Teatro

Las respuestas de Skakespeare

2 mayo, 2001 02:00

Las obras clásicas son un interrogatorio en movimiento, un espacio capaz de reescribirse a sí mismo según los cambios de piel de la Historia. La responsabilidad de nuestra lectura debe atender así a dos extremos: impedir que las palabras originales queden traicionadas por un delirio gratuito y procurar la iluminación de los nuevos matices, de las situaciones particulares de diálogo que la tradición literaria establece con nuestra época.

El lenguaje es siempre un reto en las versiones teatrales de Shakespeare. Hay que mantener el tono de intensidad lírica, la riqueza de imágenes y de alusiones culturales que caracterizan al autor, pero sin perder la claridad necesaria para que los espectadores puedan seguir el argumento en el escenario. También pasa el agua bajo los puentes de la retórica, y convertir el lenguaje literario en palabra teatral significa un cálculo cuidadoso de efectos, en busca de emociones reales, sin interrumpir la elocuencia de los personajes ni el ritmo de la obra. Ahora bien, son personajes de Shakespeare los que hablan, por lo que resulta obligada la tensión entre la claridad y la riqueza poética. Esa es la tarea.

Pero actualizar un texto implica también una reflexión sobre las puertas abiertas por el autor. Como suele ocurrir en las tragedias de Shakespeare, Otelo plantea la relación entre el poder y sus consecuencias en las vidas de la gente. Si Yago es la imagen clara del personaje maquiavélico en un momento en el que la autoridad tenía un rostro visible, conviene ahora preguntarse por las nuevas realidades de un poder que basa su legitimación en el orden visible de sus intereses. Ahora que los gobiernos nacionales ya no dirigen nuestros destinos, vivimos una época en la que el espacio aparentemente vacío del poder no es otra cosa que una nueva renuncia a la libertad individual, un ejercicio de imprudentes manos libres, la temeridad de dejar que soplen sin control los mismos vientos peligrosos de siempre. Por el escenario vacío, a través de un Yago que no se controla a sí mismo y de un Otelo que esconde en su crimen su íntima fragilidad, se imponen la especulación económica transformada en patriotismo, los negocios bélicos, las manipulaciones madiáticas, el racismo y la violencia de género.

Emilio Hernández y yo hemos querido preguntarle a Shakespeare por la realidad actual del poder, y las respuestas que se dan en esta versión de Otelo son enteramente suyas, porque nacen del drama individual de sus personajes. Un soldado que quiso representar lo que no era, cargando con una pesada conciencia de impostura, sedujo a una muchacha que necesitaba enamorarse de aquello que no existe. Y así, los que se atrevieron a vivir un sueño ajeno, acabaron siendo víctimas de sus propios fantasmas, bajo la mirada de los que vigilan un escenario vacío y la respiración de los mares.