Recital de poesía civil y sagrada
José Luis Gómez vuelve con Azaña, una pasión española
4 octubre, 2000 02:00El actor José Luis Gómez presenta el próximo viernes en La Abadía de Madrid un espectáculo que estrenó hace doce años: Azaña, un pasión española. Entonces, rescatar la figura y el pensamiento del político pareció un saludable ejercicio de optimismo histórico. Hoy, sin embargo, se acerca más a un gesto sutil de complicidad contra la amenaza de astillamiento de la convivencia. Pero independientemente de las causas de su recuperación, el espectáculo, concebido como una lectura dramatizada, pretende suscitar el interés por la poesía civil y sagrada con la que Azaña expresó su sueño de un proyecto en común.
Como una compasiva apelación a la legitimidad de la nostalgia, recordamos algunos el estreno de Azaña, una pasión española, hace aproximadamente tres lustros. Azaña, el más vilipendiado de los políticos españoles: calumniado por la derecha e incomprendido por la izquierda. No se es presidente de una República vencida sin que la Historia pase facturas de ignominia. Por todo ello, y por ser Manuel Azaña un intelectual escéptico acorazado de sarcasmos, el Azaña de José Luis Gómez pareció entonces un saludable ejercicio de optimismo histórico; y una especie de sortilegio contra un maleficio: el eterno cainismo de España, la fractura en banderillas irreconciliables del pensamiento político español.La insistencia en Azaña se me antoja hoy, al menos en el terreno personal, como un ejercicio de nostalgia sobre la nostalgia, igualmente proyectado hacia el futuro. O sea que Azaña sigue siendo un fantasma desflecado y acaso igual de incomprendido y difuso. Las labores de recuperación del pensamiento y de la actitud azañista en los últimos años, no sé si favorecen o distorsionan una figura que sería shakesperiana de tener menos ironía y menos gélida frialdad. Manuel Azaña fue siempre superior a su destino y eso es lo que le aleja de Shakespeare.
Vuelta cómplice
La vuelta, pues, del Azaña de José Luis Gómez se presenta, me parece, como un gesto sutil de complicidad contra la amenaza de astillamiento de la convivencia nada infrecuente en la Historia española. Son otros días y otras circunstancias políticas las que acogen esta segunda salida al escenario -antes el Centro Dramático Nacional, ahora La Abadía- de un español del éxodo y la derrota. En aquellos años de los ochenta, podía presentarse esta singular figura como ejemplo de una oportunidad civil recuperable; en estos momentos se me antoja que aparece como un objetivo ético inalcanzable. Y, por lo tanto, otra vez fallido. En los ochenta nos acercábamos a Azaña, una pasión española, con una doble finalidad: reencuentro con la frustrada y frustrante historia de este país y calibrar los reflejos dramáticos que José Luis Gómez hacía de la misma.
De entre las brumas del recuerdo salen detalles, claroscuros, sombras: un cigarrillo consumiéndose, una espiral de humo, un ademán de melancolía, un gesto de impiadosa impotencia. Estilización de la dramaturgia, complicidad, guiños constantes. Invitación a que la inteligencia del espectador se confabule con la inteligencia del actor; y la esperanza sugerida y precaria de que entre los dos sean capaces de descorrer el velo que oculta los perfiles verdaderos de Azaña.
Un proyecto nacional
En realidad, Azaña tiene muchos velos y no recuerdo si esa confabulación de ideas y de pasiones aclaró el daguerrotipo. En aquellos años de los ochenta quedaba la sensación, persistente, de que este tórrido país llamado España ha perdido demasiadas oportunidades y ha apartado a manotazos de su camino demasiados hombres imprescindibles para un proyecto nacional y colectivo. Así no se construye una Historia civilizada, tolerante y justa. Y mucho menos que interese al común de la ciudadanía.
Como tejido dramático de esta obra José María Marco y José Luis Gómez eligieron textos de Azaña, fragmentos de su prosa magnífica que trazaban una imagen radial de las distintas direcciones de tan rica personalidad; pasión por España, pasión por la libertad: una encrucijada de padecimientos y de fervores; que esa dualidad de gozos y tristezas es aplicable a la palabra pasión. Textos que esbozan las causas y objetivos de una política temporal y concreta. Textos de mayor amplitud que nutren una idea de la configuración del Estado: militarismo recalcitrante y férreo, laicismo liberador, nacionalidades, centralidad del Estado por un lado y descentralización por otro. Y al fondo de estas reflexiones el paisaje de España que no es una foto fija ni una postal, sino un espíritu y una metafísica de las tierras de España; por supuesto, el latido traumático de la Guerra Civil.
Derrota de la República
Da la impresión de que Azaña tenía el convencimiento de que cualquiera que ganara la guerra, él y la República la tenían perdida; signo trágico de un intelectual demasiado severo y demasiado inteligente sobre las cosas de España.
Otra inquietud y no pequeña que suscitó el estreno de los 80 era comprobar cómo José Luis Gómez habría compuesto el personaje; lo hizo sin caracterización, sin maquillaje específico, sin imitaciones: sin retrato en suma. Con escasa iconografía y sin demasiados materiales audiovisuales en que apoyarse, Gómez eligió el retrato interior, la intelectualización de la pasión: un gesto, una modulación de la voz, un silencio. Y allí estaba, si no me traiciona la memoria, esa pasión de España llamada Manuel Azaña sin parecidos físicos y con la sola fuerza de su pensamiento.
Habrá que comprobar cómo se mantiene o cómo se desactiva aquella lejana impresión, perdurable sólo como un poso o como una neblina. Y ver cómo se resuelve, en el plano dramático y en el plano conceptual, una idea central en Azaña: la sinonimia entre democracia y República; más aún el convencimiento azañista de que sólo con la República es posible la democracia.