórico e ideólogo en numerosos foros, sus viajes o sus relaciones con otros músicos de su época. Debía incluir el conocimiento de los aspectos más privados, localizando y analizando sus escritos. De esta manera, queremos volver a poner en toda su amplitud la figura de Tomás Bretón, sin la cual resultaría incomprensible la historia de la música española, cuyo conocimiento actualizamos desde una perspectiva musicológica amplia, que sin dejar de profundizar en los aspectos humanos y personales de su carrera no olvida el estudio directo de su obra musical y el contexto en que se produjo.