Teatro

Una macrofábula sin víctimas

"La cruzada de los niños de la calle"

9 enero, 2000 01:00

El 14 de enero Sanchis Sinisterra estrena en el María Guerrero su último espectáculo, La cruzada de los niños de la calle, un ambicioso montaje contado desde la cruda realidad social que reúne a numerosos autores y directores de toda Iberoamérica. A partir del 30 de enero la obra realizará una gira por Murcia, Cuenca y Barcelona, entre otras ciudades españolas.

La cruzada de los niños de la calle es un proyecto largamente larvado por José Sanchis Sinisterra, quien hace algo más de un año tuvo la ocurrencia de unir a seis autores iberoamericanos. Anda siempre tan atareado -ahora prepara una versión de La Odisea con cuatro dramaturgos- que acostumbra a no anticipar la evolución de sus proyectos. Pero ni él podía imaginar entonces lo bien que resultaría la complicada idea y la de instituciones públicas que acabarían patrocinándola: el próximo día 14 se estrena en el María Guerrero de Madrid, en coproducción con el Centro Dramático Nacional y Artibus.

La idea original devino en compañía de varios autores: seis dramaturgos iberoamericanos unidos para escribir una obra. En una entrevista que publicó EL CULTURAL hace más de un año, Sanchis ya hablaba de un proyecto inspirado en un relato de Marcel Schwod, en el que se cuenta la peregrinación a Jerusalén durante las Cruzadas de un grupo de niños para rescatar el Santo Sepulcro. El relato era una idea inicial, pero ya aventuró de qué trataría el proyecto: la tragedia de millones de niños que viven en la calle en el Tercer Mundo. Sanchis quería escribir un espectáculo que reuniera al mismo tiempo aspectos sociales y artísticos y la tragedia de la mendicidad es común a cualquier país del Tercer Mundo, donde se manifiesta en muchas facetas. Prostitución infantil, trabajo esclavista, narcotráfico, adopciones ilegales, tráfico de órganos humanos, etc.

Elegir a los miembros de la compañía no ha sido difícil para un dramaturgo acostumbrado a impartir talleres y seminarios en el continente, que conoce bien el teatro iberoamericano. Sanchis llamó a Arístides Vargas, argentino de origen pero afincado en Ecuador, a Claudia Barrionuevo (Costa Rica), a Christian Jatahy (Brasil), a Victor Viviescas (Colombia), a Iván Nogales (Bolivia) y a la actriz y autora Dolores Espinoza (México).

Los autores han mantenido únicamente cuatro reuniones (Madrid, Cartagena de Indias, Río de Janeiro y Madrid), pero han sido muy intensas. Han sido reuniones en las que se establecían las pautas a seguir a fin de que los autores fueran trabajando individualmente. En general, Sanchis ha conseguido mantener al grupo unido, pues el proceso de creación ha durado un año y muchos de ellos han renunciado a otras colaboraciones quizá mejor remuneradas.

Para el dramaturgo español, estos autores están unidos por los problemas sociales pero artísticamente están muy diferenciados. Una de las primeras preocupaciones que plantearon fue la de cómo hablar de los niños de la calle desde una obra de teatro sin caer en la demagogia panfletaria ni el victimismo sensiblero. El texto definitivo es una macrofábula de 30 escenas en las que se narra una cruzada de niños que se dirigen a Río de Janeiro capitaneados por una niña superviviente de la matanza de la Candelaria. Se refieren a la matanza que ocurrió en 1993, en Río, cuando varios policías asesinaron a ocho niños de la calle. Los autores se han inspirado en la realidad, llegando incluso a documentarse exhaustivamente, pero Sanchis ha vigilado algo esencial en su teatro: caer en el realismo trasnochado. El resultado, dice, "es poético, pero nunca lírico".

Es más, tratándose de él, el fantasma de Beckett tenía que planear. Y algo de Esperando a Godot se respira en la pieza. Porque esta cruzada de niños busca a un tal Espoleto, que como Godot, no existe, está muerto aunque ellos no lo sepan, es una esperanza. La segunda parte del proyecto se refiere a la puesta en escena, al director y a los actores. Una figura importante del panorama teatral de Río de Janeiro capitanea el grupo. Se trata de Aderbal Freire-Filho, director del pequeño teatro Ziembinski de Río y conocido en su país por liderar a finales de los ochenta el Centro de Demoliçao e Construçao do Espetáculo, una compañía que destacó ocupando la sede de un teatro del centro de la ciudad.

Aderbal Freire ha reunido un elenco en el que está también representada Iberoamérica: Fidel Almansa, Saida Santana y Nieves Mateo (España), Estela Alvarado y Santiago Roldos (Ecuador), Pilar Aranda (México), Carlos Bernal, Orlando Valenzuela y Manuel Caro (Colombia) e Ivonne Brenes (Costa Rica). Aderbal gusta de comparar la obra con un cuadro pintado por diversos artistas y la define como "polifonía iberoamericana: "Es como un cuadro en el que se distinguen las pinceladas que lo conforman".

En este sentido, explica que se trata de un texto en el que se cuentan fábulas de estilo diverso que permiten averiguar a los autores que las han escrito, pero ordenadas en torno a un eje. "La obra tiene una estructura no lineal, lo cual en el teatro es una ventaja. Para un director es todo un placer trabajar una escena casi expresionista, otra esperpéntica u otra que roza el naturalismo. Hay una gran diversidad, pero todo está contado desde la sugerencia, desde imágenes metafóricas y simbólicas. Yo definiría el estilo como realismo mágico".
Colaboradores de renombre completan el equipo. La escenografía, original de José Manuel Castanheira, acentúa el contraste entre el mundo de esas ciudades que se publicitan para el turismo y el submundo en el que viven los niños de la calle. La música la firma José Nieto, habitual del cine, mientras el vestuario es de Yvonne Blake.
La obra, de una hora y 45 minutos de duración, tiene la ambición de viajar a otras ciudades suramericanas después de su estreno en Madrid. Y de esta forma cumplir con la labor que según Sanchis debe cumplir el arte en general y el teatro en particular: "Mostrar el problema de los niños de la calle que, como otros problemas, se hacen tan cotidianos que dejamos de verlos, devolver la sensibilidad ante las cosas atrofiadas por la rutina o por los mecanismos de defensa generados ante el horror que estamos produciendo en el mundo".