Teatro

El saludo del autor

28 noviembre, 1999 01:00

Desde el estreno por Gustavo Pérez Puig y Mara Recatero de "Misión al pueblo desierto", la última obra de Buero Vallejo, el dramaturgo a acudido periódicamente al Teatro Español de Madrid. Paloma Pedrero describe cómo cada sábado el gran autor oficia este rito casi religioso en busca del aplauso de su público

El pasado día 6 de Noviembre, tuve el placer de acompañar a Antonio Buero Vallejo al Teatro Español donde están poniendo su última obra: "Misión al pueblo desierto". Buero iba a saludar a su público. Un rito que el autor comenzó a hacer ya en el María Guerrero con la reposición de su obra "La fundación", dirigida con mano maestra por Juan Carlos Pérez de la Fuente. Todos, directores, actores, el público mismo, pedía al dramaturgo que pasara por allí, que siguiera el transcurso de las representaciones, que honrara al equipo y los espectadores con su presencia. Buero, con la generosidad que le caracteriza, aceptó, y puntualmente, todos los sábados, se acercó a saludar al Teatro María Guerrero como ahora lo hace en el Teatro Español. Para el público el gesto de un autor saludando sobre el escenario tiene un valor incalculable. El verbo se hace carne. El dramaturgo deja de ser una entelequia para convertirse en un ser de carne y hueso. Al autor se le conoce y se le aprecia más. Es un rito que deberíamos hacer otros autores menos conocidos. Tal vez se dejaría de oír eso de que no hay autores Los espectadores podrían contestar: "Si que hay, yo los he visto".

Durante el trayecto por el atasco madrileño Buero apenas dijo una palabra. Sólo al final, tomó aire para que se le oyera: "Esto del tráfico es una mierda". Creo que comentó algo más sobre el progreso ciego, o sobre la sordidez de las grandes ciudades, que más da. Lo importante es que el autor sacaba fuerza para mirar, para denunciar, para reflexionar sobre los tormentos cotidianos que vivimos los hombres y mujeres en la ciudad.

Llegamos justo a punto de comenzar la función, En la puerta del Teatro le esperaba Gustavo Pérez Puig, responsable junto con Mara Recatero, de la puesta en escena de esta "Misión al pueblo desierto", cuarto texto del autor que el director y amigo de Buero sube a los escenarios Los otros tres fueron: "Diálogo Secreto", "Lázaro en el laberinto" y "Música Cercana". Para Gustavo Péez Puig esta cuarta experiencia tiene una especial significación ya que se produce cuando van a cumplirse cincuenta años de su primer estreno, `Historia de una escalera", precisamente en este mismo Teatro de la Plaza de Santa Ana de Madrid. Nos dice el director en el programa de mano: "Puedo asegurar que en esta ocasión más que nunca he procurado cuidar al máximo hasta los detalles más insignificantes para que esta 'misión' acabe con el éxito y la brillantez que él merece". Así ha sido, y el público llena la sala cada tarde y disfruta a tope de esta obra al más puro estilo de su creador. Porque en "Misión al pueblo desierto" vemos al Buero que investiga con la construcción de la estructura dramática, vemos su lenguaje culto pero vívido, vemos a sus personajes complejos a los que el autor da vida con implacable objetividad, vemos la ambición temática del dramaturgo. Volvemos a apreciar la asombrosa capacidad de Buero para mezclar el pensamiento crítico con el sentimiento profundo; el cuerpo orgánico de sus personajes con esa sustancia espiritual capaz de entender lo que la mente ignora: el alma. Buero vuelve a conseguir aunar ética y estética, pensamiento y poesía, dotando a sus palabras de ese instinto dramático al que nunca, en su larga trayectoria, ha traicionado.

Mientras transcurre la representación Enero espera, acompañado siempre por Victoria, su mujer, en el parnasillo del Teatro, la hora de salir al escenario. (Siempre pienso en la suerte de estos hombres amados por mujeres espléndidas que les acompañan y cuidan, y me pregunto qué será de las dramaturgas cuando necesiten ser cuidadas y acompañadas, ¿estará a su lado algún hombre espléndido?). Allí, en el parnasillo charla Buero con los directores y con el personal del teatro que se acerca a darle la mano. Los actores también van en el descanso a hablar con él, a preguntarle cómo está, a comentarle sus impresiones sobre la función de esa noche. Cuando se encuentra bien de salud se toma un vinito y enciende la pipa, cuando no, se conforma con estar a palo seco.
Y llega el momento. El público aplaude a los actores. El telón baja y vuelve a subir. Paula Sebastián, Lola en la obra, mira hacia bastidores. Manuel Galiana y Juan Carlos Naya (Plácido y Damián) se dirigen a buscar al autor.

Despacito, aparece Buero escoltado por sus personajes y apoyado en su inseparable bastón. El público al verlo se levanta y hace crecer su aplauso hasta donde llega su máximo aliento. Buero señala a los actores con un gesto de humildad, de autor de raza. Es realmente un momente emocionante: el de un viejo y gran autor frente a su público. Un autor con cincuenta años de dedicación plena, de lucha sin tregua contra estructuras de producción caducas, contra algunos críticos amargos (que ya no se atreven con él), contra el pulso vulnerable de la propia mano. Pero la vocación, el talento, y el amor dan una firmeza con la que no pueden ni los hombres ni los años.
Su próxima obra
A la salida, mientras esperábamos el coche, que nos volvería a meter en el atasco, Buero me confesó: 'Ya estoy pensando en mi próxima obra. Todavía es una idea corta y tonta. Tengo que darle muchas vueltas pero ... la tengo que escribir". Buero tiene que escribir porque la vida y el teatro son para él la misma cosa. Porque él es teatro, el arte más colectivo de todas las artes, la carcajada irónica contra todos los poderes, el mago que le dice al pueblo lo que los políticos le ocultan, el niño que escupe canicas cargadas de poesía, el guerrillero de los dardos blancos. Antonio Buero Vallejo ha sabido y sabe que en la energía amorosa del mundo, que en los otros, encuentra su propia energía creativa. Por eso todos los sábados se acerca hasta el Teatro Español para sentir cómo siente el público su última obra "Misión al pueblo desierto". Luego sube a saludarlos desde el escenario y toma aliento. Porque Buero existe más cuando pisa un escenario. Y sabe que esa es su trinchera, que desde ahí se grita mejor y con más belleza contra la injusticia y la violencia del mundo.

Antonio Buero Vallejo vive cuando pisa las tablas y deja caer sobre ellas sus palabras. Esas palabras que se transforman en un eco sonoro, largo y mágico.