Teatro

Treinta años de reinado visual

28 marzo, 1999 01:00

Los años sesenta vinieron afortunadamente belicosos y el teatro de aquellos años reaccionó ante las prohibiciones y ante la necesidad de superar las lenguas. Hacerse entender al mismo tiempo que proponían un espacio y un tiempo de libertad fueron los criterios principales de lo que pasó.

1960-70: El sueño de la obra de arte total tenía que apartar también a la palabra, aunque quizá la apartó demasiado. Entre Gordon Craig y Adolphe Appia se habían sentado las bases para nuevas expresiones escénicas. Otros movimientos, venidos desde Estados Unidos con el aliento de John Cage, aportaron su grano de arena y se impuso una nueva manera de hacer teatro que suponía que el espectador era parte de lo que ocurría en el espectáculo. Las palabras participación y provocación iban de la mano junto a otras como sensación, gestualidad. Eso y lo que se llamaba "happening" y "event" y expresión corporal. Se creyó por un tiempo que la palabra impedía expresar los verdaderos sentimientos. Una equivocación que dio mucho juego y excelentes frutos. Los mayores del lugar recuerdan bien al Living Theatre, de Beck y Malina. Los especialistas recordarán también a La Mama o a Bread and Puppet. Destacó Roy Hart, que como muchos de los que le siguieron tuvieron problemas con sus cuerdas vocales pasados los años.
Aquí, en España, el teatro independiente incorporaba algunas pocas cosas de lo que podían contemplar por ahí fuera. Hasta que de pronto llegó un tal Lindsay Kemp con "Flowers" y se lió una buena.

1970-80: La semilla ya estaba plantada y esa clase de teatro conectaba bien con las demandas estudiantiles. La importancia del gesto, de los elementos ajenos a la palabra, de la luz y la escenografía fue ganando terreno. El gesto, el grito, la mímica y el salto compendiaban todo lo que las palabras no podían decir, bien por desconocimiento, bien porque la censura lo habría prohibido. Desde luego, es imposible prohibir un llanto o un alarido desolador; de ahí el éxito. Muchos años antes, Sara Bernhardt hizo algo parecido.
Salvador Távora y La Cuadra arrancaban emociones con todo lo que no es texto, con el miedo, con el riesgo físico, que el paso de los años ha matizado y diversificado. Desde Polonia, Tadeusz Kantor (un pintor metido en un escenario) interpretaba ese mensaje a su manera y con éxito. La danza se mezclaba con el teatro, la acrobacia y el mimo.
Sin embargo, aquella semilla iba a servir para otras rabias teatrales. La incipiente democracia española vio nacer a La Fura dels Baus y se crearon por toda Europa grupos similares, pasmados por la potencia del grupo catalán. Aquí supuso un revulsivo. Ese teatro de la no palabra dejaba entrar frases y abandonaba la provocación y la búsqueda de la participación para detenerse y profundizar en el goce estético y la ideología compleja.

1980: Un matemático estadounidense llamado Robert Wilson entró en escena y un joven bailarín belga llamado Jean Fabre se excedía en el minimalismo. Triunfaron en los festivales y tuvieron muchos seguidores, especialmente en el norte de Europa. Studio Hinderik, de Holanda, cautivó varias veces aquí, con "Alcantarilla" y con "Train". Lo mismo que la compañía Perskpet y tantas otras.
Todo era incatalogable, como el teatro danza de la gran Pina Bausch o algunos experimentos de Merce Cunningham. Danza, teatro, poesía, luz, música, cuerpos, todo junto, pero apenas la palabra. Iba pasando el tiempo, cambiamos de decenio dos veces y en los ochenta todo ese rapto del gesto se había transformado en una manera de hacer teatro que hoy tiene insignes seguidores y en la que se ven posibilidades de futuro.
Cuando llegaron los primeros canadienses geniales, Carbonne 14, con "Rail", sedujeron al respetable, mitad con pocas palabras, mitad con el movimiento y una coreografía de enorme sutileza. De ahí a las propuestas del otro canadiense, el señor Lepage, hay un paso lógico. Wilson sigue indagando teatralmente su discurso de la lentitud y la casualidad y La Fura se atreve con Fausto y con Federico García Lorca.
Desde que en 1972 un alcalde puso bandos por las calles de su ciudad clamando contra Els Comediants, después de "Non plus plis", hasta hoy ...ha llovido mucho. Lo mismo que ha llovido desde que una vez, Judit Malina se acercaba a un espectador asustado y le proponía amarse. Hoy, a lo peor, eso, más que una provocación, sería un problema.