Teatro

"Lo público y lo privado deben mezclarse"

José Luis Alonso de Santos

27 febrero, 2000 01:00

Tras cuatro años sin dirigir, en los que ha estado ocupado en la escritura y la docencia, José Luis Alonso de Santos ha empezado el año multiplicándose por diversos ámbitos teatrales. Acaba de estrenar en Madrid, y con gran éxito de público, Que viene mi marido, una comedia de Carlos Arniches que ha sido adaptada por Andrés Amorós. Este último, nuevo director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC), le ha nombrado director asociado de la institución. Y para ésta, y en coproducción con su empresa, Pentación, ensaya La dama duende, de Calderón, cuya versión y dirección firma y que estrenará el próximo mes de abril. Además, ya tiene lista La escena de los generales, su última obra. Según dice en esta entrevista, es la más ambiciosa de las que ha escrito y con la que pretende vengarse de este país.

La cita con José Luis Alonso de Santos es en el Teatro de la Comedia de Madrid, donde el dramaturgo ensaya La dama duende, uno de los títulos con los que la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC) celebrará el IV Centenario de Calderón. Mientras espero a que De Santos acabe la reunión con los actores, observo que el vestíbulo ha sufrido la acción técnico-preventiva-normalizadora e higienista de la modernidad. Primero, ha sido extirpado el peculiar chiscón de madera tallada orgullo de taquilleras; luego las paredes han sido pintadas amarillo huevo olor mandarina y, tercero y lo más grave, han sido arrancadas las valiosas puertas de madera maciza que daban paso al patio de butacas con sus cristales biselados y sellados con las iniciales del teatro y las han sustituido por otras zafias, de un mal gusto que clama al cielo y de unos materiales probablemente ignífugos. Ya se sabe que sobre gustos no hay disputa, pero... pasen y vean. En fin, nuestro dramaturgo ya está listo para hablar.

-Desde hace cuatro años que dirigió Anfitrión no había vuelto a la dirección. ¿Prefiere la escritura?.
-Prefiero la escritura porque es físicamente menos duro. Dirigir exige muchas horas y trabajo: ensayos, escenografía..., hay muchos elementos y yo soy un hombre que disfruto con la soledad. La dirección tiene un problema: siempre estás rodeado de gente, el trabajo del escritor sólo exige un rinconcito, un boli y un cuaderno.

-Supongo que cuando empezó a escribir con Teatro Libre lo hacía a pie de escenario ¿Es ahora un dramaturgo de gabinete?
-Ahora todavía lo hago. Por eso no me gusta dirigir mis obras. Si escribo una obra y luego la dirijo es un cacao, cada día la reescribo. Lo de ser dueño de la obra y de la dirección hace el montaje interminable. Pero sí cambio lo que puedo. En el Arniches he cambiado muchísimas cosas. En Calderón es más difícil al ser en verso y, además, impone.

El texto como pretexto

-Los directores y los autores se echan los trastos cuando una obra no funciona. Unos culpan a los directores de no haber respetado el texto, los otros dicen salvar la obra con su puesta en escena. ¿El texto es un pretexto, una herramienta al servicio de un equipo artístico?
-No creo que sea un pretexto porque entonces se llamaría así. Para mí es un elemento esencial de la teatralidad y cuando un director quiere tomar una de mis obras como pretexto, se acabó la conversación. Pienso que, o el texto tira de todo el espectáculo o no hay forma de que salga bien. Pero tampoco creo que haya que tomarse el texto como una cárcel porque siempre, al pasar al escenario, va a sufrir variaciones. Esto es como un guiso: todos los ingredientes son importantes, pero si te pasas de sal te lo cargas. No quiero decir que lo más importante sea la sal, sino las proporciones.

-¿Cómo es la versión de La dama duende? Creo que ya hizo una primera versión hace años.
-Sí, pero nunca la había estrenado. Hay versiones en las que se modifican muchas cosas. Yo lo hice en No puede ser el guardar a una mujer, de Agustín Moreto, que estrené en este teatro. Pero no es el caso de La dama duende. El hombre que más veces ha montado esta obra fue uno de mis maestros, José Luis Alonso. Los cambios que hizo han sido determinantes para las versiones posteriores que se han hecho. También para la mía, en la que he cortado trozos, he modificado palabras y, finalmente, he rehecho algunos versos. He mantenido el 85 por ciento de Calderón y, desde luego, su ideología, sus personajes esenciales y lo que quiere decir. Si se cambia más del 60 por ciento de una obra es mejor inventársela. No digo que no se pueda hacer porque en arte se puede hacer todo y una de sus reglas es la trasgresión.

