Teatro

Sangre nueva en Gracia

24 octubre, 1999 02:00

Esta temporada es la última que el Teatre Lliure de Barcelona pasará en el barrio de Gracia, antes de trasladarse definitivamente al Palacio de la Agricultura. La pretensión de sus actuales directores es que una nueva generación de creadores mantenga la sala abierta en un futuro. En este sentido, el montaje que esta semana se estrena allí -"Fashion Feeling Music"-, es un personalísimo trabajo ideado y protagonizado por una generación de actores, de 25 años de media de edad, que también son músicos y que muy bien podrían ser los elegidos para el relevo.

"Quiero hacer un espectáculo con actores que sean músicos, partiendo de una investigación en torno a los sentimientos y con un claro referente social". Tal fue el proyecto que planteó, hace sólo unos meses, el director Josep Maria Mestres a Lluís Pasqual y Guillem-Jordi Graells, corresponsables del Teatre Lliure de Barcelona. El resultado de aquel germen teatral, tras tres meses de trabajo en equipo -todo un lujo en los tiempos que corren-, se llama "Fashion Feeling Music". Se estrena el próximo día 28 y representa, a todas luces, la irrupción de sangre nueva en el escenario de Gracia.

"Yo tuve claro", explica el director del montaje, "que para realizar aquel proyecto necesitaba actores muy jóvenes y con mucho talento. No creo que sea absurdo hablar ahora de una nueva generación de actores y actrices que llega al Lliure. Tal vez ya tocaba".

El equipo de actores tiene una media de edad de 25 años, y también una dilatada experiencia teatral. De hecho, Mestres ya había trabajado con todos ellos en anteriores proyectos, y los conocía bien. "Si no hubiera sido así", añade, "no habría podido ni plantearme esta locura." ¿La nómina de este testigo generacional? Hela aquí: Judith Farrés, Elena Fortuny, Julio Manrique, Marta Marco, Raimon Molins, Xavi Sabata y Albert Triola. Son sólo siete actores pero dan vida a más de cien personajes, además de tocar el violonchelo, el violín, el clarinete, el saxofón, la percusión y el piano, entre otros instrumentos.

Investigar los sentimientos

Mestres quería investigar acerca de los sentimientos que imperan en un mundo dominado por las leyes del mercado y de la cultura única, "donde se nos ordena cómo debemos vestir o qué debemos beber constantemente." Y le interesaba hacerlo, explica, "aprovechando el imaginario y la sensibilidad de estos actores, de los que me fiaba mucho, y también trabajar alrededor de algunas ideas que me preocupan."

Partiendo de esas premisas y de un método de trabajo personal, a mediados de julio Mestres se encerró con su equipo de actores-músicos en una sala de ensayos. A sus criterios dramatúrgicos se sumaron las pautas melódicas de Carles Puértolas, responsable de la música del montaje. La improvisación -teatral y musical- de los actores, la selección, la depuración de ideas y la repetición hicieron el resto a lo largo de veinte días, transcurridos los cuales el equipo se concedió unas vacaciones. Todos, a excepción de Lluís Hansen, que durante el mes de agosto reelaboró el material, lo dramatizó, lo transcribió y lo convirtió en la base textual de un espectáculo de creación colectiva en el que no es difícil adivinar el grado de implicación de los intérpretes con el texto final (de hecho, en algunos fragmentos de la obra, los personajes adoptan los nombres de los actores).
"Mi única referencia para este trabajo de improvisación era el mundo del circo", explica Mestres, "pero en esta ocasión me he sentido más libre que en ninguna otra, y también más asustado, con una enorme sensación de vértigo. De algún modo, si pretendes montar ‘El jardín de los cerezos’ sabes a qué atenerte. En cambio aquí, hasta tres semanas antes del estreno estuve cambiando escenas de lugar. La libertad genera pánico."

La juventud de los actores, explica el director, determinó, en cierto modo, las preocupaciones que refleja el montaje, aunque Mestres hace hincapié en que eso no lo convierte en una obra generacional: "No nos dirigimos a un sector determinado de público, aunque es obvio que tal vez con actores tan jóvenes también sea fácil captar a otra generación de espectadores. Pero la obra habla de nuestra sociedad, en general."

"La cotidianeidad y el sentimiento como puntos de partida dramatúrgicos, sumados a las preocupaciones individuales del equipo de intérpretes", añade Mestres,"han dado lugar a un espectáculo en el que se aborda la homosexualidad, el sexo, la infidelidad, la droga, el precio del éxito, o el racismo. No hay un solo hilo conductor, aunque sí historias hilvanadas a lo largo de varias escenas. No es teatro musical, pero la música interpretada en directo juega un papel muy importante, y no sólo para subrayar las emociones."

Todo ello en el marco estético y referencial de la moda -el escenario de Pep Duran es una gran pasarela y los personajes actúan a veces como inauditos modelos-, y con la agilidad de un frenético desfile que no deja de arrojar una crítica mirada sobre algunos de los problemas que nos afectan hoy, desde la incomunicación a la marginación.

"El mundo de la moda actual, cambiante, pero también repetitivo de otras épocas, nos servía muy bien como paradigma de estos tiempos. Junto a escenas más convencionales, donde las características de los personajes sustentan la acción dramática -como la del tetrapléjico que contrata los servicios de una prostituta- hay otras más corales basadas en el ritmo, la sorpresa y la sucesión constante de situaciones y personajes y también en un desborde de energía que llega a convertirse en signo distintivo del montaje".

"Quería hacer un espectáculo pretendidamente provocador", afirma Mestres, "mezclando crítica con sentido del humor, y también con descarnado dramatismo, de modo que fuera tragicómico, como la vida misma: la carcajada puede surgir en el momento de mayor tensión." Tal vez, al hacerlo, Mestres se haya acercado mucho al espíritu del primer Lliure, ése al que -decía hace unos meses Lluís Pasqual- habría que volver, pero con caras y energías nuevas.

Futuro incierto

Tal vez en ese espíritu radique la clave del futuro de la histórica sala de Gracia, una vez que se inaugure dentro de aproximadamente un año, la nueva sede del Palacio de la Agricultura.

Aún no está claro quién heredará el viejo teatro -que ha acogido al Lliure durante 30 años- pero sí que la presente temporada es la última programada en este local y que la inauguración de las nuevas instalaciones tendrán lugar entre septiembre y diciembre del año 2000. Así las cosas, Lluís Pasqual, codirector de la sala, no esconde la satisfacción que le produciría permanecer relacionado con la sede histórica, pero sin olvidar que la continuidad de su programación debería recaer en un equipo de gente joven. Tal vez éste sea el momento de nombrar herederos.