Aterriza en el Teatro Real 'Eugenio Oneguin', el drama de Pushkin que Chaikovski convirtió en una ópera íntima
La obra, que celebra los 225 años del nacimiento del escritor ruso, contará con la dirección escénica de Christof Loy. En el foso, Gustavo Gimeno.
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Hace unos quince años, como primera escaramuza de la era Mortier, contemplamos en el Real una producción del Bolshoi de Eugenio Oneguin (así se escribe en los anuncios del teatro), dirigida en lo escénico por Dmitri Tcherniakov. Era una visión bastante lujosa y gigantista, conceptuosa, con alguna que otra traición al libreto y a la música, de lo que para Pushkin, autor de la obra literaria, y para Chaikovski, creador de la partitura, era un drama íntimo. Así lo demuestra esta nueva producción de la ópera, que estará en el escenario del coliseo madrileño entre el 22 de enero y el 18 de febrero.
Chaikovski en estado químicamente puro, podemos decir. Bien destilado, con toda su sapiencia instrumental y, particularmente, vocal. La ópera, por explícito deseo del autor, se estrenó en Moscú por alumnos del Conservatorio imperial el 29 de marzo de 1879 sin ningún éxito y con la partitura inacabada. La verdadera primera representación tuvo lugar, con mejor recibimiento, el 23 de enero de 1881 en el Gran Teatro de Moscú. El libreto era del mismo compositor, de su hermano y de Chilovski.
Estamos ante el drama del individuo que rechaza el amor de una joven (que ella vive también como drama) y que luego, ya casada ella, pretende recuperar. Chaikovski dibuja una música romántica de altos vuelos y de una extraordinaria vena melódica.
La anécdota de los seres que pululan por la escena, sobre todo la de los tres protagonistas, Tatiana, Oneguin y Lenski, nos alcanza muy directamente, a veces de manera casi confidencial. Hay una nervadura íntima, un drama que viven esas criaturas, cuyas reacciones y sentimientos aparecen ricamente potenciados por la música. Todo lo demás, bailes y fiestas, canciones populares, ambientes pastoriles o palaciegos, componen un telón más o menos hermoso o sugerente de fondo, y que debe ser tratado con sigilo, cuidado y contención.
Son aspectos que seguramente estarán bien servidos por la aguda mirada de Christof Loy, viejo amigo del Real y creador de la puesta en escena, garantía de análisis, profundidad y ricas ideas metafóricas para esta coproducción con la Ópera y Ballet de Oslo y el Teatro del Liceu.
Con seguridad el regista alemán atenderá todo esto y buceará en lo que Joan Matabosch denomina “ese espacio propio de la intimidad, la confidencia, la sutileza y los pequeños detalles”. Nada es en la obra, y la música matiza bien todo ello, gratuito o superficial. De ahí que la contención, la aparente modestia en la realización, pueda jugar a favor. Nos acordamos de la maravillosa y poética dirección de escena de Loy de Capriccio de Strauss.
Será de interés comprobar de qué forma se resuelve en este caso la escena de la carta, en la que Tatiana cuenta a su nodriza el amor incontrolado que siente por Oneguin. Sola, la muchacha no puede contener por más tiempo sus sentimientos y escribe una larga y apasionada misiva al caballero. Se desnuda comunicando su loco amor. La joven nos transmite ya su fiebre en un canto abrupto, irrefrenable, seguido de una exposición por las cuerdas del tema que la define. Las partes repetidas se construyen sobre motivos característicos; las partes centrales son más libres y actúan como elementos de sutura. Se alternan los recitativos y las secciones abiertamente melódicas.
Nada es en esta obra gratuito o superficial. De ahí que la contención, la aparente modestia, juegue a favor
Una oportunidad para una soprano lírica con cuerpo como la rusa Kristina Mkhitaryan, de bello tinte eslavo, buena anchura y pasajeras nasalidades. Hace una excelente creación de ese gran instante lírico. A su lado el ucraniano Iurii Samoilov, barítono de buena pasta, de metal no muy rico, pero expresivo. Lenski estará en la voz del tenor, también ucraniano, Bogdan Volkov, un lírico-ligero de notable sensibilidad. Y Gremin será el bajo Maxim Kuzmin-Karavaev, de tinte oscuro y buena redondez en graves. Hará también el secundario Zareztski. Que recordemos, en el Real ha cantado al menos en Rusalka y Halka. Una mención para la veteranísima Elena Zilio (84 años), que hará Filipievna.
En el foso se moverá, lo que es una garantía, el dispuesto, ágil y competente, manejando su diestra batuta, Gustavo Gimeno, elegante y, por lo que hemos visto, muy conectado con la ópera rusa. Formidable fue su versión de El ángel de fuego de Prokófiev.