Chiaroscuro, pequeña Babel de la cuerda
Cuarteto Chiaroscuro. Foto: Eva Vermandel
El cosmopolita cuarteto, defensor del historicismo de Harnoncourt y Leonhardt, interpreta el martes en el Auditorio Nacional a Mendelssohn, Beethoven y Schumann. Les flanquea el pianista Kristian Bezuindenhout.
Como los que, en el campo de la música estrictamente camerística, han abierto por ejemplo los Cuartetos Mosaïques o Festetics, en una línea en la que más tarde se han asentado otros arrostrados intérpretes, que buscan avanzar en esa vía en la que se emplean cuerdas de tripa con todas sus consecuencias. Ahí aparece en tiempos muy recientes el Cuarteto Chiaroscuro, fundado en 2005 e integrado por una violinista rusa, Alina Ibragimova; un violinista español, madrileño por más señas, Pablo Hernán Benedí; una violista sueca, Emilie Hörnlund; y una chelista francesa, Claire Thirion. Una pequeña Babel que funciona perfectamente engrasada y cuya sonoridad ha sido descrita por The Observer como "un shock de la mejor clase para los oídos".
Este notable conjunto vuelve a la sala de cámara del Auditorio Nacional para intervenir este martes en el ciclo Liceo de Cámara del CNDM con un programa que va del romanticismo temprano al romanticismo pleno; y lo hace en compañía de un artista con el que ya ha colaborado en ocasiones precedentes, el fortepianista sudafricano Kristian Bezuindenhout, un músico de enorme fantasía, hábil en el adorno, elegante en la línea, gracioso en las exposiciones, respetuoso al máximo de la letra y el espíritu, original en las repeticiones. Siempre preciso, pero, también, siempre ameno, fantasioso y libre, que suele tocar un instrumento de Paul McNulty, construido en la República Checa en 2009, según el modelo de un Anton Walter & Son de Viena, 1805.
El programa anunciado para el concierto del día 11 de diciembre es de enorme belleza. Se abre con una selección de las inefables y famosas Canciones sin palabras de Mendelssohn, en las que los dedos ágiles del fortepianista podrán clarificar las esbeltas líneas melódicas y dotar de motricidad a los tiempos contrastados. Después, en el centro de la sesión, el impresionante Cuarteto n° 7 en fa mayor, Razumovsky n° 1, de Beethoven, quizá el más revelador de los tres de la op. 59. "Un verdadero acontecimiento en la historia del género", en palabras del musicólogo Bernard Fournier. Su arquitectura, su lenguaje, su contenido expresivo, sus inéditas texturas dan pie para afirmarlo. Adopta un tono nuevo y persigue una forma de elocuencia que era hasta entonces extraña al género y que se advierte en un flujo discursivo de períodos más largos de lo habitual, una retórica extravagante. Pero sobre todo introduce en el universo de la forma un lirismo de una plenitud sin precedentes. No hay en la obra una célula generadora común a los cuatro movimientos, ni afinidad motívica especial. El hilo conductor consiste más "en un caminar a través de cuatro universos estéticos muy contrastados que en una progresión que implique, por ejemplo, un aligeramiento del primer movimiento para poner en valor el Finale".