Teatro

La compañía de la coreógrafa alemana se presenta en Barcelona con "Masurca fogo"

20 junio, 1999 02:00

El Teatro Nacional de Cataluña despide la temporada con el último trabajo de Pina Bausch: "Masurca fogo", un espectáculo que recoge las impresiones de la artista y de su compañía -la Tanztheater Wuppertal- sobre Lisboa, tal y como hiciera años antes con Roma, Madrid, Los ángeles o Hong-Kong. En esta ocasión la coreógrafa ha elegido ritmos de fado y valses brasileños mezclados con otros de jazz y tango.

El final de la temporada del Teatro Nacional de Cataluña tiene una clara protagonista: la danza. A lo largo de su primer curso al frente del coliseo, Domènech Reixach ha apostado claramente por una programación "que huya de lo fácil e invite a reflexionar, que apunte al espectador que busca en el teatro algo más que diversión", según sus propias palabras. El broche de oro para la temporada no puede ser, en ese sentido, más coherente: "Masurca fogo", el último espectáculo de la bailarina y coreógrafa alemana Pina Bausch al frente de la compañía Tanztheater Wuppertal, que ella misma fundara en 1973, podrá verse en la sala grande del teatro entre el 25 y el 28 de junio.

Las ciudades de Pina
"Masurca fogo" no es un montaje aislado en la trayectoria de Bausch. Todo lo contrario: es un eslabón más de una cadena que la creadora iniciara con "Viktor" en 1986. En aquella ocasión, su personal percepción de la ciudad de Roma le inspiró un espectáculo -y un homenaje a la capital italiana- donde no pretendió ofrecer un retrato típico de la ciudad, sino observar los gestos y expresiones de sus habitantes, adivinar sus deseos, sus creencias o las motivaciones que generaban el movimiento. Más que "el modo en que se mueven las personas", Bausch se confesó interesada por "lo que hace que las personas se muevan."
No es extraño, si atendemos a las señas de identidad de su trabajo, que difumina las fronteras entre danza y teatro: Bausch prefiere trabajar con bailarines a hacerlo con actores, porque el cuerpo y su maleabilidad pesan mucho en sus montajes, pero cuidando al máximo la expresividad, transmitiendo no sólo un mensaje emocional y estético, también una historia.
Después de Roma, otras capitales europeas han servido a la coreógrafa de excusa para la creación de sus sucesivas obras, en la misma línea. En 1989 estrenó "Palermo", sobre sus impresiones de la capital siciliana; en 1991 fue Madrid a la que dedicó "Tanzabend II"; seguirían "Nur Du", sobre Los ángeles, en 1996 y "Der Festerputzer", alrededor de Hong Kong, un año más tarde. En 1998, su particular ruta estética por las ciudades recaló en Lisboa, a raíz de un encargo del Festival de los Cien Días, previo a la Expo 98.
En el programa de mano del estreno lisboeta de "Masurca fogo" -en abril del año pasado- explicaba el escritor José Sasportes la génesis de aquella invitación: Pina Bausch llegó por primera vez a la capital portuguesa con su Tanztheater Wuppertal en 1989. Su relación con la ciudad y con sus artistas -de Antonio Tabucchi a Teresa Salgueiro (Madredeus)- fue, desde un primer momento, de profunda seducción, y eso facilitó su regreso en dos ocasiones más. En 1997, Bausch y su compañía se instalaron en Lisboa para crear "Masurca fogo" a partir de las impresiones que la ciudad despertaba en cada uno de los bailarines.

Partir de la improvisación
Como es habitual en el proceso de trabajo de la creadora, las improvisaciones de los integrantes de la compañía dieron forma al espectáculo. "Trabajamos juntos gran parte del día, ensayando, y por la noche, cada uno sale hacia donde le apetece, en busca de algo…", explicaba Bausch a propósito de aquel proceso de trabajo. "Propongo preguntas abiertas sobre cualquier tema y ellos responden como quieren. Es un proceso muy abierto, a través del cual intentamos llegar al fondo, a lo íntimo. Cuando alguien encuentra algo que le interesa especialmente, lo comparte con el resto de la compañía."
En "Masurca fogo" la interpretación de los 21 bailarines se superpone a la escenografía multidisciplinar creada por Peter Pabst, colaborador habitual de Bausch, y a una música que, sin olvidar lo portugués, pretende proyectarse hacia horizontes más amplios. Así, los fados de Amalia Rodrigues o Alfredo Marceneiro, los tambores lusitanos de Grup Rui Junior, los valses brasileños de Radamés Gnattali o los tangos de Gidon Kremer se mezclan en esta propuesta con Duke Ellington, Ben Webster, Leon Parker o The Alexander Balanescu Quartet.

Adios a la música clásica
Para aquellos que se extrañen de la ausencia de compositores clásicos en la selección, una curiosidad: Pina Bausch dejó premeditadamente de utilizar piezas de los grandes compositores que hasta entonces acompañaban su trabajo -Gluck, Stravinsky, Bartok- en 1978, cuando estrenó "Kontakhof". ¿Con qué finalidad? Que la heterogeneidad de sintonías se adaptaran a cada espectáculo como si fueran una única pieza ininterrumpida, bailable de principio a fin.
La personal mirada de Bausch se percibe en el producto final, una vez más. Ahí están sus sempiternas preocupaciones: la libertad, la incomunicación; su enorme narratividad, su expresividad anclada en lo teatral, todo lo que ha hecho que muchos consideren su trabajo como un género propio, bautizado como danza-teatro.
Los madrileños conocen bien su trabajo. En 1985 actuó en el Festival de Otoño con "Café Möller", considerada como su pieza más intimista y el pasado año lo hizo en el Teatro Real con "Ifigenia en Taúride", la primera de sus coreografías con esta compañía, y "Claveles". A esta alemana de casi 60 años, que el mes pasado recibió el prestigioso Premio Europa de Teatro -conseguido, entre otros, por Giorgio Strehler, Heiner Möller o Bob Wilson- no dejan de brotarle hijos entusiastas en los escenarios de todo el mundo.