El incierto futuro de un sueño
por Gonzalo Alonso
8 mayo, 2003 02:00El martirio de San Sebastián (2002)
La noticia del relevo en la dirección del teatro de la Zarzuela no puede contemplarse como un simple cambio de comandante. Si así se hiciera se habría perdido la gran ocasión para la reforma que está pidiendo a gritos.En estos cuarenta años todos sus directores -Federico Orduña, Benito Lauret, José Antonio Campos, Emilio Sagi y Javier Casal- han tenido que luchar contra una dependencia inadecuada, primero del Ministerio de Información y Turismo y, desde 1984, del de Cultura, pero la crisis estructural se hizo insostenible desde la reapertura del Real. El Ministerio, que contempla la Zarzuela como una unidad de producción del INAEM, no ha sabido qué hacer con el teatro desde entonces. Un secretario de Estado de Cultura llegó a ufanarse de que lo cerraría. Y, de hecho, se cerró para una reforma que afortunadamente no quedó más que en eso, gracias a los esfuerzos de Tomás Marco y José Antonio Campos desde el INAEM y la campaña que promovió en prensa el equipo de este Cultural. En 1998 reabrió sus puertas, pero sin un proyecto decidido para ese teatro. Esa indecisión se trasladó a otras entidades: la CAM, el BCH y Caja Madrid modificaron sus aportaciones.
Hay muchos temas que merecerían ser tratados con detenimiento. Citaré sólo algunos. ¿Dónde se guardan y en qué estado están los archivos sonoros de los últimos treinta o cuarenta años? ¿Por qué no se afronta una solución a los problemas de derechos que puedan existir? Otros teatros del mundo han comercializado en cds sus archivos. La estructura interna del teatro resulta un tanto peculiar, podría decirse que casi familiar. Cualquier reforma resulta complicada, incluida la del coro, una asignatura siempre pendiente.
Pero lo más importante es definir la función que ha de cumplir el Teatro de la Zarzuela que, sobre todo, ha de dedicarse fundamentalmente a aquello para lo que nació en 1856 -ya hace casi 150 años- y a lo que incluso debe su nombre. Ha de presentar la zarzuela con calidad equiparable a la ópera. Debe mimar nuestro género como los austríacos y alemanes miman su opereta. Es cierto que se han ofrecido producciones ricas en el apartado escenográfico, pero también es cierto que falla la sustancia canora. No hay, o al menos apenas se dejan ver en la Zarzuela, intérpretes que tengan voz y sepan cantar. Hace auténtica falta que se apoye una escuela de interpretación de zarzuela.
En todo ello ha de trabajar la dirección del teatro, pero su esfuerzo será baldío si no se cuenta con un encuadramiento jurídico y administrativo adecuado. La escritura de constitución de la Fundación Teatro Lírico del 14 de diciembre de 1995, de la que depende el Real, expresa que la Administración General del Estado cederá en uso a la Fundación el Teatro de la Zarzuela y una orden ministerial de abril de 1996 cedía la Zarzuela a dicha Fundación, pero el teatro jamás fue recibido por esta institución.
La Zarzuela encierra una paradoja: ¿cómo es posible que, siendo la sede del género más castizo, el Ayuntamiento madrileño no participe en su gestión?
Tras las elecciones, los equipos victoriosos deberían poner en marcha un proyecto jurídico y organizativo para la Zarzuela. Y en ese proyecto debería participar el Ayuntamiento de Madrid, con más razón si el melómano Ruiz Gallardón ocupa la Alcaldía. La fórmula es bien simple: el Ayuntamiento de Madrid se incorpora como miembro de pleno derecho de la Fundación y el Teatro de la Zarzuela se inscribe definitivamente dentro de ella. Y, naturalmente, se hacen las cosas con sentido común en materia presupuestaria y organizativa.
La incorporación del Ayuntamiento nunca debe suponer un recorte de los fondos aportados por el Ministerio de Cultura y la inscripción del Teatro de la Zarzuela a la misma no puede en ningún caso mermar los fondos presupuestarios de los que actualmente dispone la Fundación para el Teatro Real. Por tanto, la aportación del Ministerio de Cultura a la Fundación habría de incrementarse en el presupuesto que anualmente destina al sostenimiento del Teatro de la Zarzuela. Y, obviamente, habrían de variarse los porcentajes de participación de las tres administraciones. Una distribución razonable sería la de un 40 a 50% para el Ministerio de Cultura y el resto repartido a mitades entre Comunidad y Ayuntamiento.
Quedaría también por resolver la reestructuración de ambas organizaciones, la que debería realizarse atendiendo a criterios estrictamente profesionales, capacidad y experiencia. En este sentido resulta tan decisivo como adecuado el reciente nombramiento de José Antonio Campos como director de la Zarzuela, persona de gran solidez en la gestión musical y conocedor del funcionamiento y las interioridades de Teatro Real y Teatro de la Zarzuela como pocos.
Y, para terminar, es preciso realizar una serie de obras que pongan el teatro a punto para poder celebrar en el 2006 sus 150 años con solidez. Hay una tarea decisiva que realizar para que el Teatro de la Zarzuela recobre su papel en el panorama musical madrileño.