Image: La segunda vida de un moribundo

Image: La segunda vida de un moribundo

Teatro

La segunda vida de un moribundo

Un nuevo Woyzeck se estrena en la sala ENSAYO 91

4 abril, 2001 02:00

Buscando un lenguaje propio que los aleje del realismo y se adentre en los símbolos, la compañía Teatro El Hambre crea un idioma propio al filo del caos existencial en Woyceck. Dirigida por Pedro Casas, esta obra sobre la deshumanización que Georg Böchner dejó incompleta en 1836, se estrena mañana conclusa gracias a la versión del propio director.

El montaje inacabado del dramaturgo alemán Georg Böchner, Woyzeck, es la última propuesta de la joven compañía Teatro El Hambre. Pedro Casas dirige esta adaptación donde una de las ideas clave del texto original, la predeterminación del ser humano, se convierte en protagonista absoluto, prevaleciendo sobre otros temas. "Dentro del hilo argumental del montaje hemos querido sacar de contexto una idea: el predeterminismo. Hemos dado causalidad al azar", dice el director. Es en ese predeterminismo ("social y existencial, que no místico", matiza Casas) donde transcurre la historia de Woyzeck, un hombre enfermo de celos que asesina a su mujer o, como el propio director define: "El camino inexorable de un hombre que termina matando lo que más ama".

Al más puro estilo del coro griego, unos fantasmas irán guiando al protagonista a lo largo de su camino hacia un destino de locura y autodestrucción: "La metáfora del coro griego se me ocurrió a modo de hilo conductor ya que durante la lectura de la obra -dice el director- me fui dando cuenta de que entre escena y escena faltaba algo".
La elección de este montaje surge como consecuencia del "momento de crisis" que, para Casas, se vive hoy a nivel global. El contenido de la obra de Böchner, escrita en la primera mitad del siglo XIX, encaja así a la perfección con la deshumanización y pérdida de la moralidad actuales.

Acrobacias estructurales

El director comenta que "el montaje tiene una gran similitud con lo que hoy vemos indiferentes en la televisión. Woyzeck arroja amoralidad, muestra un sistema donde no hay víctimas ni verdugos y todo es un caos." El montaje ha supuesto también un reto estético para la compañía. La ruptura con el realismo y la búsqueda un lenguaje propio, a través de lo que Casas define como "acrobacias estructurales", conducen la obra hacia el simbolismo.

La atmósfera industrial que envuelve el espectáculo convierte a los personajes en piezas cuyo único fin es su propia existencia. "No es que el realismo haya muerto -dice el director- pero el teatro necesita una nueva forma de comunicar: no todo es lo que parece y hay que aprovechar las nuevas formas teatrales". En esta línea se sitúan los propios personajes, metáforas que van más allá de lo humano, de los que Casas comenta que intentan ser "la representación de un pensamiento".

La estructura abierta de la obra originalmente inacabada, debido a la repentina muerte del autor, permite a Casas indagar en las posibilidades de un final esbozado, que deja algunas puertas abiertas. "En el texto no queda claro si Woyzeck acaba suicidándose, aunque es lo más probable. Pero me di cuenta de que la obra no podía terminar así. Yo quería darle una oportunidad al protagonista, romper con el predeterminismo, porque yo aún no termino de creerme eso del determinismo social", dice el director. En el montaje no se pone en duda la existencia de ese círculo social que atrapa al ser humano marcándole a lo largo de su vida, sino que se pone la interrogación en la inmutabilidad del mismo. Casas afirma que "nuestro destino no tiene porqué estar escrito, puedes rebelarte contra ello. Cuanto más desesperada sea la situación, más fácil es que el ser humano rompa esa trayectoria". Woyzeck la rompe. Un hálito de esperanza le rodea y eso le salva.

Un elemento clave de la puesta en escena es el humor. El tratamiento que Casas ha querido dar al texto original es cercano al absurdo, al humor "de lo ridículo", especialmente en los papeles secundarios. La violencia que emana del montaje tiene su raíz en el propio conflicto del protagonista, llevándole a situaciones extremas, cómicas por lo grotescas. "Normalmente -

explica el director- la violencia en el teatro asusta, porque el espectador la siente muy cerca, muy real. Pero si se rompe la barrera del prejuicio, se capta el sentido de la misma, su justificación en la historia".