Teatro

Teatro y compromiso

Pavorosa neutralidad

21 noviembre, 1999 01:00

Sevilla reúne mañana a varios dramaturgos extranjeros y españoles para hablar del teatro comprometido en el umbral del tercer milenio. Organizado por el Centro Andaluz de Teatro, los autores tendrán ocasión de exponer qué entienden por aquel concepto que un día significó resistencia y contrapoder y que hoy ha entrado en fase de extinción.

Igual que el extinto Rafael Alberti se preguntaba hace años ¿qué cantan los poetas de ahora? habría que preguntarse ¿qué hay en los escenarios de España de este fin de milenio? Rafael se preguntaba, simplemente, por el compromiso. El compromiso está devaluado. Y no solo el del presente, sino el del pretérito. Basta escuchar la fusilería que desde iracundas trincheras liberales se ha descargado contra Alberti, difunto en vida hace ya algunos años. El compromiso está de capa caída en todos los órdenes de la vida y no es cosa de cargar ese repliegue solo sobre las asendereadas espaldas camineras de la farándula. Caminantes fueron siempre los cómicos de la legua, que habían de acampar como su nombre indica, a una legua por lo menos de villas y ciudades. La conformidad cortesana de estos tiempos ni aminora el sobresalto vital de los autores ni abre los mercados equitativamente ni proporciona réditos liberadores. La nada, a cambio del compromiso. En consecuencia, hoy se aspira más a la subvención que a la subversión.

Me estoy refiriendo, según se colige fácilmente, al compromiso como contrapoder, como resistencia desde el activismo del pensamiento y la práctica teatral. Me estoy refiriendo como oposición a la impunidad de los poderes dominantes. El compromiso con el poder establecido, en cambio, está en alza. Los intelectuales orgánicos deciden que no hay salvación fuera del sistema. Y así es. Y no es que el teatro se de más prisa que otras manifestaciones en esta mojiganga y jeribeque. El teatro español actual, los autores españoles de ahora, no están con el poder ni contra él: están en el limbo, como la poesía o como otras taifas domeñadas. Están exentos, incontaminados.

"La torna" de Els Joglars

La incontaminación del arte, sobre todo del teatro, que es el que tiene más capacidad de agitación, ha sido siempre objeto de los puristas del orden y la estética. Y se dice, entonces, que el único compromiso del artista es con su arte. Por supuesto, esa fidelidad se les supone a los artistas como el valor a los militares. Pero aquí hablamos de compromiso con el tiempo y con la historia; hay ejemplos a docenas de que éste no tiene por qué anular al otro. Y no puede decirse, como afirman algunos, que en el teatro actual ese compromiso existe, pero que la democracia permite su expresión y que, por lo tanto, no hace ruido. Democracia había en el 77, aunque aun tierna y recental, y un consejo de guerra encerró a Boadella y a los Joglars que no pudieron escapar a tiempo, por apología del terrorismo en "La torna". El compromiso de Els Joglars en los últimos años es la irreverencia con instituciones seculares como la Iglesia ("Teledeum"); y, sobre todo, acabar con Pujol y el pujolismo (Ubú president), lo cual no es poco. En estos momentos, la idea de compromiso no fructifica, es esporádica y aislada. Y se materializa en algunas obras sobre las bandas neonazis como "Cachorros de negro mirar" (Paloma Pedrero) o en la inmigración magrebí y los cascotes del Muro de Berlín que rebotan en nuestro suelo; "La mirada del hombre oscuro" y "Rey negro", de Ignacio del Moral, o "Sin techo", de Jerónimo López Mozo; o en la revisión de los escombros de ideologías emancipadoras en desuso: "Cartas de amor a Stalin" (Juan Mayorga) y "Los enfermos" (Antonio álamo). Todo esto es perfectamente digerible por la sociedad, los gobiernos y los agentes "amplio espectro" del orden.

