Teatro

Gian Carlo del Monaco

"El teatro es como la vida"

24 enero, 1999 01:00

El pasado 1 de noviembre, la soprano barcelonesa Victoria de los ángeles cumplió 75 años. Con este motivo, su amiga Alicia de Larrocha ha convocado a algunos de los mejores músicos españoles -la concertista de castañuelas Lucero Tena, el violinista Agustín León Ara y los pianistas Joaquín Achúcarro, Juan Antonio álvarez Parejo y Miguel Zanetti- para rendir homenaje a una de nuestras más grandes figuras de la lírica. La cita será mañana, lunes, en el escenario del madrileño Teatro de la Zarzuela.

"Tres católicas austríacas" o "Casandra en la cocina" podría haberse titulado esta obra -"Las presidentas"- de Werner Schwab, un autor muerto antes de cumplir los treinta y seis años y que se inscribe, por voluntad propia, en la tradición del llamado "teatro popular", un género que tuvo sus mejores momentos con Horváth y que ha sido revisitado, entre otros, por Brecht, por Turrini y por Elfriede Jelinek. Werner Schwab le añade un componente trágico, que puede denominarse "post-moderno", y un lenguaje, que los alemanes han dado en llamar no escatológico sino sólo y simplemente "fecal". La basura, las heces, el excremento forman el tejido de esta obra, que no deja de ser uno de los espejos cóncavos de nuestra sociedad. La escenografía de La Duna así lo entiende y el escenario es un mar de escombros, material de derribo, escoria industrial, detritus, desecho y botellas de plástico vacías, entre las cuales flota una isla con una mesa, tres sillas, varios somieres y un televisor. Schwab practica una manera austríaca de esperpento: un cuadro de costumbres en un paisaje de zona marginal, en el que tres mujeres, enfrentadas cada una a la penuria de su propia existencia, construye un edificio de defensa, amurallado sobre el disimulo, la mentira y la ilusión. "Me he permitido el televisor" -dice la partidaria de Juan Pablo II y del ahorro -que cuenta los fantasmas de su vida e inicia así un concierto a tres voces, en el que cada una de las tres hablantes interviene con su personal pliego de agravios y su propio catálogo de injurias, miserias y carencias: el desamor, la soledad, los hijos... La segunda es un prototipo del proletariado fascistoide, con su culto canino y su correspondiente desprecio del trabajador extranjero. La tercera es acaso el personaje más típico del teatro de Schwab: el más sorprendente y el mejor logrado; el que, por la violencia de su gestos y frases, más hace reir. Claro que se trata de una risa tersa, derivada de la situación y del lenguaje y del tierno horizonte de esperanza que la protagonista pone dentro de él. Schwab se sirve de ella para focalizar su crítica social y religiosa: para caracterizar indirectamente al clero y para describir las creaciones y productos de la más alta clase social. La protagonista se refiere con naturalidad a ello y habla continuamente de su flamante hoja de servicios y de la habilidad desempeñada en el desatasco de retretes de "mucha gente, rica y elegante". Miguel Saenz ha sabido reproducir en su versión toda la gama de matices y semas que existe en torno a la defecación y a lo que, para Werner Schwab, son su metonimias: escobillas, cadenas, papel higiénico... Hasta ha acertado a traducir ese difícil giro con que la hablante llega a culminar su fecal parlamento: "y se tiene la misma impresión que si se diera la mano a alguien". Así dice al referir su destreza y manual navegación por el curso medio del wáter. La fe católica, el sexo y la caca centran la conversación del primer movimiento; en el segundo, los temas tratados son la religión y la política con claras alusiones al pasado de Austria y a las zonas oscuras de su historia, que nadie tiene la intención de remover. Scwab consigue aquí una rima en grado cero, de tanta eficiencia como el histórico silencio estructural. Planea sobre él, pero apenas lo roza: lo sugiere, lo muestra y lo vuelve a tapear. Todo, muy austríaco, como la borrachera cíclica que padece Gretel o la tentación de la música que sufre Mariel. Schwab pone al descubierto el imaginario individual de cada una de estas mujeres y de sus respectivas casas y, a partir de ellos, reconstruye el de la totalidad. Lo hace hasta con la comida y la perrita, y lo equilibra con el relato escatológico, que permite reconstruir el imaginario de Mariel. Scwab contrapone sueño y verdad, realidad y deseo y muestra cómo estas tres mujeres de la capa más baja viven acorazadas en la fabulación y el espejismo, como Austria también. Por eso cuando la más ingenua de ellas viola la ficción del pacto, las otras dos caen sobre ella y le cortan el cuello. La sangre rima ahora con la mierda anterior. "Las presidentas" es una profunda y brutal crítica de Austria: de su pasado, de su presente y de su sótano más íntimo, secreto e interior. Carmen Portacoeli ha sabido entender toda la orografía de la obra, y Lourdes Barba, Mercé Aránega y Lina Lambert consiguen una vibrante y creciente interpretación, de la que es imposible no salir conmovido.