Rubinstein, Richter, Gilels, Brendel o Zacharias están en nuestra memoria como intérpretes espléndidos de la Sonata en si bemol mayor de Schubert. Colocaríamos al ruso Berman (1930-2005) en esta selección. Su recreación se nos antoja merecedora de aparecer en ese imaginario olimpo. El pianista se lanzó pronto al ruedo como virtuoso; aunque luego fue perdiendo infalibilidad de ataque y de pegada y, en sentido inverso, ganando enteros como artista, siempre manejándose con una técnica muy buena, un pedal de primera.

Su versión de la sonata schubertiana, un tanto emborronada en un apresurado final, es magnífica por el sentido expresivo, la línea, el cuidado acentual, el fraseo fino e intencionado, la amplia dosificación de colores. Canta con donosura, con amplio lirismo, con evidentes libertades de lectura y un tempo generalmente bastante moderado. Y consigue apresar la almendra poética de la partitura, que se ofrece sin repeticiones; cosa discutible. La monumental composición viene acompañada por la Sonata op. 40 nº 2 de Clementi, una obra de mucho oficio, alegremente diseñada y melódicamente valiosa, que es tocada en estilo, sin problemas.