Image: Kafka condenado al absurdo

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Teatro

Kafka condenado al absurdo

Sevilla estrena "El proceso", del Teatro Stabile dell´Umbria

28 marzo, 2001 02:00

La deshumanización, la modernidad y la burocracia como "máquinas aterradoras" son las claves de la adaptación que Giorgio Barberio ha realizado de El Proceso de Kafka, un montaje que se estrenará hoy en el Teatro Central de Sevilla -si sus conflictos laborales no lo impiden- de la mano del Teatro Stabile dell’Umbria.

"Posiblemente algún desconocido había calumniado a Joseph K., pues sin que éste hubiese hecho nada punible, fue detenido una mañana". Así empieza El proceso de Franz Kafka, la novela que la Compañía de Giorgio Barberio Corsetti ha llevado a la escena. Nueve actores dan vida a los treinta y dos personajes alrededor de los cuales toma forma el complejo entramado del proceso que sufrirá el protagonista. La obra nos sitúa en el límite de una realidad dominada por lo absurdo y lo arbitrario.

Para Giorgio Barberio, Kafka escarba "como un animal subterráneo" en la profundidad del ser humano y sumerge a su protagonista en "la maquinaria aterradora" de la justicia y la burocracia, creando un laberinto dentro del cual el público inicia un viaje tras los pasos de Josef K., que nunca sabrá de qué le acusan.

Autor del texto teatral y director de la obra, Barberio apunta que éste es, entre los realizados en Italia, Francia o Portugal, su sexto montaje en torno a los escritos del praguense: "Desde hace años continúo visitando a Kafka, su escritura me sirve como llave de lectura de la modernidad y de la cultura del siglo XX y, sobre todo, constituye un vehículo privilegiado para mi modo del hacer teatro. El proceso ha sido la obra más difícil de adaptar, por eso he tardado tanto en hacerla".

Modernidad deshumanizada

"En ella se narra -añade el director- el delirio subjetivo de Josef K. A través de sus ojos vemos el mundo, un viaje que se inicia el día en que cumple 30 años, cuando, a raíz de su detención, entra en el universo adulto para descubrir el mecanismo oscuro, profundo y siniestro de una sociedad deshumanizada". Así, mediante lo que ocurre en el escenario, el espectador se da cuenta de cuánto de kafkiano hay en su día a día: "La propia vida es vista como una sentencia, y que ésta sea apelable no depende sólo de nosotros, sino también de la sociedad que nos rodea. Somos nosotros los que construimos la burocracia, los procesos, pero también nuestro sentimiento de culpa".

Kafka, para quien escribir fue "una broma y una desesperación", inicia su novela en 1914, en las noches de insomnio de su habitación de Praga, lugar simbólico de un espacio interior, y desde donde intuye el fin de la vieja Europa y el nacimiento de una nueva. A través de su escritura, descifra las señales del tiempo que se avecina. Para el director de la obra, "el proceso del que es víctima el protagonista es la excusa de la que se sirve Kafka para adentrarse en las grietas de la nueva modernidad, y allí descubrir lo que se agita dentro del hombre y contra lo que un sistema social absurdo golpeará".

Para llevar este lenguaje narrativo a lo teatral, Giorgio Barberio ha trabajado sobre el original alemán, "para tener bien presente su espíritu, una escritura circular, continua, que no se cierra nunca, que adquiere su fuerza en la repetición". La adaptación se inicia ya en el momento de seleccionar el texto: "Reducir el contenido es parte orgánica de la interpretación de su obra, como lo es la asunción de la puesta en escena, la elección de personajes, etc", indica Barberio.

El uso del humor

El humor le permite al escritor leer la tragedia latente en su época. Todo lo pasa por el finísimo filtro de la ironía, profunda y sufriente, que barniza su escritura de una implacable comicidad, a través de la que se puede ver el lado ridículo y terrible de la compacta cotidianidad. Para Barberio, "Kafka logra combatir el absurdo determinismo de la realidad mediante la parodia. Lo cómico se convierte en un juego paradójico para exortizar el lado oscuro de la condición humana".

Al igual que en el texto de Kafka, donde el protagonista deambula como en un sueño por numerosos y herméticos espacios mentales, la puesta en escena destaca por su contínuo movimiento, la elasticidad de lugares físicos que se dilatan o estrechan según el ritmo interior de Josef K. El espectáculo, siguiendo las peripecias del protagonista, se construye como una sinfonía visionaria de música en vivo, videoproyecciones, figuras distorsionadas, palabras y espacios, desarrollándose a través de una escenografía móvil en continua mutación, de la que el público será parte integrante.