Félix de Azúa, durante la entrevista. Foto: Sara Fernández

Félix de Azúa, durante la entrevista. Foto: Sara Fernández

Música

Félix de Azúa: "España es un país de fanáticos, aquí la obediencia es ciega"

El escritor y filósofo, que acaba de publicar un libro donde compila sus artículos de música, es el nuevo protagonista de La Conversación.

2 enero, 2023 01:16

Félix de Azúa (Barcelona, 1944) se fracturó el fémur por culpa de una caída tonta en la ducha. Ha tenido que pasarse cinco meses postrado en casa. Luego, aprender a andar de nuevo, lo que le llevó su tiempo. A Castellana 200, el centro comercial donde nos ha citado, llega con una ligera cojera pero contento de haber salido airoso del trance de la inmovilidad. "Pudo ser mucho peor", dice.

Vive unos números más abajo y tiene por costumbre tomar un manchado todas las mañanas en este no-lugar aséptico, curioso escenario para mantener una conversación con un catedrático de Estética. Hay un MediaMarkt en el subsuelo y, una planta más arriba, las típicas franquicias rodeando la cafetería. Él toma asiento en una de las mesas, no muy concurridas a primera hora, y hojea el periódico durante una media hora. Su talante bienhumorado, propio de un gentleman ilustrado de vuelta de tantas cosas, se avinagra irremisiblemente con los titulares de la política nacional. Lo que más le indigna son las cesiones a los nacionalistas, sus bestias negras, que combate sin desmayo, con la fineza irónica de su pluma y la botadura de partidos como Ciudadanos, ahora reducido a la insignificancia.

Arte y familia (tiene una hija de 11 años que cultiva el espíritu de la Ilustración casi tanto como él) son su refugio frente a esa mundanidad mediocre y fanatizada que le salpican los diarios. En los últimos meses, ha estado compilando para el libro El arte del futuro (Debate) sus artículos de música, un área expresiva que le permite, dice, cumplir la épica aspiración nietzscheana de ser hombre y relámpago a un tiempo. "Ocurre a veces, sí".

Pregunta. Aquí imagino que no, lo que suena es puro relleno inane.

Respuesta. Sí, no tiene ninguna gracia ni siquiera como música industrial, eso que los americanos llaman musizz, con dos zetas, la de los ascensores. Como vengo tanto, yo ya ni la oigo, ni me entero.

P. ¿La música es más importante a estas alturas de su vida que antes?

R. Yo bailaba con mi hermana, con unos seis años, el Concierto para orquesta de Bartók, que no es exactamente una pieza infantil. En el tiempo que no podía caminar ha sido mi salvación. Me pasaba doce horas al día escuchando música.

Félix de Azúa.

Félix de Azúa. Sara Fernández

P. ¿Qué compositores le aliviaban más en ese duro trance?

R. Bruckner, del que la gente escapa pero que yo pongo a la altura de
Beethoven, Shostakóvich y un compositor que he descubierto en los últimos años, Weinberg, un judío de origen polaco que sufrió el antisemitismo alemán y bolchevique. No es muy conocido pero es buenísimo, un genio.

P. El título, El arte del futuro, lo toma de George Steiner. ¿Tiene la misma esperanza que él?

R. Steiner se dio cuenta de que íbamos hacia una época tiranizada por la imagen. Hoy su totalitarismo es brutal. La imagen da conocimiento, pero superficial. Es apariencia. La música es conocimiento profundo, de lo invisible, aunque a la gente le cueste creer que es como la filosofía: un modo muy abstracto de acercarse a la verdad del mundo. Llega más lejos que la ciencia, que desde la física cuántica es incomprensible.

"España es un país particularmente agresivo porque ha estado cinco siglos bajo la jerarquía católica"

P. ¿Tiene más futuro que la literatura

R. Es que hay muy poca literatura que sea comparable a la música. La poesía puede. Están Sófocles, Shakespeare, Hölderlin… Cuatro gatos. Los demás son escritores de versos, no poetas capaces de inventar un mundo. De todas formas, yo no pierdo la esperanza de que las generaciones nuevas regresen a la literatura por aborrecimiento de la imagen; por aburrimiento de las series, que a la postre son tan superficiales... Acabarán sintiendo que les hace falta algo más. Y con la música pasará igual. El chunda-chunda ese los deja medio lelos, los más dotados desertarán para ir hacia la música seria.

