Image: El cutrecasposismo del teatro actual en España

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Teatro

El "cutrecasposismo" del teatro actual en España

22 noviembre, 2000 01:00

Te mean encima y dicen que está lloviendo". O si se prefieren formas más cultas, nada como acudir a El Retablo de las maravillas de Cervantes. El rey está vestido, repiten todos. La fuerza del teatro, titulaba recientemente un prestigioso académico un artículo sobre el gran momento que vive el teatro español. Desde los Ministerios, Consejerías o Concejalías, nuestras autoridades públicas, siempre bien informadas, no cejan en recordar la impresionante recuperación de público en que viven los escenarios.

Yo, con perdón, no. Creo que nos están meando encima, que el rey está desnudo y que el teatro vive una marginación social sin parangón histórica; creo que interesa a muy poca gente y cada vez menos; creo que ha perdido todo su referente social; y creo que quien ocupa actualmente el fervor del público, es la televisión. Entonces llegamos a la escisión patética: el teatro decide imitar a la televisión y nos encontramos con el "teatro comercial", donde va el 95% de ese público renovado al que aplauden autoridades, periodistas y teatreros; el resto del 5% tiene el placer de asistir al llamado "teatro alternativo" con también otro beneficio paralelo: en la mayoría de los casos no repite.
Me propongo hacer la autopsia a este cadáver llamado teatro:

1. La teta pública agudiza el ingenio. A imitación del modelo francés, en España la mayor parte de la profesión mama de la teta pública y el ingenio no suele estar puesto en la excelencia artística sino en la presencia de cómo seguir cobrando un año más.

Casi todos los grandes nombres del teatro español actual murieron artísticamente hace ya años, pero el capítulo "Artes escénicas" de los erarios públicos seguirá amamantándoles hasta su muerte física, jubilación incluida, lo que ciertamente no redundará en la calidad de la escena española.

La dependencia pública es tan grave, tan contagiosa, que ya no sólo se trata de empresarios y productores exigiendo apoyos o de la inevitable censura burocrática, de por sí alarmante, sino que se ha llegado a una auténtica burocratización de las mentes: apenas nadie arriesga lo suyo ante una idea nueva, original, y no digamos, revolucionaria o solidaria. Echo de menos un espíritu artístico de riesgo basado en la calidad como se encuentra en Buenos Aires, Londres o en Nueva York.

2. Teatro alternativo: ¿Nada o alternativo de la nada? Una característica aterradora del teatro español consiste en el abismo infranqueable entre el teatro comercial y el alternativo. A diferencia de otros países donde existe un flujo permanente entre ambos, en España un éxito en el teatro alternativo no suele tener más futuro que su defunción.

En este panorama desolador considerar el teatro alternativo como el fenómeno más llamativo en el panorama teatral de los últimos años (entre 1980 y 2000 se ha pasado de 2 a más de 30 salas) desgraciadamente no implica más que el cadáver no se pudre tan rápidamente sino que se abrigan esperanzas de que se convierta en momia alrededor de la pregunta clave: ¿son las salas alternativas estéticas alrededor de creadores con afán de originalidad y renovación o más bien deben verse como la continuación del teatro comercial pero con menos recursos y semejante popurrí de programación?

Es cierto que muchos directores (o gestores) de esas salas sobreviven por su pericia en la madera pública, pero no es menos cierto que las alternativas representan el único teatro en España con un poco más de ilusión, energía y vitalidad. Y son, de paso, las únicas obras interesantes de la cartelera española.

3. La obesidad del teatro-espectáculo está que explota. En su afán de competir con el cine y la televisión, la renovación de la puesta en escena de los años 60-70 se ha convertido en los noventa en el teatro burgués por excelencia. Como la tecnología está de moda, el teatro-espectáculo se ha vuelto multimedia, ecléctico y emblemático; es decir, sorprendente, epatante, caro. Es el teatro que fomenta (y financia) el sector público con sus directores-estrella; es el teatro de las compañías estables que más exportan al extranjero; es el orgullo de la profesión y cada estreno aliñado con algún escándalo, puede por fin llenar páginas de periódicos y televisiones.

Salvo escasas excepciones, el teatro-espectáculo está muerto. No pasa nada. El insoportable aburguesamiento del arte, de los artistas y de los teatreros, es un problema mental y vital que no se resuelve con dinero. Obra tras obra me da pena ese derroche de medios para que el espectador pase un buen rato, para (siento el grosor de la palabrota) "entretener": "Lo hemos pasado bien", se oye a la salida.

4. La discreta esperanza del teatro de texto. Cambian las tornas: la dramaturgia acorralada, acomplejada de los setenta u ochenta frente al teatro-espectáculo, en los noventa revoluciona estructuras, temáticas y lenguajes. Los directores y actores lo resuelven con sus recetas tradicionales, pero eso sí, vociferan: "No hay autores", "los autores actuales no venden", etc.

Y cuando no se vende, todos se echan las culpas y se preguntan: ¿quién ha expulsado al público en las últimas décadas: el realismo, las vanguardias o el teatro-espectáculo? La respuesta parece obvia: el mal teatro. ¿Pero qué significa malo o bueno? ¿Ahí donde va el público? ¡El público! ¿He ahí el problema?

Yo recordaría al respecto que para que haya público primero tiene que haber teatro, como decía Artaud, y que en la España del siglo XX, el único autor incuestionado, Valle-Inclán, apenas estrenó nada comparado con los grandes éxitos de su época, hoy olvidados. Que cada uno decida para qué y quién quiere escribir, aunque me temo que se escribe no tanto lo que se quiere sino lo que se puede.

Concluyo con unos simples deseos para los próximos años:

Que desaparezcan casi todos los que hacen teatro comercial, público o alternativo actualmente en España; que también desaparezcan casi todos los gestores públicos y privados para proceder a una renovación completa de la estructura económica del teatro en España; que los que hacen teatro en cualquiera de sus campos, se formen y estén al día, no de lo que pasa en su Comunidad sino en el mundo; que el teatro reinvente su lugar privilegiado en la sociedad frente a la televisión, el cine u otros "espectáculos" al poseer ese elemento único frente al celuloide, el cristal o la tecnología: la carne, el cuerpo en directo.


P.D. La próxima vez pasaré a los nombres propios de cutres y casposos.

íñigo Ramírez de Haro es dramaturgo y dirige actualmente la programación teatral y cultural de la Casa de América de Madrid. Es autor de obras como Viaje a la cabeza de un contemporáneo, Di sí mula, Aún más turbación y Hoy no puedo ir a trabajar porque estoy enamorado, obra esta última que se representa mañana en el Festival de Alicante. Es, además, ingeniero aeronáutico, diplomático y filólogo. De él ha dicho Bryce Echenique que su escritura dramática contiene un "lenguaje fresco" capaz de crear espacios autónomos.