Image: Desde la trinchera de Piscator

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Teatro

Desde la trinchera de Piscator

EL INSTITUTO GOETHE RECUERDA AL CREADOR DEL TEATRO POLÍTICO

23 mayo, 2001 02:00

¿Existe el teatro político? ¿Ha muerto con las ideologías? ¿Con la Historia? El Instituto Goethe de Madrid planteará estas y otras cuestiones abordando la obra y la figura del padre de esta corriente: Erwin Piscator (1898-1966). Mañana se presentará en sus dependencias El teatro político (Hiru Editorial), tratado publicado por el dramaturgo alemán en 1929 en el que realiza una minuciosa descripción de sus principios técnicos, estéticos e ideológicos. EL CULTURAL rastrea su influencia en autores como Brecht, Weiss o Sastre, una de las más radicales e innovadoras del teatro contemporáneo.

El teatro que Piscator defendió hasta su muerte en 1966, representa hoy uno de los fracasos más triunfales de la escena universal: el teatro político. Esta evidencia, fracasada por imperativos históricos e ideológicos, sigue siendo ampliamente combatida: acaso por necesaria e inevitable. La negación del teatro político, revolucionario en el fondo y en la forma, se hace siempre desde la otra trinchera: conservadurismo político y formal. Olvidado en cierta medida, y arruinado económicamente, Erwin Piscator consumó, pese a todo, una radical gran aventura renovadora; Bertolt Brecht no se entendería sin Piscator. Y Peter Weiss resultaría impensable sin el mismo fundamento piscatoriano. De él, de sus enseñanzas, ambos se nutrieron directamente.

En España el reflejo genuino de Piscator, el único quizás, es Alfonso Sastre. Allá por el año 64, cuando estalló la controversia entre posibilismo (Buero) y teatro imposible (Sastre), la sombra de Piscator revoloteaba ya sobre los esquemas teóricos del autor madrileño. En la actualidad, Alfonso Sastre está dando cima a una ingente obra teórica que, por el momento, se centra en siete libros bajo el título general de El drama y sus lenguajes.

No hay teatro neutral

La fecunda contradicción, creadora y dialéctica de Piscator es hacer un teatro obligado a sustentarse en la clase social a la que combate. No hay teatro neutral; la neutralidad es un invento de los que mandan. Desde esta postura beligerante, Piscator tiene que asumir una condición doble: insurgencia política y rebelión de la estética. Entre las dificultades que han torpedeado el teatro político piscatoriano, las hay también de índole dramática y no sólo ideológica. Los tímidos intentos de conciliar fábula y documento no logran aclarar definitivamente la fórmula definida como "teatro documental dialectizado". Con frecuencia, en este tipo de teatro la macrohistoria social relega el problema individual, esencial en el teatro: didactismo frente a pasión, sentimiento éste que no siempre está determinado por las leyes históricas y económicas. Erwin Piscator señala la venidera, y necesaria, primacía del director, cuando afirma que "no puede estar al servicio de la obra", pues ésta es, por su propia naturaleza dramática, una obra abierta.

Arte y compromiso

En las nunca resueltas fricciones entre la fábula y el testimonio, las tesis de Piscator acaban por reducir la vigencia histórica, y por lo tanto política, del "teatro documento", al afirmar que la esencia de éste es la actualidad y que, con ella, "se levanta y cae". Recobra sin embargo las exigencias de un lenguaje teatral depurado y autónomo al relacionar arte y compromiso. Piscator defiende lo que pudiéramos llamar tercera vía conciliadora. Afirma que el arte malo no puede justificarse con una ideología buena. En consecuencia, se suma a la tendencia dominante que, ya por entonces, explicaba el verdadero quid de la cuestión: "El mal arte es mal trabajo y, por consiguiente, puesto al servicio de la revolución, se convierte en traición y contrarrevolución".

Tampoco puede separarse la práctica teatral de Erwin Piscator de las teorías precedentes de Meyerhold: las proyecciones cinematográficas, la biomecánica actoral, los escenarios móviles y giratorios. Influido por el movimiento dadaísta y por todas las aportaciones de las vanguardias, los montajes de Piscator eran, a la vez que tormentas políticas, campos experimentales. La Volksböhne se convirtió en escenario de controversias. En muchas ocasiones la tensión llegó a rebasar lo que se denominaba el "Caso Piscator". En realidad, la cuestión Piscator era el soporte para multitudinarios debates ideológicos y estéticos.