Teatro

El matrimonio Palavrakis, en la Pradillo

La extraña pareja

21 febrero, 2001 01:00

Orson Welles, Tarantino, Robert Altman o el mismo Berlanga están presentes en El matrimonio Palavrakis (desde mañana y hasta el día 25 en el Teatro Pradillo), una historia básicamente cinematográfica, con resonancias de Thomas Bernhard y de la literatura apocalíptica americana, que surge como "excusa" para dar salida a las obsesiones visuales y psicológicas de su autora y directora (y también intérprete), Angélica Liddell. "Tanto el texto como la puesta en escena de las obras que escribo son una prolongación de mí misma. Quiero llegar al mismo nivel que esos cuadros en los que puedes ver el movimiento de la mano del pintor", afirma Liddell.

Mateo y Elsa pasarían por un matrimonio al uso, si no fuese por la salvedad de que la concepción y el nacimiento de su preciosa hija, les sumerge en lo más sórdido de sí mismos. "Se trata de una reflexión sobre la maternidad, sobre las distintas reacciones y emociones que surgen en los padres. En este caso, el pasado marcadamente infeliz de ambos y la dominación que Mateo ejerce sobre Elsa les llevará a la brutalidad", explica su directora.
El acceso al horror a través de lo cotidiano de estos dos personajes se estructura en este montaje siguiendo una línea de flash-backs constantes, hilados por la voz en off de una narradora, como apoyo del espectador para no perderse en un maremagnum de idas y venidas en el tiempo. Según Liddell "el flash-back permite dotar a la obra de una movilidad increíble".

Comunicación en clave kitsch

El pesimismo se cierne sobre el espectador durante todo el montaje, ese terror cotidiano que Angélica define con una imagen kitsch: "El terror es una dentadura de Drácula sobre el mostrador de una tienda porno", el terror es la muerte ineludible con la que convivimos todos, el terror son, también y sobretodo, los diálogos del montaje que, según su autora "tienden al lirismo; intento conducirlos hacia una poética exacerbada poniendo a los personajes al límite".

La obra no juzga a los personajes, "no quiero transmitir un mensaje -dice Liddell- sólo pretendo mostrar, creo que es la mejor manera de hablar del alma del ser humano". Y es mostrando la parte más negra de ese alma, hablando del dolor y no del amor, como se puede llegar, con más expresividad, al hombre en toda su capacidad: "Entre amor y dolor no veo distinción, ambos sólo pueden ser brutales o no son. Pero el dolor es mejor vehículo. El hombre es como un coche en una pista de pruebas, tienes que ver qué cantidad de viento, de agresiones climáticas, es capaz de resistir para llegar a su esencia".

Lo kitsch se sube a las tablas para guiar la historia. Una "alfombra" de muñecas descuartizadas fue el punto de partida de toda la puesta escena. "Desde el principio tenía claro que el escenario estuviese inundado de miembros de muñecos y eso condicionó todo, desde el movimiento de los actores hasta el propio texto, que es, en todo momento, excesivo, desbordante y duro", dice la directora. La vinculación de lo kitsch con la sordidez tiene, así, en El matrimonio Palavrakis su máximo exponente; la búsqueda de imágenes contundentes, que lo expresen todo es el fin y el método de Angélica Liddell. "Llega un momento en el que lo kitsch se convierte ya en algo clásico, las imágenes hablan por sí mismas", afirma Angélica.

El público es un factor que no preocupa a Liddell: "Sólo intento llegar al ser humano, el público se me escapa", y es que sus montajes han tenido siempre el efecto de una moda, o se odia o se ama. La compañía Atra Bilis se arriesga una vez más a hablar de y a los hombres, sin mensajes ni moralinas.