Teatro

Lo mejor y lo peor del Festival de Otoño

28 noviembre, 1999 01:00

Del certamen de la Comunidad de Madrid, que hoy se clausura, crítica y público han coincidido en alabar a Vicky Peña y Montserrat Carulla por "La reina de la belleza de Leenane". "La sangre de los Labdácidas" suscitó pasión y " El pájaro de fuego" polémica. Que "Esperando a Godot" se presentara con una penosa traducción es otro asunto. Las opiniones están ya servidas

La palabra festival contiene la resonancia del origen de la fiesta, "de un lado en relación con el ritual. De otro, con la orgía", como lo clasifica Juan Eduado Cirlot en su indispensable "Diccionario de símbolos". Los festivales internacionales de teatro que se han realizado en España, en paralelo con el advenimiento de la democracia, han educado a una generación teatral que agrandó sus horizontes gracias a la lección aprendida directamente de los maestros teatrales de todo del mundo. El mítico "Mahabaratta" de Peter Brook pudo verse en Madrid, en 1985, entre otras razones, porque el Festival de Otoño era uno de sus coproductores.

Los últimos trabajos de Tadeusz Kantor, de Bob Wilson, de Andrez Wajda, de Ingmar Bergman, de Peter Stein, de Darío Fe... pudieron poner la pica en los escenarios madrileños, con la antorcha de su teatro de la verdad. Strehler y los grandes teatros públicos de toda Europa; las festivas compañías de teatro oriental; las siempre sorprendentes e impecables compañías soviéticas; la Royal Shakespeare Company... Madrid llegó a tener dos grandes festivales, el Internacional de Teatro, capitaneado por el imprescindible promotor teatral, Anel Goldenbeng, con una de las agendas mejor dotadas del mundo; junto con el equipo madrileño de la Asociación Caballo de Bastos. El Festival Internacional de Teatro de Madrid, (sostenido por el Ayuntamiento, la Comunidad y el Ministerio de Cultura) se celebraba en primavera, la misma fecha en que se realizaban en Atenas "Las Grandes Dionisíacas", con las que se pretendía honrar a Dioniso, dios protector del teatro. La desaparición de este certamen dejó al Festival de Otoño toda la responsabilidad de ser el escaparate nacional e internacional.

La XVI Edición del Festival de Otoño de Madrid está permitiendo la comparecencia en directo de la obra de algunos creadores escénicos punteros en el panorama internacional del espectáculo. Mlkhail Baryshnikov vuelve a deslumbrar con la elegancia y virtuosismo de su danza, en el espectáculo "White Oak Dance" empeñado en demostrar que es el tercer eslabón de la mítica cadena de bailarines rusos de este siglo, tras Nijinsky y Nureyev. Es el único de estos tres mitos que sigue vivo. Asistir al arte de su danza es un privilegio histórico.

Sellars, enfant terrible

Peter Sellars, un "enfant terrible" de la escena internacional (incluyendo la dirección de ópera, radio, cine, vídeo, música, danza, o televisión) ha estrenado, por fin en Madrid, su montaje sobre la obra de Stravinsky, "Historia de un soldado". La sequedad de su propuesta ha sido recibida por el público madrileño con fobias y filias. Crear polémica desde un escenario es una de las obligaciones de la vanguardia. Peter Sellars, a parte de trabajar en todo el mundo, procede de Estados Unidos, aunque tiene una gran formación en estudios orientales. Su propuesta es discursiva, busca nuevos derroteros, de la misma forma que pueden hacerlo los vídeos de Bill Viola, las instalaciones de Kunellis, o las películas de Wim Wenders. La "Historia de un soldado", de Peter Sellars, enseña más que divierte.

En todo festival internacional de teatro deben ser obligatorias la comparecencia de una gran compañía de teatro oriental, y algún espectáculo basado en teatro griego. La primera, por revivir el espíritu de encuentro con lo inaccesible que permitían los primeros festivales; y la segunda, por homenajear a los fundadores del evento. En Atenas se daba tanta importancia al valor terapéutico del teatro, que el Estado pagaba la entrada hasta de los vagabundos y se permitía el acceso a todos los extranjeros, fuera cual fuera su clase. Los políticos de entonces daban la talla, ahora no se permite el acceso gratuito ni a los estudiantes de arte dramático, algo que debería corregirse.

El XVI Festival de Otoño ha cumplido con estos requisitos románticos de exotismo y clasicismo, programando a la compañía japonesa Dumb Type con su espectáculo "MemoRandom"; y al Théátre du Liérre, una formación francesa dirigida por Farid Payá que ha representado "La Sangre de los Labdácidas", una mediterránea versión de la trilogía de Sófocles en torno a Edipo. Pero, ¿por qué programarlos al mismo tiempo y durante sólo dos días, coincidiendo con numerosos estrenos de temporada? Este factor ha disminuido su público. Más de la mitad de las compañías españolas ha estado exiliada en el circuito de los pueblos, en beneficio de aquéllos públicos; pero, en detrimento del de la capital. Puede que el alto número de las compañías lo requiera, pero no estaría mal hacer el esfuerzo.

De lo que se ha visto en Madrid, de factura nacional, lo más interesante ha sido "Colores", un espectáculo novedoso y encantador de Javier Mariscal que sólo pudo verse dos días, tras atrasarse su estreno (¿fallos de previsión ante la su envergadura tecnológica?). Este fallo repercutió en el montaje, que consigue dar un paso adelante en el teatro realizado en España. En un país que tiene auténtica alergia a la experimentación es toda una victoria. Bob Wilson comparece en la última temporada del milenio con su proyecto más apocalíptico, "The days before: dDeath, destruction & Detroit III", basado en la novela de Umberto Eco "La isla del día anterior".

Arquitecto escénico

Wilson es una figura que sin los festivales no existiría porque su teatro siempre suele ser "acontecimiento estético". La profunda caladura visual de este arquitecto escénico, con mirada de sordo, es lo que sostiene el interés teatral de sus repetitivas y sincopadas obras.

Lo bueno de la próxima edición del Festival de Otoño será que las calles y las aceras de los accesos al Teatro Albéniz estarán terminados de empedrar. No creo que ni siquiera en los tiempos de "Madrid en guerra" un teatro hubiera tenido un acceso más sucio y enfangado que el que se ha sufrido este otoño.

También sería aconsejable que la imagen gráfica del Festival se cuidara más. Los carteles y programas, el símbolo del Festival, deberían encargarse a creadores plásticos profesionales que mimasen con eficacia el trabajo tipográfico y numerológico, que genera un certamen de estas características.