Image: “La muerte de un viajante”: Willy Loman resucita

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Teatro

“La muerte de un viajante”: Willy Loman resucita

Pérez de la Fuente estrena en Barcelona

20 diciembre, 2000 01:00

Vuelve Willy Loman, el viajante frustrado que encumbró teatralmente en 1949 a Arthur Miller, de la mano de Juan Carlos Pérez de la Fuente y el Centro Dramático Nacional. El próximo viernes, el Teatro Principal de Barcelona contemplará esta historia de antihéroes y de almas sin futuro que encarnan José Sacristán y María Jesús Valdés. Con este motivo, EL CULTURAL repasa también los montajes realizados por José Tamayo protagonizados por Carlos Lemos y López Vázquez.

Una mirada a la larga trayectoria de La muerte de un viajante podría hacer desistir de representarla de nuevo a cualquier director un poco cauteloso. Pero Juan Carlos Pérez de la Fuente viene demostrando desde su arribo al Centro Dramático Nacional que las cautelas o los temores no son su principal virtud. Se atrevió con el carnaval ibérico de Pelo de tormenta (Paco Nieva), con un San Juan cinematográfico de Max Aub, con el Buero esencial de La Fundación, con el ceremonial cruel de La vieja dama, de Dörrenmat; y últimamente con el Arrabal cristológico y beligerante de Cementerio de automóviles. Antes de que éste llegue a Madrid, Pérez de la Fuente, en una carrera frenética como si le fuera a faltar el tiempo, concluye en estos días La muerte de un viajante. Dos nombres estelares: José Sacristán y María Jesús Valdés, que se está convirtiendo en la actriz fetiche de Pérez de la Fuente.

La rescató éste para la escena con una discreta dama del alba, de Casona, y habrá que ver, despúes de la vieja dama qué cumbres alcanza la Valdés en la sólida Linda Loman, de Miller. Respecto a José Sacristán y los dos hijos del viajante, José Vicente Mairon y Alberto Maneiro, tendrán siempre en la nuca el aliento de Lee J. Cobb, Arthur Kennedy, Cameron Mitchell, George Scott, Harvey Keitel, Dustin Hoffman o John Malkovich; todos estos nombres han contribuido a edificar el mito de este viajante frustrado y sin futuro por nombre Willy Loman.

En España el pedigrí de esta pieza vertebral de uno de los colosos del teatro que van quedando, lo firma, sobre todo, José Tamayo tres años después del réprobo Elia Kazan (caza de brujas mcarthysta). Más de treinta años después de aquel estreno, Tamayo la volvió a poner en pie. El talento y el oficio de los intérpretes de entonces tampoco se lo pone fácil al elenco de hoy. La memoria puede ser inofensiva e inocente; mas tiene la manía de hacer comparaciones. Nombres: Carlos Lemos, José Luis López Vázquez, Encarna Paso, Asunción Sancho, Paco Rabal, Fernando Guillén, Santiago Ramos, Juan Calot... El tiempo histórico juega, sin embargo, a favor de esta nueva versión. Para el primer viajante la castigada sociedad española de los cincuenta no estaba preparada; para el segundo, levitaba en el limbo de una libertad apenas descubierta. Por una cosa o por otra, por falta de democracia o por una democracia inmadura, los entusiasmos no fueron indescriptibles.

La capacidad creadora de Arthur Miller se ha mantenido con asombrosa vitalidad durante más de medio siglo. Su buque insignia La muerte de una viajante fue estrenada en 1949 y es una de sus primeras piezas. El prestigio alcanzado con ella le dio una autoridad intelectual que aún no ha decaído. Esa imagen, nítida, se apuntala con títulos posteriores como Las brujas de Salem, Todos eran mis hijos, Panorama desde el puente o La noche de los cristales rotos, uno de los últimos estrenos de Pilar Miró con Magöi Mira y el citado José Sacristán. Estas y otras obras revelan a Miller como un crítico implacable del nazismo, de la inquisición política y moral y como un moralista intransigente abocado, por fuerza, al escepticismo.

A toda esta carga histórica y dramática tiene que atender el montaje de Juan Carlos Pérez de la Fuente. La muerte de un viajante es una historia de antihéroes y fracasados en momentos de crisis social y política y de monolitismo ideológico; o, si se quiere, una historia de héroes patéticos en un mundo sin futuro. Willy Loman es un ser cotidiano y vulgar, convencido y necesitado de un destino de triunfador. Esa es la tragedia, un destino imposible. Todo se desmorona en derredor de este hombrecillo: los afectos, la autoestima, la casa familiar, una idea de la libertad... Un mundo en ruinas que acaba destrozando a Willy Loman. Las dificultades técnicas de este montaje, según trazas e indicios, las ha resuelto Pérez de la Fuente con una poética dramática moderna, funcional y, a la vez, lírica; una especie de abolición del tiempo y el espacio. El ámbito escénico pretende ser la traslación del ámbito mental de Loman. Todo lo que ocurre en escena sucede en la mente del viajante, el pasado no existe y es sólo una dimensión del presente; un presente caótico y confuso.

La fluidez teatral de este espacio escénico facilita el ritmo de las trasposiciones temporales, el ir y venir de los recuerdos. En términos estrictos no hay diversidad de tiempos, sino simultaneidad. Este montaje se define por la luz, por las gasas, los matices de colores. Refinamiento vano de una sociedad en escombros cuyas aspiraciones entran en constante conflicto con la realidad. En ese ambiente, Willy Loman todavía busca agarraderas para explicarse el sentido de una vida que no lo tiene. Desde una mediocridad dolorida, sola y pequeñoburguesa: "Hoy he hecho el último pago de la casa, el último, amor mío. Y nadie va a vivir en nuestra casa. No debíamos nada, no debíamos nada. éramos libres, libres...". Otra forma de patetismo y frustración radical.

LOS OTROS WILLY LOMAN

El 10 de febrero de 1949 se estrenaba en el Teatro Morosco de Nueva York La muerte de un viajante consagrando a Arthur Miller como uno de los dramaturgos más importantes del siglo XX. "Todos conocen a Willy Loman", sentenció el autor ante un éxito que no llegaría sólo. Tres años después, el 10 de enero de 1952, José Tamayo se daría cuenta de la importancia de este antihéroe urbano y dirigirá la obra (con versión de José Luis López Rubio) en el Teatro de la Comedia de Madrid protagonizada por Carlos Lemos, Josefina Díaz, Francisco Rabal, ángel de la Fuente, Alfonso Muñoz y José Bruguera. En enero 1985 vuelve Tamayo sobre la obra, esta vez ya en el Teatro Bellas Artes, con un reparto encabezado por José Luis López Vázquez, Encarna Paso, Santiago Ramos y Juan Calto, con música interpretada por Teddy Bautista y escenografía de Gil Parrondo.