Teatro

Benet i Jornet estrena en el Teatre Nacional de Catalunya "Olors es mi inútil condena de un mundo que se pierde"

20 febrero, 2000 01:00

El próximo jueves el Teatre Nacional de Catalunya estrena Olors, obra con la que Josep Maria Benet i Jornet cierra su trilogía ambientada en el popular barrio de El Raval barcelonés. Han pasado 37 años desde que estrenó Una vella, coneguda olor y 20 de Baralla entre olors. El tiempo, devastador, ha pasado factura al barrio, que ha sufrido "soberbias" transformaciones urbanísticas, y también a los personajes que lo habitan, borrando todo atisbo de olores familiares. Tiempo, ocho años, es lo que también ha necesitado Rosa Maria Sardá para volver a los escenarios. Un gran autor y una gran actriz que exigían un gran director, Mario Gas.

En 1964 debutó en el Romea de Barcelona un joven dramaturgo con un texto sobre el barrio donde creció. La obra se llamaba Una vella, coneguda olor (Un viejo conocido olor) y su autor, Josep Maria Benet i Jornet. El próximo jueves 24, treinta y seis años más tarde, llega al Teatre Nacional de Catalunya Olors (Olores), la última entrega de la trilogía que el dramaturgo ha escrito a partir de aquel primer texto. La obra lanza una mirada crítica sobre la política municipal de urbanismo a la vez que reflexiona sobre el paso del tiempo, una constante en la obra de Benet. Su puesta en escena significa también la vuelta a los escenarios de Rosa María Sardà, tras ocho años de ausencia, encabezando un magnífico reparto que ha dirigido Mario Gas.

-El paso del tiempo es una constante en su obra. ¿Es el protagonista de Olors?
-El protagonista, en este caso, no es el paso del tiempo, sino el final de un mundo. El lugar donde sucede la acción es un personaje más, cosa que en mi teatro casi nunca sucede. No suelo poner acotaciones acerca del espacio, y esta vez las puse y muy abundantes.

-¿Por qué una trilogía? ¿Por necesidad de volver sobre algunos personajes?
-Es algo extraño. El tercer acto de Una vella, coneguda olor termina cuando María, la protagonista, se dispone a meterse en la cama con un muchacho. La crítica de aquel momento se escandalizó con ese final y dijo que la obra era una reivindicación del amor libre y que reflejaba mis problemas sexuales. Me quedé atónito porque yo en aquel momento era católico, apostólico y romano y no me había propuesto en ningún momento reivindicar el amor libre. Casi ninguno se dio cuenta de que ese final era una pequeña tragedia para la protagonista, que al proceder así atentaba contra sus principios. Aquellos críticos eran muy conservadores. A los once o doce años, el mismo texto se emitió por televisión y tuvo mucho éxito. Las cosas habían cambiado, pero hubo algún crítico joven y más cercano a mi mundo que dijo más o menos lo mismo: que era trasnochada esa reivindicación del amor libre. Entonces recordé que cuando escribí la obra me pregunté si debía o no añadir un cuarto acto que permitiera entender qué sucedía después pero no lo hice. En los 80 me pidieron un texto para televisión. Entonces escribí algo que podría ser el cuarto acto. Situé la acción unos 18 años más tarde y pretendí resolver las dudas creadas acerca del futuro de los personajes de la primera parte. Se tituló Baralla entre olors (Batalla entre olores, emitida en castellano con el título de Un lugar para vivir). Pero en lugar de cerrar la historia, quedó más abierta que nunca. Hacía falta una tercera obra que hablara del mundo de María.

-Además, usted ha dicho que las circunstancias actuales del barrio donde se sitúa la acción se lo pusieron en bandeja.
-Exacto. El Raval, que es el barrio donde nací, está siendo destruido. Y con él, su espíritu. Lo cierto es que las casas de los ricos han de conservarse y las de los pobres no. Los ricos están orgullosos de sus casas, pero los pobres no defienden las suyas. Y están destrozando con rabia, encarnizamiento y desprecio un barrio que podía hablar de cómo vivían ciertas clases populares en Barcelona. Y no son los burgueses los que han dado empuje y carácter a la ciudad, sino las clases trabajadoras. Me parece nefasto lo que pasa, tenía ganas de decirlo, de manifiestar mi pobre, desgraciada e inútil condena de un mundo que desaparece.

