Teatro

Harol Pinter

Teatro de la amenaza

19 diciembre, 1999 01:00

Teatro de la amenaza se ha llamado al teatro de Pinter; teatro del absurdo lo llama Thomas Esslin. Pinter no se define a sí mismo. Es más, trata de diluirse, de borrar las fronteras, de difuminar los límites: "No puedo resumir ninguna de mis obras. Soy incapaz de describirlas". Por cronología y por algunas afinidades Harold Pintor entra en el grupo del 56, los llamados Angry Young Men, los jóvenes airados. Las primeras piezas de Pinter se articulan en torno a esa amenaza, a ese terror sin rostro: Terroom, dumb, waiter (que en España se tradujo por El montaplatos), The birthday party (Fiesta de cumpleaños). La amenaza viene de fuera. En el exterior de esos cuartos cerrados (La habitación), de las cuatro paredes de un refugio, algo acecha. Hay una lucha, hay un lugar sagrado íntimo e intransferible que alguien invade ¿Reminiscencias claustromaternales? ¿Miedo infantil e inseguridad? Acaso no le falte razón a Esslin cuando habla de terror existencial. Todo transcurre con cierta normalidad, todo es trivial hasta que el terror aparece; un terror derivado de la vida cotidiana. No es claustrofobia lo que sufren los personajes encerrados. Es miedo a lo de afuera. Ese injerto de irracionalidad en la vida diaria, o a la inversa, es lo que ha permitido incluir a Pintor en la lista del absurdo; tragedia y farsa, teatro puro.´

Harold Pinter arranca de una situación y de un par de personajes hondamente implicados en ellos. El punto de partida no es una idea, sino un hecho, una circunstancia. Esa situación puede parecer irracional, mas esa es la vida. Y por eso los componentes básicos del absurdo pueden ser los componentes básicos del realismo con otra estética; una estética deformada y totalizadora. El realismo canónico sería así sólo una visión parcial de la realidad. La totalidad de esta realidad es el horror, el absurdo. Hay una historia en algún lugar de la memoria, hay una presencia imprevista. Y el miedo crece: sin gestos especiales, sin espectacularidad, como un sentimiento cotidiano.

En The Caretaker (1960) Pinter cambia. Comedia de buenos y malos, final lógico por lo tanto entre buenos y malos, impostores y veraces. Obra que pudiera ser definida como naturalista. Pinter odia las definiciones y cuanto define lo embrolla todo. Niega el mensaje y, sin embargo, su teatro esta lleno de sugerencias, no es un teatro neutro. El miedo, la incomprensión, la amenaza no son fenómenos abstractos. En líneas generales, el lenguaje de Pinter rechaza la violencia y está lleno de matices: un silencio, una pausa... Esa levedad marca su teatro y por eso resulta arriesgado adscribirlo a los jóvenes airados, al grupo al que John Osborne sirvió de banderín de enganche con título Mirando hará atrás con ira. No más arriesgado quizá que su adscripción al absurdo. La rebelión de los jóvenes airados tiene razones ideológicas, políticas y económicas y eso determina su conciencia; mas la conciencia va adaptándose al medio y perdiendo virulencia. En Pinter esa determinación es el miedo y el miedo permanece. Acaso por ello su conciencia se debilita menos.

La poética dramática de Pinter es una poética del silencio amenazado y sombrío. Es también una poética de la memoria como elemento activo; hasta que llega Retorno al hogar, una historia de ramería , cuernos, chulos, infidelidades y desamores. En esta temática violenta, servida por un lenguaje también desquiciado, han visto muchos la vinculación al germen rebelde y ruidoso de los jóvenes airados. Mas en Pinter nada es verdaderamente explícito casi nunca; incluso en los momentos realistas hay vaguedad, indeterminación... que Pintor llena de contenido. Como en Beckett hay en Pinter el reverso de una realidad más cruel que la cara visible de esa realidad; detrás de la acciones y los personajes está la nada sin justificación aparente. Sin raíces ideológicas o políticas explícitas, salvo en One for the road, en la que la política tiene referencias más concretas.

Viejos tiempos data de 1971. La memoria inquietante; siempre la memoria. "Hay cosas que uno no recuerda, aunque puede que no hayan sucedido nunca", dice uno de los personajes de Viejos tiempos. Se repite y se depura el esquema pinteriano; una habitación, dos personas... Hablan de una tercera hasta que ésta aparece. Y entonces todo cambia. Kate y Deley ya no son Kate y Deley sino Kate y Anna, la antigua amiga, quizá un antiguo amor lésbico: ambigöedad, misterio...

Viejos tiempos se puso en España en el Eslava, en septiembre de 1974, traducida y dirigida por Luis Escobar; e interpretada por tres figuras en su apogeo de popularidad; Julia Gutiérrez Caba, Francisco Rabal y Lola Cardona. Montaje fiel al espíritu y la letra de Harold Pinter, montaje discutido y discutible como lo habían sido en Roma y en París los montajes de Visconti y de Lavelli.