-Siempre se mueve en el género de la comedia. ¿Por qué?
-Porque me siento como pez en el agua y, además, siento que hay una tarea que hacer ahí. Creo que la comedia tiene que recuperar su dignidad, su nivel artístico. En general, las obras son o buenas y aburridas, o de risa y groseras. Busco que Arniches tenga calidad y que Calderón tenga gracia. Mi intención es que una obra ligera se vea en el escenario con diferentes lecturas. Y que una obra clásica, académica, tenga frescura y originalidad. Me costaría mucho hacer una obra policíaca y me daría pudor dirigir grandes pasiones. Sin embargo, el sentido cómico de la vida se me da bien.

-¿Por qué se hace poca comedia?
-Hay dos tópicos, el de que es un género menor y el de que es comercial, superficial y que no interesa a la gente más joven, que prefiere formas artísticas que aparentan ser más vanguardistas. Pero hay otra razón más profunda y es que, aunque suene un poco pedante, la comedia es enormemente difícil y muy poca gente se atreve con ella. El teatro se basa en el conflicto y en la comedia se exige un conflicto no trágico, con una salida que no sea intrascendente. Es complicadísima.

Su última obra

-Creo que ya tiene lista su última obra.
-Sí, tengo una que me gustaría dirigir. Aunque no me gusta dirigir mis obras porque luego no tengo a quien echarle la culpa si fracaso. A veces salen mal las cosas y todo el mundo te pone verde. Pero en el arte es muy difícil hacerlo bien y desentrañar su misterio es complicado. La gente que va al teatro no puede pretender que todas las obras sean nuevas y geniales. Sólo algunas son nuevas, muy poquitas geniales, y las demás con que sean buenas, ya es bastante.

-Hábleme de su nueva obra.
-Se titula La escena de los generales y creo que es mi obra más ambiciosa. Tiene muchos personajes y toca un tema trágico de forma cómica.

-¿Qué tema?
-El final de la guerra civil española. Hablo de muertes y de fusilamientos y de un grupo de gente que vive cerca de la muerte, pero lo trato en clave de comedia. Yo me muevo en el terreno de la tragicomedia, creo que la vida, a largo plazo, es una tragedia, pero a corto, una comedia. La obra tiene pretensiones políticas. Como autor soy más político que como director, pretendo comunicar mi sentido de la vida. Y La cena de los generales es una pequeña venganza.

-¿De qué pretende vengarse?
-De este país.

-¿Una venganza contra los victoriosos, los que ganaron la guerra?
-Sí, contra lo que me tocó vivir de joven, contra lo que todavía vivo, contra el equilibrio aparente que vivimos y que, sin embargo, esconde tantas injusticias y mentiras. Como director lucho por la belleza, pero como autor lucho por la dignidad humana. La sociedad y el mundo en que vivimos está constantemente destrozándola. La cena de los generales es un intento por recuperar la dignidad.

-En las dos últimas obras (Salvajes y Yanquis y Yonquis) usted escoge personajes que proceden del mismo segmento social. Desde un punto de vista dramático, ¿Cree que los ambientes y personajes marginales dan más juego?

Personajes marginales

-Hay etapas y he escrito de todo. Obras poéticas, como El álbum familiar, otras que hablaban del franquismo como Trampa para pájaros. En Horas de visita una señora mayor no encontraba sentido a la vida. Pero esas a las que se refiere tratan temas de marginación. De todas maneras hay elementos de marginalidad en muchas de mis obras seguramente porque yo he sido casi toda la vida bastante pobre menos ahora, que vivo con normalidad. Procedo de una familia humilde y, además, creo que los personajes marginales que no se ajustan al sistema son como ácido, que al echarlo encima descubre sus contradicciones.

-En su teatro, se distinguen dos etapas, la de los 80 y la de los 90. La primera, la de Bajarse al moro, La estanquera de Vallecas o Pares y Nines, es la de las comedias más chispeantes, mientras que en los 90, parece como si se hubiera serenado, incluso, entristecido.
-Tal vez me he vuelto más triste, quizá porque me he hecho más mayor. O quizá porque políticamente en los 80 se era muy optimista, con los porros y todo eso. Lo que en los 80 eran comunas, ahora es sida, lo que eran drogas alegres ahora es muerte, lo que eran ideas revolucionarias ahora es una sociedad plana. Y a lo mejor yo he sido un espejo de esa época. Pero si yo soy amargo, eche un vistazo al teatro de Koltés, al teatro americano, alemán, francés. Todos tienen el sida, se mueren a los 20 años, son unos amargados. Mis obras son esperanzadoras. Y si lee las obras de los jóvenes, en un 90 por ciento hablan de destrucción. A lo mejor también es una postura romántica, de final de época, de agonía de un tiempo.

-¿Qué opina del teatro de hoy?
-Bueno, el momento actual tiene una ventaja y un inconveniente: hay un eclecticismo enorme. Se puede ver cómo uno se lava los pies en una palangana y se come una naranja durante media hora, profundamente, eso sí, y hay gente a la que eso le apasiona. Lo bueno que tiene el momento es la enorme dispersión. El problema es que requiere públicos específicos. Digamos que no hay público de teatro, sino de diferentes teatros. Los éxitos responden casi siempre a un teatro familiar como Arte y las obras policíacas.