Evolucionar con las obras

-¿Cómo refleja el texto su evolución a lo largo de estos años?
-Tengo 59 años. Hace mucho que dejé de ser católico, apostólico y romano. Pero todo lo que escribes tiene que ver contigo mismo, sólo que en segundo o tercer grado, naturalmente. Moralmente, lo que escribes explica tu evolución y así debe ser.

-Usted se cuestiona la validez que Olors pueda tener dentro de treinta años.
-Eso nunca puede decirse, por eso me curo en salud. Tengo claro que es una obra muy ubicada en un momento histórico y en una ciudad determinados. Y todo eso no sé si se entenderá dentro de treinta años. Vale, es cierto que Aristófanes hacía referencia en sus obras a personajes de su entorno, pero yo no soy Aristófanes y tengo otras obras que pueden resultar más universales. Los mundos van acabando, igual algún día alguien halle paralelismos en Olors que ahora no puedo vislumbrar.

-Tengo entendido que su estrecha relación con Rosa María Sardà tiene mucho que ver con Una vella, coneguda olor.
-Esto debería explicarlo ella, pero en fin... Recuerdo perfectamente que en el 64 ensayábamos en la Cúpula Coliseum, un local donde se hizo mucho y muy buen teatro, ahora totalmente abandonado, y que vinieron dos amigas de Ana María Simón a ver el ensayo. Una de ellas se emocionó con el texto. Era Rosa María Sardà.

Cuando, mucho tiempo después, la llamaron para ofrecerle la protagonista de la versión televisiva de Una vella, coneguda olor se exaltó mucho. Dijo que aquel papel era distinto a otros y que el texto hablaba de un mundo que ella sentía muy próximo, aunque su barrio era otro: el de Sant Andreu. Además, Rosa siempre dice que las clitemnestras, las electras y las antígonas se pueden hacer como te dé la gana porque nunca nadie ha visto ninguna. En cambio, las "señoras María" o las haces bien, o no cuela. Por eso dice que lo que a ella le gusta son las "señoras María". En este caso es una María a secas. Pensé en ella al escribir la segunda. No fue así, en cambio, en la tercera: ella llevaba siete años sin hacer teatro y a mí me preocupaba, sobre todo, terminar la trilogía. De todos modos, debía dársela a leer. Le pasé la obra, la leyó pronto y me llamó enseguida. No me pareció muy entusiasmada. Pensé: "No le ha gustado mucho". Hizo una pausa y con un tono igual de neutro dijo: "Si otra actriz pretende hacer este texto, la arañaré". Así que llamé enseguida al Teatre Nacional y dije: "La Sardà, creo, quiere hacer la función".

-Parece encantado con el equipo. ¿También con Mario Gas?

Intereses distintos

-Mario Gas y yo tenemos intereses muy distintos. Tengo mis dudas sobre el interés que él pueda tener en mis obras en general. Yo, en cambio, y "desgraciadamente"-entre comillas- debo decir que él me gusta mucho. Es muy bueno. Hay gente entrañable, como Carme Molina o Pere Arquillué, que es muy buen actor. Y Rosa Boladeras tiene un físico que recuerda un poco a la Sardà jovencita, y eso está bien.

-Estos días, la compañía de Salvador Collado lleva su Ay, caray por toda España. ¿No piensa en volver a escribir comedia?
-Estoy escribiendo otra, que será mi segunda y última comedia. Ya tiene título: Això a un fill no se li fa (Esto a un hijo no se le hace), un texto muy cínico y con mucho disparate. Siempre he dicho que en teatro quiero hacerlo todo, y creo que haber escrito una sola comedia es poco, debía tener dos por lo menos. Pero ya tengo una edad y hay mucho por escribir aún. Tengo ganas de escribir algo donde explore más, que trate de ir más allá, como hice en El gos del tinent, por ejemplo. Quiero buscar un mayor riesgo.

-Sanchis Sinisterra valora, precisamente, ese aspecto de usted: la búsqueda de nuevos caminos, al menos eso dice en el programa de mano de Olors.
-Hay quien tiene su estilo y es fiel a él. Supongo que es imposible escapar a uno mismo. Pero dentro de unos márgenes, a mí me ha gustado mucho cambiar. Cuando de adolescente decidí que lo que más deseaba hacer en la vida era escribir teatro pensé que eso significaba escribir todo tipo de teatro: de una tragedia griega a un melodrama o a una obra de teatro del absurdo. Siento que me falta tiempo para escribir todo lo que quisiera. Tengo 37 obras escritas. A veces me dicen que son muchas, pero a mí me parecen muy pocas. Quería escribir unas 150, pero ahora me conformo con llegar a 50. La que tengo entre manos es la 38.