Pinchas Steinberg, lirismo y arrebato
Pinchas Steinberg
Pinchas Steinberg es un habitual de nuestras salas de concierto y fosos operísticos. Lo hemos podido contemplar al frente de las formaciones más importantes del país y situarse, con mucho provecho, como epicentro musical de producciones líricas de altos vuelos. En todas esas oportunidades ha revelado mano segura, criterios firmes y sapiencia constructiva, imaginamos que en parte heredados de su padre, William Steinberg, tantos años al frente de la Orquesta Sinfónica de Pittsburgh. Todavía se habla de la gran labor de Pinchas en el Teatro Real, donde dejó un magnífico recuerdo con La mujer sin sombra de Strauss y La ciudad muerta de Korngold. O en el Liceo, con Andrea Chénier de Giordano. Empezó su carrera tocando el violín y fue discípulo de Jascha Haifetz, lo que lo habilitó para penetrar en los secretos del instrumento y para establecer siempre los mejores arcos de cualquier composición y facilitar así la labor de los instrumentistas de cuerda.Lo tenemos de nuevo entre nosotros, tras actuar, con la Quinta de Mahler, ante la Sinfónica de Barcelona y Nacional de Cataluña, ahora para dirigir a la Orquesta de la RTVE un programa muy hermoso, que será ofrecido este viernes en el Monumental Cinema de Madrid. Vale la pena acercarse para seguir las evoluciones del maestro israelí nacido en Nueva York en 1945. Sus concepciones nacen de una manera de entender la música rectilínea y directa, nada retórica o alambicada. Su mismo gesto resulta, pese a su sobriedad, atractivo y transparente para el instrumentista: bien plantados los pies, amplios y abiertos los brazos, incisivo y penetrante como un estilete el derecho, en el que la batuta se mueve a energéticos y precisos impulsos, a veces en redondo, pero siempre con un muy claro subrayado del compás. Cierra periodos con autoritarios movimientos, de una magnífica sequedad.
En esta sesión de los conjuntos radiotelevisivos, envuelta en un romanticismo que une lo cálidamente nostálgico a lo exultante, se dan cita, en la primera parte, tres composiciones sinfónico-corales de Brahms, a cual más bella, que constituyen una trilogía basada en la antigüedad: El canto de las parcas (Gesang des Parzen) op. 89, Nänie, op. 82 y Canto del destino (Schicksakslied) op. 54, que se van a interpretar, al parecer, en ese orden, que es el inverso. En ellas se admira la disposición instrumental, las tonalidades penumbrosas, el manejo del claroscuro y la perfecta amalgama de voces y orquesta. Partituras emocionantes envueltas en una hermosa pátina poética, de evidente parentesco con la que nimban el Requiem y la Rapsodia para contralto de propio creador. Y como cierre del concierto una composición cuyos esbozos muy probablemente llegó a conocer el propio músico hamburgués: la Sinfonía n° 3, Renana, de Schumann, un canto a la vida, a la naturaleza, espejo de toda una tradición de planteamientos muy originales. Lirismo y arrebato a partes iguales.