Se revisa a Stalin y todo lo revisable y, sin duda, desde una visión de progreso; más no se revisa a Franco ni al franquismo. Y mucho menos al posfranquismo de la transición; y menos aún las perversiones de la democracia. Por supuesto que esto no anula la calidad de muchos autores jóvenes ni la vitalidad, con futuro, del circuito alternativo. Aunque hoy las cosas de candilejas, como ya no existen candilejas, no van por la línea del compromiso, palabra que a muchos cadáveres exquisitos de la derecha y de la izquierda les parece una ordinariez. También les parece de mal gusto la aristada y un poco ácida marginalidad de Ortiz de Gondra. ("Metropolitano", "Dedos"). Habrá que ver cómo evoluciona esta singularidad de un componente del entorno del premio Marqués de Bradomín.

Y se ríen (los cadáveres exquisitos) aunque lo desdeñan, cuando Juan Margallo con "Ciasyclós" sugiere, por la vía de la parábola y de la analogía, la voladura del sistema; y evoca levemente perfumes de Tábano y de "Castañuela 70".

En estas circunstancias, para hablar de compromiso, hay que volver la vista a Alfonso Sastre, siempre extramuros, siempre en el filo de la navaja, con una obra ingente y la mayor parte sin estrenar. O a la Generación Realista, que se pone poco -salvo Buero Vallejo, cuyo realismo tiene otros componentes- porque dicen que está obsoleta.

Nuevo teatro español

O a los del Nuevo teatro español, de los 60 y 70, que dicen que también. Aunque negara la estética realista, este grupo heterogéneo y numerosos (Miralles, Romero Esteo, López Mozo, Martín Iniesta, Luis Matilla, José Ruibal, García Pintado, Domingo Miras, Martínez Mediero, Luis Riaza y algunos más), no establece la incompatibilidad de compromiso u oposición al régimen y depuración estilística. En estos nombres está, creo yo, la reserva no usada de la regeneración del teatro español. Más no creo que las cosas vayan a ir por ahí. Las cosas están yendo por una calidad escénica sin grandes confrontaciones, aunque con incursiones muy sugerentes en la reciente historia de España como la trilogía "Las manos", de Yolanda Pallín, José Ramón Fernández y Javier Yagöe. Habrá que esperar la segunda y la tercera parte. Se busca el acabado formal, la modernidad de "Arte", por ejemplo, refinada e intelectual a la que Alberto Miralles, antes citado, califica un poco hiperbólicamente como "la perfección de la nada". ¿Por qué ha ocurrido todo esto? ¿Por qué el ímpetu del teatro independiente y la adecuación a los tiempos nadie lo ha heredado? ¿Es que muerto Franco se acabó la rabia? No. Muerto Franco, vino una transición equilibrista, un PSOE apócrifo y una derecha más o menos genuina que nos trajeron algunas libertades y otras muchas cosas, y dejaron como estaban algunas otras. Siempre habíamos creído que el compromiso sería innecesario cuando la sociedad alcanzara una libertad paritaria y una equidad razonable. No parece que ése sea el caso. Esta democracia de hoy vivaquea feliz y campestre entre la corrupción como sistema y el crimen de Estado como arma política. ¡Qué tiempos! ¡Qué argumentos para autores con regocijo crítico y satírico y con espíritu belicoso! Pero o no existen o no los estrenan. Porque esa es otra: la mentalidad de empresarios y programadores.

Aparte de algunos chispazos de las salas alternativas, parece ser que el teatro público, el CDN, esquien programa un calendario más elocuente y políticamente arriesgado. Al menos ahí es donde se ha estrenado "La Fundación", que sigue siendo un grito de libertad; y el "San Juan", de un exiliado irreductible y maldito, Max Aub. O "Pelo de Tormenta", de Paco Nieva, que andaba entre tinieblas. Aunque creo que el compromiso, tal y como lo concebimos desde que lo formuló Jean Paul Sartre, es otra cosa.