Image: Calderón entre casacas victorianas

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Teatro

Calderón entre casacas victorianas

"La dama duende" en el Teatro de la Comedia de Madrid

26 abril, 2000 02:00

La Compañía Nacional de Teatro Clásico estrena el viernes, en coproducción con Pentación, La dama duende, de Calderón, en el Teatro de la Comedia de Madrid. Dirigida por José Luis Alonso de Santos, la obra reflexiona en torno al sentido de la vida a través del enredo. El director escribe para EL CULTURAL sobre la enorme actualidad del autor barroco.

Don Pedro Calderón de la Barca es mucho más que una estatua en el parque, un museo teatral, alguien que se estudia en los libros de texto, o al que es preciso hacer un homenaje cada cierto período de tiempo como representante oficial de nuestro patrimonio cultural. Calderón fue un dramaturgo con humor que, en una forma muy española, supo tratar los temas contemporáneos bajo la máscara de Talía. Todos recordamos piezas como El astrólogo fingido, Hombre pobre todo es trazas o La dama duende, comedias de enredo que, junto a la red de equívocos, presentan una burla de ciertas costumbres o creencias y que le proporcionaron una firme reputación en este arte de hacer reír. Si Lope ya había dado preeminencia al género, Calderón continúa esta línea creando toda una fiesta teatral. Sí, fiesta: alborozo y diversión, alegría y gracia, juego y canción, pirotecnia verbal barroca en la que predominan la ingeniosidad y la hipérbole. Y, por encima de todo, teatralidad y belleza. Las mismas que evidencia La dama duende, pieza de1629 y un éxito teatral en aquella época. La escribió cuando aún no había cumplido los 30 años. Por eso en ella nos muestra un mundo lleno de proyectos de vida, de ilusiones y amores de un grupo de jóvenes que trata de dar sentido a su existencia en un mundo difícil. Algo tan cercano a nuestros jóvenes de hoy y que he tratado de rescatar a través de esta obra, un texto moderno, universal. En él me parece encontrar la síntesis de todas las comedias del Siglo de Oro.

Calderón acude a los que vacilan, a los que se equivocan y confunden, a los perdidos en el torbellino risueño de las pasiones, porque están fabricados con el paño de la farándula y sirven para el propósito moralizador. Los personajes del autor madrileño se hallan en un mundo engañoso, fruto de esa imaginación que sabe presentar sobre el escenario la imagen de la vida, en la que las sombras, los ridículos equívocos y las intrigas vienen a ser espejos que ofrecen falsas y deformadas visiones del acontecer humano. La sorpresa asombra y hace perder el norte al individuo. En esta situación caótica, la defensa del personaje es la fe en sí mismo, que se confiesa en la frase "soy quien soy", que le deja un poco aislado de sus circunstancias.

Hay un momento en el que don Manuel, uno de los personajes de la obra, al sentirse aprisionado por un sinfín de contradicciones y problemas, expresa ese sentimiento trágico de la vida y ese sentimiento cómico, punto de vista lúcido y lúdico del autor a nuestro ciego deambular por este laberinto del vivir: "¿Qué haré en tan ciego abismo,/ humano laberinto de mí mismo?" Más o menos la misma pregunta que podríamos hacernos cualquiera de nosostros cada mañana, después de mirarnos al espejo y leer la prensa del día. Por eso he querido que los actores recuperen sobre las tablas ese sentido auténtico y orgánico de la vida real, que no parezcan seres de museo, sino vecinos nuestros, con sus emociones, sus perplejidades, su misterio y su espíritu vivos sobre el escenario.

Al llevar a la escena una ficción escrita en el siglo XVII tenemos que construir un puente por el que se transite de una época a otra a través de la escenografía, el vestuario, la música. No hemos querido reproducir el vestuario tradicional de comedia de capa y espada, sino que hemos seguido la línea habitual en la recreación de las obras de Shakespeare, a base de casacas y guerreras victorianas, para acomodarlo al aire general de una comedia viva, activa y joven que se sitúa en una época galante, prerromántica. Los versos de Calderón permiten ir más allá del tiempo de los corrales porque contienen muchos elementos característicos de estilos posteriores. Entre las diversas posibilidades se ha optado por crear un espacio sugerente, teatral. De la misma manera que el lenguaje corriente aparece estilizado en el verso, el escenario es la estilización de lo que podría ser una reproducción costumbrista del ambiente de la época, con una luz que habla por sí misma y continuos cambios del espacio, en el que lo barroco privilegia la composición y la estructura.

Y es que Calderón es un excelente técnico de la obra dramática. Poda la acción del asunto hasta mantener en sus elementos básicos el conflicto, y en ello posee más tino que sus contemporáneos. Reduce el tiempo y lo condensa a las situaciones esenciales. En las comedias de enredo, como La dama duende, su tarea es lúcida. Planea cuidadosamente la trama, explica la escena de modo que el público no pierda detalle, complica la situación, cambia la perspectiva, añade elementos desconcertantes hasta que el embrollo parece que no da para más, y en ese momento se incrementa la confusión para, en una rápida peripecia, conducir al desenlace.

Pero si una idea me ha guiado a preparar el montaje es la apuesta por la actualización del hecho teatral. El arte, por encima de cualquier consideración, es el intento ilusionado y febril de una mezcla de ingredientes. No se trata de reconstruir el cuadro del pasado, sino de elaborar un presente vivo y palpitante a partir de elementos guardados en nuestra memoria artística. Las versiones, por definición, nunca son respetuosas, están impregnadas de elementos subjetivos de su creador. Una cosa es leer una obra y otra muy distinta elegir una de las mil puestas en escena posibles. Cada una de ellas tiene un sabor concreto, peculiar, irrepetible. Mi versión, mi dirección, son como una falla de Valencia, algo que tiene vida efímera y perecedera y que morirá en el momento en que no sea contemplado por los ojos de ningún espectador. La obra escrita por Calderón seguirá eternamente viva en los libros: siempre podrán acercarse a ella los que quieran disfrutar de sus encantos. De ahí la dificultad de conciliar dos cosas muy distintas que se piden en un montaje como este. Por una parte, Calderón es una oferta cultural de primer orden que inevitablemente tiene algo de museístico. Por otra, está la promesa de ofrecer una comedia sencilla que divierta y entusiasme al público. Es la gran misa solemne en la catedral junto al acto popular y festivo.

Por eso pretendemos hacer al espectador una triple oferta: conocer una joya de nuestro rico patrimonio cultural, disfrutar de la belleza artística, la armonía, el misterio y la delicadeza de la obra, y divertir con una comedia alegre y simpática, lo mismo que si fuera a ver una película de Spielberg.