No es frecuente escuchar hoy la versión francesa de Orfeo ed Euridice, ópera que marcó un cambio de rumbo en el estilo y en la forma, estrenada en Viena en 1762 y escrita para el castrato Gaetano Guadagni. No es fácil encontrar hoy las calidades de Gedda o Simoneau o como el haute-contre Joseph Le Gros, cuyas características hicieron a Gluck elevar cuatro tonos la línea vocal primigenia. Pero está Flórez, que, por supuesto, aplica un canto evidentemente diverso al practicado en aquella época, en la que se empleaba el falsetto. Ya se sabe que el tenor peruano canta siempre por derecho, de acuerdo con la técnica moderna, a plena voz, jugando limpiamente con los resonadores.

En esos días de finales de mayo de 2008 se encontraba en perfecta forma, con todos sus atributos en plenitud: extensión, facilidad emisora, brillo tímbrico, desahogo, fiato, capacidad de legato y de medias voces y voces mixtas, y aun falsetes reforzados. Unas noches en las que, además, el arte campaneaba sin mácula, pródigo en reguladores y matizaciones varias. Un canto coloreado, ora delicado, ora impetuoso, inatacable en los pasajes de bravura. Un canto natural, en el que la voz circula diáfana y libre, esmaltada y firme por toda la endiablada tesitura. Garmendia, más lírica, y Marianelli, más ligera, están entonadas. Dentro de lo que cabe, en estilo el trabajo de López Cobos, que consigue una buena narración dramática, falta de un vigor más decidido. No todo es exacto en el ensamblaje de los aceptables conjuntos.