P. A su juicio, vivimos un cambio de era, algo mucho más profundo y complejo que un cambio de época, como fue el salto del Renacimiento al Barroco. ¿Qué elementos culturales, sociales y políticos serán los cimientos de esta nueva etapa que ahora alborea?

R. Cambios de era ha habido solo dos, el paso del paleolítico al neolítico y del paganismo al cristianismo. Fueron brutales. Ferlosio tiene un libro titulado Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado. Es exacto: un cambio de era es un cambio de dioses. Empezó en los años 70 del siglo pasado. Nosotros somos primitivos de esta nueva era. Podemos intuir cosas, pero es difícil porque son cambios tremendos que se dan a una velocidad de vértigo. Lo del chip en el cerebro es una posibilidad inmediata. Es probable también que surja una indiferencia frente a la ansiedad actual por las identidades, que ahora se buscan hasta debajo de las baldosas. Dentro de poco, que alguien diga "soy catalán" sonará rarísimo, como decir "soy mesmerista".

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P. Pues bien, ¿no? Al final está pintando un futuro bastante halagüeño, más utópico que distópico.

R. Se combinará lo uno con lo otro. Cuando comenzó la Revolución francesa, por ejemplo, se podía adivinar que iría desapareciendo la nobleza pero no que el surgimiento de la burguesía traería la invasión de las ciudades por la industria, la destrucción del medio ambiente... El invento de la penicilina fue fundamental para evitar la mortalidad infantil pero implicó también un incremento demográfico tremendo en África, donde no había recursos para absorberlo, de ahí las hambrunas… Esto son consecuencias de un cambio de época, imagínese en un cambio de era. Es absurdo hacer hipótesis.

"El gran error de la Transición fue el sistema autonómico. Su supresión resolvería el problema del caciquismo"

P. Estamos pues en un momento crucial de la historia de la humanidad, en un parteaguas. Es muy interesante pero también muy agobiante para los que lo vivimos, por la obligación de cambiar nuestras estructuras mentales para adaptarnos, ¿no?

R. La presión es enorme, sí. El aumento de enfermedades infantiles y juveniles es de un 30%. El tipo de vida de los chavales supone un esfuerzo brutal, así que es normal que se disparen. Yo veo a mi hija haciendo los deberes de matemáticas al mismo tiempo que escucha cuentos de la BBC. Deberían tener armas para afrontar esta exigencia, pero la educación en nuestro país es una catástrofe desde que la izquierda se ha empeñado en enseñarnos a ser ciudadanos.

P. Usted llega a decir que el sistema de enseñanza actual recuerda al franquista. De entrada, es una afirmación que suena muy bestia. ¿La puede motivar?

R. Que no cunda el pánico [ríe]. Esto hay que aclararlo bien. Se parece al franquismo ideológicamente. Es una educación manejada por partidos sectarios, de extrema izquierda, aunque esto último ya no tiene mucho sentido decirlo. Son nihilistas, sin ningún respeto por la enseñanza. Lo único que les interesa es ganar políticamente, igual que al franquismo o la iglesia católica. Ahora bien, los contenidos en la educación franquista en el bachillerato, por ejemplo, eran cien veces mejores, más allá de las clases de religión o de Formación del Espíritu Nacional…

Felix de Azúa, durante la entrevista.

Felix de Azúa, durante la entrevista. Sara Fernández

P. Para usted, la hecatombe de la universidad ha sido particularmente grave. Como catedrático durante décadas, conoce bien el paño. ¿A quién culpa?

R. Hay muchos culpables. A las autoridades políticas solo les interesa la universidad para colocar a su gente, de modo que la han corrompido. Hoy es lo más corrupto que hay en este país.

P. Otro de sus lamentos habituales es la transformación de la política en religión. ¿Entronca esto con lo que decía Ferlosio del cambio de dioses?

R. A los nacionalistas no les interesa argumentar, rehúyen el razonamiento porque saben que lo suyo es una religión. Cuando discutía con un amigo nacionalista, llegaba un momento en que me decía: "Tú te morirás, y yo también, pero Cataluña no". Hablaba de Jesucristo, claro. Hay que tener en cuenta que tanto Cataluña como el País Vasco fueron dos lugares de enorme efervescencia carlista, y el carlismo era ultrateológico y ultraeclesiástico.