-Usted es de los escasísimos autores que estrenan tanto en el teatro público como en el comercial.
-Hago teatro en cualquier sitio porque lo hago para el señor de la fila 14 y lo demás me da igual. Me importa la persona que emplea dos horas de su tiempo en verme.

-¿Es familiar su público?
-No claramente. La gente no va a verme automáticamente. Presumo de haber tenido grandes éxitos pero también fracasos. He estrenado obras que no ha ido a verlas ni mi familia, porque no les ha interesado. Depende de muchas circunstancias. Pero me da igual que se haga en un teatro público que en uno privado. Yo soy un creador.

-¿Habría que acabar con la distinción entre teatro público y comercial?.
-Ese es un prejuicio con el que hay que acabar. Se ha creado un prejuicio cultural, bastante paleto, con perdón, entre los gestores de los grandes centros públicos. Yo soy un creador, como un pintor que a veces pinta un cuadro para unas monjitas y otras para un burdel. Pero distinguir a los creadores que tragbajan para el Estado! del resto es ingenuo a muchos les ha ido bien.

-¿Cuál es su idea del teatro público?
-Las administraciones deben asumir unas cuotas de responsabilidad artística para velar por nuestro patrimonio, pero no debe haber unos artistas vitalicios del teatro público.

-Y ¿cree que los hay?
-En estos años pasados, sí. Hace poco un periódico distinguía entre artistas que debían cobrar mucho y ser mimados por el Estado y otros que debían trabajar para el pueblo, reflejaba el estado de opinión de los 90 que, desde luego y afortunadamente, no ha traspasado el umbral del 2000 y no figura en los programas políticos de ningún partido. Ahora no existen artistas de los papas y artistas del pueblo y, en ese sentido, no estamos en el Renacimiento. Debe haber un teatro público pero no unos creadores funcionarios.

Compromiso con Amorós

-Autor, director, profesor y fundador de la productora teatral Pentación y, ahora, director asociado de la CNTC ¿qué compromiso tiene con la institución?
-Tengo el compromiso de colaborar y asesorar al director, Amorós. Y tengo el compromiso de que puedo dirigir determinadas obras. El hecho de que los asesores no cobremos (se refiere a los otros dos directores asociados, Calixto Bieito y Sergi Belbel) no es una postura altruista, sino que nos permite eludir trabajos que no queramos hacer. Estoy de acuerdo con la línea actual de este teatro, con la dirección de Amorós y, de alguna manera, mi nombre no solamente está unido a la obra que haga, sino que también lo estará a la CNTC durante este tiempo. Respecto a que esté metido en tantos asuntos teatrales, no es así. El teatro es un mundo pequeñito. A veces coinciden mis proyectos, como ocurre ahora, y parece que ando en muchas cosas pero he estado cuatro años escribiendo La escritura dramática, tiempo en el que no he escrito nada más.

-Con una excepción, esta es la primera vez en la historia de la CNTC que se da un repertorio de producciones externas.
-Sí, es una de las novedades de la nueva etapa y, como he dicho antes, responde a la idea de que no debemos separar lo público y lo privado. No hay que tener miedo a mezclar los dos ámbitos y yo, que voto a la izquierda y que colaboro en los programas culturales de los partidos de izquierda, defiendo esa mezcla. Parece que eso sea patrimonio de la derecha, pero eso es de sentido común por millones de razones. Primero, para evitar las comparaciones terribles entre lo palaciego y lo del pueblo. Los centros públicos no son los mecenas o papas que contrataban a Miguel Angel para que pintara la Capilla Sixtina. Y, además, la mezcla puede ser beneficiosa en la cuestión presupuestaria, el gran tema tabú del que nunca se habla. A lo mejor con coproducciones se puede gastar mucho menos.

-Siendo un hombre de izquierdas colabora con un gobierno del PP.
-Como ya he dicho hay que mezclar lo público y lo privado y esto está consensuado. Si ve el programa del PSOE, defiende lo mismo. Hay gente dentro que no estará de acuerdo. Pero igual de bienintencionados somos unos como otros.

-Ocurre que esta mezcla sólo se da en la CNTC, cuya etapa dorada fue la de Marsillach y cuyo modelo era el de compañía estable.
-A esto debería contestar Andrés Amorós. Hay un diseño de cómo va a ser esta etapa que no lo he hecho yo. Y ese diseño, lo haya hecho el PP o quien sea, me parece adecuado. Otros piensan que debe haber un artista a la cabeza de los teatros para que controle y dé su sello personal a las producciones. En definitiva, hay dos modelos, el de la compañía estable y éste, y ahora se ha optado por éste.