Image: Adiós a Giulini, un hombre perbene

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Música

Adiós a Giulini, un hombre perbene

23 junio, 2005 02:00

Carlo María Giulini. Foto: A.P.

Con la muerte el pasado 15 de junio de Carlo Maria Giulini, nacido en Barletta hacía 91 años, desaparece el último representante de la generación de grandes maestros. El Cultural rinde homenaje a este director fundamental del siglo XX y realiza un repaso de su discografía.

En más de una ocasión este ha sido el calificativo que se le ha dado a Carlo María Giulini, el gran director y gran músico que acaba de dejarnos. En efecto: un hombre de bien. Tanto en su conducta y actitud moral como en el desempeño de su profesión artística. Su estilo fue forjándose lentamente, sin duda ayudado por la gran estatura, la suavidad de movimientos, la planta, la elegancia de la figura; y la capacidad para comunicar, mediante leves indicaciones, las verdades de la gran tradición.

El teatro fue casi siempre su primer caballo de batalla. Hasta 1969, año en el que decidió replantearse su carrera y entregarse más a lo sinfónico. Tenía ya una bien justificada fama y una madurez que sólo el paso del tiempo, el estudio y el buen entendimiento proporcionan. Era curiosa la manera gestual de Giulini: las largas piernas bien plantadas en arco sobre la tarima, el cuerpo ligeramente inclinado hacia delante, la cabeza erguida o ligeramente echada hacia atrás, los brazos dibujando movimientos semicirculares de variable intensidad… Sabía crear clima, ambiente, lograba que se hiciera el silencio más completo y que su misión fuera admitida y observada casi como sagrada. La concentración, la lejanía de la mirada, el porte místico y sereno, contribuían a que se produjera ese efecto.

Sus interpretaciones tenían un sello inconfundible: amplias, bien fraseadas, de un romanticismo templado pero vigoroso, en su punto justo de arrebato. Conseguía sonoridades densas, compactas, en las que, sin embargo, era posible distinguir las distintas voces en las que prevalecían por encima de todo las líneas maestras antes que las secundarias los detalles. En todo caso, siempre sobresalía lo afable, lo efusivo, lo cálido, lo humanista, que él sabía ver como nadie en cualquier música.

Su discografía, sin ser de las más copiosas, es muy importante y en ella se dan algunos hitos de verdadera relevancia, esas referencias que nadie discute. Por supuesto, en EMI, compañía con la que grabó durante la primera etapa de su vida, hay que señalar, junto a la Philharmonia, varias sinfonías de Beethoven y la integral de las de Brahms, de un lirismo de rara intensidad, pausado y noble. Junto a ese conjunto firmó extraordinarias versiones de La Misa Solemnis del primer autor y del Réquiem de Verdi (la de éste es incluso superada por la que, casi al tiempo, a mediados de los sesenta, interpretó en un concierto londinense y que ha sido difundida recientemente por la colección de la BBC), además del Réquiem de Fauré, El Tricornio y El amor brujo de Falla, una serie de oberturas verdianas y rossinianas y unas soberbias tres últimas Sinfonías de Dvorák (con Filarmónica de Londres). Sin que podamos olvidar su espumoso Rossini (La italiana en Argel) sus tan napolitanas y vivificantes versiones de Las bodas de Fígaro y Don Giovanni de Mozart, con repartos espléndidos, la histórica Traviata de La Scala con Callas de 1957 y un excepcional y grandioso Don Carlo de Verdi.

En 1977 Giulini empezó a grabar con Deutsche Grammophon, primero con la Sinfónica de Chicago (magníficas Novena de Mahler, Cuadros de una exposición Musorgski/Ravel, Incompleta y Novena de Schubert, Infancia de Cristo de Berlioz, Concierto para violín de Brahms con Perlman), luego con la Filarmónica de Los ángeles (especialmente significativo es el Falstaff protagonizado por Bruson). En los últimos años el maestro de Barletta registró, de conciertos en vivo, en el mismo sello amarillo, eminentes recreaciones del Réquiem de Brahms, algunas sinfonías de Bruckner, como la 7 y la 9, con la Filarmónica de Viena y de La canción de la tierra de Mahler, con la de Berlín. De estas épocas son las interpretaciones, llenas de un intenso dramatismo y de un verbo inolvidable, de los verdianos Rigoletto y Trovador, no del todo culminados por algún que otro problema vocal.

Del compromiso posterior con Sony surgieron cosas tan recordables como el Réquiem y las tres últimas sinfonías de Mozart, un disco Ravel con la Orquesta del Concertgebouw, la Misa en mi bemol mayor de Schubert (Radio Bávara), Concierto para piano de Schumann (con Kissin y Filarmónica de Viena), otro Réquiem de Verdi (con Berlín). También son de los años finales la integral sinfónica beethoveniana para Fonit Cetra y, en el mismo sello, varios conciertos de Mozart con Benedetti Michelangeli. Uno de los últimos discos del maestro es el resultado de un concierto que dirigió en Madrid a la JONDE en 1998, con una demoledora Primera de Brahms. La Orquesta editó la grabación con fines privados.