P. Baroja, de hecho, asociaba el nacionalismo vasco a los curas y, más concretamente, a los jesuitas.

R. Así es. Yo lo conozco muy bien porque estuve dando clase en San Sebastián. Tuve incluso como alumno a uno de los jefes de ETA, Txelis. Este pobre hombre tenía toda su celda tapizada con estampas de la Virgen María. Pero era brillante. Iba a hacer una tesis sobre Hegel. El cortocircuito que se produce en los cerebros de los nacionalistas es verdaderamente enloquecedor. Es algo que también sucede entre los socialistas, que ahora se están cargando el país y entregándolo a la ultraderecha más conservadora, que es la que representan los nacionalistas, pero la gente les sigue votando. ¿Por qué? Porque la palabra ‘socialismo’ es sagrada para ellos. No se dan cuentan de que el socialismo ya no existe.

"Vivimos un totalitarismo de la imagen. El conocimiento que da es superficial. El de la música es profundo"

P. ¿Y no le parece que ahora en Cataluña hay un panorama mejor que el que había en el procés, con el bloque nacionalista roto?

R. Eso es propaganda socialista. Le han dado al nacionalismo todo lo que ha pedido y han abandonado al 55% de la población que se siente española. Si eso es un éxito… El gran error de la Transición fue el sistema autonómico. Su supresión resolvería los problemas de caciquismo y feudalismo que sufre España, pero nadie lo va a plantear, ni siquiera la ultraderecha, porque hay mucha gente que vive de él. Solo una catástrofe nos puede conducir al sistema jacobino, al de izquierdas de verdad.

P. ¿Este serviría para que todo ciudadano, independientemente de la región que habite, tenga los mismos derechos?

R. El principio esencial debería ser: un hombre, un voto. Ni territorios, ni nacionalidades, ni derechos históricos. ¿¡Pero qué es eso, por Dios!?

P. Cuando echa la vista atrás y se ve defendiendo las tesis de la extrema izquierda, ¿qué siente?

R. El franquismo y la iglesia católica suponían una presión tremenda que creaba corrientes de oposición. Casi toda la juventud universitaria era de izquierdas. Y dependiendo de las amistades acababas en el PCE, en los maoístas... En mi caso, en el ‘Felipe’ [Frente de Liberación Popular], que era castrista. Grupos fantasiosos que eran un modo de convivencia. Duraba hasta que cumplías 30. Si alguien seguía ahí después, era poco digno de confianza.

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P. Cuando dejó de estar a la izquierda de la izquierda, fue seducido, como millones de españoles, por Felipe González. ¿Qué importancia tiene para usted su legado 40 años después de su gran triunfo?

R. La muerte de Franco nos produjo cierta indiferencia. Pensábamos que íbamos seguir teniendo en el poder a los mismos perros con distintos collares. No se nos pasaba por la cabeza votar. No creíamos que se fuera a construir una democracia de verdad. La primera vez que voté fue a él, ya en el 82, porque sí percibí que tenía el propósito de cambiar la cosas. Pero quien ya las había cambiado era Suárez, aunque nadie se lo ha reconocido hasta hace cuatro días. Hizo lo más difícil. Felipe también impulsó una transformación real del país. La cobardía de los que vinieron después, y el fortalecimiento de figuras como Arzallus y Pujol, acabaron con la posibilidad tener una democracia real. Aznar, por ejemplo, fue el que le dio los mayores privilegios a Pujol. A partir de ahí, el derribo.

P. ¿La propensión española al garrotazo, remitiéndonos a su admirado Goya, hasta qué punto es un mal endémico español?

R. España es particularmente agresiva porque ha estado sometida a la jerarquía católica durante cinco siglos. La gente ve hoy en los políticos lo que sus padres veían en el párroco del pueblo. La obediencia es ciega e irracional. Este es un país de fanáticos.

