Image: “Los misterios de la ópera”

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Teatro

“Los misterios de la ópera”

Los bandazos que da la vida

29 marzo, 2000 02:00

En un espacio inquietante y claustrofóbico que recuerda a Kafka y Buñuel tiene lugar Los misterios de la ópera, la primera adaptación a la escena que se realiza en nuestro país de la novela homónima de Javier Tomeo. La compañía Geografías Teatro la presenta el 4 de abril en La Abadía de Madrid. Dirigida por Carles Alfaro, en la pieza se cuenta la historia de un proceso tan imprevisible como las arbitrariedades del destino. En escena, un trío compuesto por Jeaninne Mestre, Emilio Gavira y Carlos Manuel Lillo.

Todos nos lo hemos planteado alguna vez. Dónde estaríamos ahora si aquel día hubiéramos elegido lo otro en vez de esto, si hubiéramos dicho que sí en vez de no, si hubiéramos elegido la derecha en vez de la izquierda. Preguntarle al azar o al destino sería como emitir un grito en el vacío a no ser que nos suceda como a Brígida Von Shwarzeinstein, la protagonista de Los misterios de la ópera, que se ve obligada a responder a la angustiosa cuestión de por qué ha llegado adonde está. De esta forma, Javier Tomeo sitúa a su criatura creada al calor de las páginas de la novela homónima en el banquillo de los que deben rendir cuentas, comenzando así un proceso que se alarga del libro al escenario gracias al entusiasmo que la obra ha despertado en la compañía Geografías. Porque lo que le sucede a Brígida -encarnada por la actriz Jeannine Mestre- es que en vez de elegir el camino de la derecha, el que la llevaba del camerino al escenario donde iba a cumplir el sueño para el que se había preparado toda su vida -debutar en el bel canto como la wagneriana Brunilda de El crepúsculo de los dioses- se equivoca y elige el de la izquierda, el que la lleva a los sótanos del teatro donde se encuentra con un interrogador y un ujier que la someten a la fatídica pregunta.

Tanto Tomeo como el director del montaje, Carles Alfaro, han situado en una atmósfera inquietante, laberíntica y llena de escaleras esta historia de un proceso que, como el propio autor reconoce, es la historia de una frustración: "Ante la pregunta que le hacen, ella trata de demostrar por qué se perdió, pero va dando excusas y más excusas. Es difícil encontrar el camino de lo que queremos, o bien porque nos falta talento o porque nos falta voluntad". Esta parábola de la imposibilidad del hombre para llegar adonde quiere es reflejada en el escenario por Alfaro respetando al máximo el espíritu de la novela. Aquí lo esencial es, más que la acción, la palabra. Esa palabra que sugiere al espectador una historia entre absurda y fantástica que hace inevitable pensar en Kafka -también su protagonista de El proceso es juzgado sin saber por qué- y en Buñuel.

Moral y deseo

"Me parezco más a Buñuel de lo que quisiera. En cuanto a Kafka, con el que tengo muchas conexiones, seguramente me parezco a él a través de Freud", dice Tomeo. Y debemos creerle porque tres son los protagonistas de este montaje, como tres son los actores que situó Sigmund Freud en el escenario de la personalidad con su revolucionario psicoanálisis: El "yo", el "super-yo" y el "ello". O lo que es igual, la consciencia, la moral social y los deseos innatos e inconscientes. "El ‘ello’ es lo atávico, lo extraño, explica Tomeo, y eso es lo que domina en todo el texto. El triunfo del absurdo se manifiesta en el "ello", no en el "yo". Por eso, estos personajes son quintaesenciales, esperpentos, porque los que ya son felices no me necesitan. Mi misión es señalar dónde aprieta el zapato de lo social".

Y parece apretar, como ya aventuró Kafka, en el drama individual, en la incertidumbre de la persona. Aquí pone también el acento Alfaro, que además es el responsable de la versión teatral del texto. Pocos cambios para el paso de la narración al drama, salvo el personaje del ujier, interpretado por Emilio Gavira -protagonista en cine de El milagro de P. Tinto- al que el director ha dotado de habla y de mayor presencia. Así, el triángulo interpretativo principal se va ampliando, ya que en la obra se recorre la trayectoria vital de la protagonista y al escenario asoman los personajes que la determinaron. Tres actores para interpretar también a madame Butterfly, al fantasma de la ópera o a una madre que dirige la vida de su hija.

Personajes extraños a la sociedad para apuntar las rarezas colectivas. Las mediocridades, los miedos y las represiones en las carnes de una impostada walkiria, un interrogador y un ujier. Personajes rayando en lo absurdo y al mismo tiempo de una gran humanidad. La inquietud, que Kafka perpetuó en sus obras como marca propia, no exenta de humor. La humanidad, como dibujó Goya -aragonés como Tomeo y Buñuel- no exenta de terror. Lirismo y cierta brutalidad a lo largo de toda la representación. "En ese sentido, Tomeo es muy español, muy de la tierra", explica Jeannine Mestre. "Tiene una parte muy popular y otra que te hace reflexionar. Para un actor es todo un reto porque pone el peso en la palabra. Para mi personaje, además, he tenido que preparar la voz porque ella es cantante de ópera y en el montaje canta en directo".

La verdad invisible

¿Aceptamos lo que somos o seguimos luchando por nuestros deseos? ¿Tomamos decisiones de una manera consciente o determinados por lo social? Mientras el público va descifrando la pregunta planteada por Tomeo, la protagonista recorre caminos laberínticos, reflejo escénico de su vida. A su encuentro salen personajes de todo tipo, como si Alicia en vez de perderse en el país de las maravillas lo hubiera hecho en el país del inconsciente, tan maravilloso como el de Lewis Carroll, pero más patético. Y en vez de encontrarnos con los gemelos Tararí y Tarará, nos encontramos con el ujier que habla cantando ópera y que vive en dependencia mutua del Interrogador -interpretado por Carlos Manuel Lillo-. "A través de todos estos personajes se le va haciendo un psicoanálisis a Brunilda -explica Gavira, actor ducho en zarzuelas y ópera- porque la verdad de tan obvia que es, no la puede ver".

Una escenografía sencilla, subrayando el ambiente de misterio y un poco claustrofóbico, música de ópera y humor corrosivo sitúan Los misterios de la ópera en un teatro reflexivo, lleno de sorpresas. "La sentencia a este juicio la ponen los espectadores; es una obra interactiva, como la novela", dice Tomeo.

Para Abel Vitón, director y creador de la compañía, representar a Tomeo era una cuestión de coherencia profesional. El discurso del escritor está en la línea de la compañía, de un teatro contemporáneo por el que han pasado textos de Francisco Nieva y Steven Berkoff. Para Tomeo, el hecho mismo de que llevaran esta novela al teatro era casi una cuestión de tiempo. No en vano es junto al escritor Fernando Arrabal, al autor español vivo más representado, a pesar de no haber escrito ningún texto dramático. Obras como Amado Monstruo o El cazador de leones han sido representadas en las principales capitales de Europa.

El autor da razones para explicar la acogida que tienen sus obras en el mundo del teatro: "Escribo novelas que son situaciones dramáticas, tienen pocos personajes, lo cual facilita la puesta en escena. Ocurren en tiempo real, en un espacio cerrado y son muy dialogadas. Pero, sobre todo, no dan lugar a un teatro convencional".