Teatro

Conocer gente, comer mierda

31 enero, 1999 01:00

Rodrigo García (Madrid, 1964), fundador de La Carnicería Teatro, abre La Alternativa el 2 de febrero con "Conocer gente, comer mierda". Ésta es su descripción de la obra.

Os voy a contar lo que hacemos en el teatro, así no teneís que venir. Aparece un tipo vestido con un traje de chaqueta beige y pantalones campana y una chica vestida con pantalones campana a rayas y camiseta apretada. Zampan bolsas y bolsas de patatas fritas y leen el Eclesiastés. Se llenan la boca con pelotas tremendas de masa babeante y grasienta de patatas fritas y salpican palabras como "vanidad de vanidades, todo vanidad". Echan la pota al lado del libro sagrado y continúan la lectura, un buen rato.
El tipo va a una mesa que desborda toda clase de porquerías: latas de tomate, muñecos a pilas, tocadiscos, copas, ropa, un rastrillo de lo más curioso. Se proyecta una película pornográfica y el de beige decide clavarse su camisa a la mesa. Coge clavos grandes y un martillo y se machaca una manga y el cuello de la camisa. Treinta martillazos después le llega el turno a la otra manga, a duras penas, con la mano que le queda, medio inmovilizada. Al final se marca un baile. La música, desde Olivier Messiaen o de Arvo Part, a Napalm Death o Fear Factory.
La chica coloca tomates enteros pelados en un tocadiscos que gira que te gira y después de marearlos al son de "Earth Wind and Fire" los fríe en una sartén. A la sartén va a parar un oso muy bonito, que baila con un paraguas y dos pilas medianas. Así hasta que se chamusca vivo.
LLega un niño de 9 años y habla con él. El niño escucha, ve y se marcha. El tipo y la tipa comienzan a darse de hostias. Se ponen de hostias hasta arriba. No son hostias, en realidad, sino una especie de organización coreografiada del esfuerzo que hace un cuerpo contra el otro, una exhibición del disgusto.
Como si fuera poco, el hombre y la mujer compiten en un auto-asfixiarse con bolsas de plástico transparentes. Cómo contaros los colores que toma la piel del cuello y de la cara, y que boca de pescado buscando oxígeno se les pone. Y van por fin a hablar, para decir esto que os diré ahora y que, una vez leído, os hará exclamar seguramente a más de uno: "¿para ésto se ha hablado?"

Dice el tío: nunca he visto a mi padre pegar a mi madre, ni a mi madre pegar a mi padre, ni recuerdo que me hayan golpeado: así de distantes andábamos los tres por casa, toda una vida. Y replica la tía: la capacidad de vivir ampliada. La ampliación de mi capacidad de vivir de 100 por ciento al 141 por ciento. Nuestra capacidad de percibir al 143 por ciento y nuestra capacidad de empalmarnos al 165 por ciento y (...). Cada vez que creo en ti como nadie ha creído en ti como nunca he creído en nadie, no te miro a los ojos. Miro hacia mi mismo, es decir: lo que tus palabras modifican en mi. Tu sonoridad es mi reflexion.
Y así un buen rato, con otros parlamentos por el estilo. Ni que deciros tiene que hay una interesante galería de interrelaciones sociales, de personajes representados por bragas y calzoncillos inmaculados que, poco a poco, se van manchando de nocilla, "ketchup" y leche entera, cada cosa, evidentemente, simbolizando lo que todos os imagináis, en caso que imaginéis unas braguitas con "ketchup", un calzoncillo con nocilla y salpicaduras de leche por doquier.

Sigue la obra con cuerpos que no consiguen dormir y dan miles de vueltas en colchones a rayas y con pelucas ahítas de luces de navidad. Se proyecta una película con gente que cae redonda al suelo y se dispara de lo lindo con una Parabelum de 9 milímetros. En eso el tipo dice: jamás corté carne pensando en que se trataba de gente. Me ponía el delantal, los sábados por la mañana, y bajaba a echar una mano en la carnicería. Ni a los doce, ni a los trece, ni a los dieciséis años partí un filete pensando en nadie, ni piqué cerdo, ni serré costillares con la cabeza puesta en otra cosa que aquello que seccionaba: vacas, marranos muertos para comer. Y la chica: el deseo es infinitamente más respetable que el amor. El deseo se apaga, el amor se diluye. El deseo expira, el corazón patalea. En fin, un montón de mierda junta es lo que veríais, si no hubiérais leído esto que, repito, está escrito para evitaros el desplazamiento. Pero eso sí, mierda muy organizada.
Esta experiencia teatral la hemos dedicado a los niños. Es la materialización de algo que ronda en las cabezas: el sentimiento de que las cosas no van del todo bien, que uno debería hacer algo para cambiar, si no su modo de vida -una utopía idiota- al menos la información que deja para consumo de las nuevas generaciones. La pieza dura en realidad mucho más, pero es más de lo mismo: hostias, palabras, ambientes ingratos. Se han repartido algunas invitaciones para verla. Si por casualidad os llega alguna, tiradla.