"No soy aficionado al fútbol, que, junto a la universidad, es el mayor centro de corrupción en este país"

P. ¿Cómo ha vivido la polarización social en torno al seleccionador nacional, que casi nos lleva al 36?

R. [Risas] No de cerca porque no soy aficionado. El fútbol, junto con la universidad, es uno de los grandes centros de corrupción de este país. Pero me alegro de que este entrenador esté ahora en las cloacas, era un chulo insoportable.

P. Quizá su chulería fuera autodefensa frente a la chulería ambiental que lo asediaba.

R. Pero eso es como si dijéramos que lo de ETA era una reacción contra el franquismo. Pues a lo mejor, pero no la justificaba.

P. Lleva poco más de una década en Madrid. ¿Se siente plenamente integrado aquí?

R. Estoy encantado. Yo estudié aquí en época de Franco. Entonces era una corrala con serenos que daban golpes con el chuzo, un sitio grotesco, berlanguiano. El cambio ha sido brutal. A mí me gustan las ciudades más pequeñas, como Oviedo o Parma. Ahí sí que me iba mañana mismo. Pero Madrid es la mejor megalópolis que queda en Europa.

P. ¿Por qué?

R. Tiene un régimen municipal racional, que cree en los técnicos, no sectario. Y la suerte de no haber sido una ciudad medieval. Los barrios góticos están muy bien para los turistas pero son invivibles: borrachos, tascas, bandidaje… Madrid creció a partir del siglo XVIII y por eso recuerda a ciudades centroeuropeas, que son mis favoritas: Viena, Praga… Su diseño invita a la ciudadanía a ser racional. Tú te bajas en Atocha y subes a Cibeles y lo que encuentras no lo hay en ninguna ciudad del mundo. Y los madrileños, que siempre han tenido mala fama, son mucho más educados que los ciudadanos de otras capitales que no quiero nombrar. Gente amable y solidaria. No la cambio por nadie. Mientras he estado cojo, no sabe cuánto me han ayudado.

P. A Barcelona la ve abandonada, a la deriva, ¿no?

R. Es una ruina. Los propios catalanes la incendian cada cierto tiempo. Bueno, lo hacen los independentistas catalanes de provincias, de Gerona. La odian porque es el único lugar donde no mandan del todo. Gentuza. A todos los que hemos vivido la Barcelona de los años 80 y 90, la capital cultural de España, nos desespera.

P. ¿La irrelevancia actual de Ciudadanos es producto de la maldición ancestral del liberalismo en España o responsabilidad de sus líderes?

R. Era un partido de gente bien formada y civilizada, de técnicos eficaces, y eso todavía en España no funciona. No culpo a sus dirigentes.

P. Pero llegó a tener un apoyo muy generoso en las urnas.

R. Sí, en Cataluña ganó incluso. La verdad es que a Rivera sí le culpo. Se equivocó absolutamente. Pensaba que podía empezar una etapa nacional. Los amigos le decíamos que no era el momento, pero no nos hizo caso. Y lo de no unirse con UPD fue otra equivocación, suya y de Rosa Díez. Pero renacerá.

P. ¿Y usted estará en la primera línea de nuevo o prefiere concentrarse en el arte en este tramo final?

R. A mí edad, y después de dos incidentes muy graves de salud, lo que me interesa son cosas muy serias. No me puedo dispersar.

P. ¿Cuáles son?

R. No se puede hablar de ellas. Son tres o cuatro, nada más.

P. En el libro recoge el final que quería para sí Nietzsche: "Desaparecer en las tinieblas de la tempestad y en mis últimos instantes ser hombre y relámpago a la vez". ¿Le vale a usted?

R. Me encantaría. Pero para que suceda algo así, incluso para escribirlo simplemente, hay que ser Nietzsche, y yo soy una bacteria a su lado. De todos modos, cuando escucho determinada música, y lo hago de verdad, con fuerza, habito en un mundo en donde soy hombre y relámpago al mismo tiempo. Relámpago o un cometa incluso, como decía Hölderlin.

Fue uno de los nueve ‘novísimos’ seleccionados por Josep María Castellet en 1970. Cuando la inspiración poética le abandonó, desarrolló una fecunda carrera como ensayista y novelista. Con Diario de un hombre humillado ganó el Herralde de novela en 1987. También ha sido catedrático de Estética por la Universidad Politécnica de Cataluña, materia sobre la que ha publicado libros como Volver la mirada. Es asimismo miembro de la RAE.