Image: Exhibicionismo de la culpa

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Teatro

Exhibicionismo de la culpa

Dulce pájaro de juventud de Williams se estrena en el Albéniz de Madrid

28 noviembre, 2001 01:00

Mañana llega a suelo madrileño Dulce pájaro de juventud, de Tennessee Williams, con dirección de Alfonso Zurro y en versión de José Luis Miranda. Analía Gadé y Pep Munné protagonizan esta producción que devuelve a los escenarios los personajes neuróticos y autodestructivos del universo Williams. Un universo en el que se mezclan el alcohol, la violencia y el sexo para ilustrarnos sobre el fin de la juventud y la fugacidad del éxito. Este estreno, junto con el reciente paso por Madrid de la compañía del Volksböhne de Berlín con Un tranvía llamado América, confirma la vigencia del teatro de Williams que tanto cambió la escena teatral a partir de los años cincuenta.

Parece que hay un resurgir de Tennessee Williams. Mañana viene al Albéniz Dulce pájaro de juventud, en versión de José Luis Miranda. Esta función lleva rodándose una larga temporada por escenarios de la periferia y, al parecer, su éxito ha sido incontestable. A Williams le acompaña siempre un halo de gran estrella apuntalada en nombres tan míticos como Liz Taylor, Paul Newman, Marlon Brando y otros astros hollywoodenses. Eso siempre ayuda a definir una imagen.

Hace escasamente dos semanas, la Volksböhne berlinesa puso en el Pavón -Festival de Otoño- una polémica adaptación de Un tranvía llamado deseo. El resurgimiento de autores cuyos personajes más parecen casos clínicos que realidades sociales, ocurre casi siempre en tiempos de aflicción: en momentos históricos de caos en que las libertades están especialmente amenazadas, el individuo, atemorizado, busca una tranquilidad imposible no en la demolición del sistema, sino en su apuntalamiento; no llega a pensar que un caso clínico no es posible sino en determinados ambientes sociales. Es el caso de Tennessee Williams: el impulso poético como supremo acto libertador.

Patologías irrevocables
Más que el peso de una sociedad mal avenida y peor fundamentada, más que la asfixia de unas leyes y una moral coercitiva, es la "condición humana" la que determina la conducta de los hombres. El hombre, por lo tanto, viene a ser la consecuencia de una acumulación de patologías irrevocables y no un producto social, en cierta medida, modificable.

El montaje de la Volksböhne, compañía remotamente fiel, todavía, a sus orígenes proletarios y combativos, ha hecho de Un tranvía llamado deseo el título Un tranvía llamado América, es decir, un drama menos psicológico y más político. En la brutalidad de Kowalski y en las insatisfacciones de Blanche y de Stella, en los medios polacos de Estados Unidos, subsisten despojos de la Solidaridad de Walesa, ferocidad de una implacable sociedad de consumo. En la complicada mente de Blanche resuenan ecos de la Internacional: como pesadilla o como sueño inalcanzable.

José Luis Miranda, afín por convicciones intelectuales al universo de la dramaturgia tennesseeana, ha hecho la adaptación de Dulce pájaro de juventud. Miranda es casi un apostol de las tesis y de la poética de Williams: la exposición pública de los miedos y las angustias ayudan a liberarlos. Eso es seguro, pero resulta discutible que esa catarsis individual contribuya a la liberación colectiva. Es decir, los conflictos dramáticos de Williams nacen y mueren en los desequilibrios del individuo, y su particular lucha entre lo permitido y lo prohibido. En suma, nacen de una conciencia de culpa. Eso no sería censurable si, además se tuviera en cuenta que ese sentimiento de pecado no parte de una "culpa original": lo imponen y exacerban los poderes que rigen la sociedad.

Por eso, Tennessee Williams está más cerca de la tragedia que del drama. Y en el fondo, la maldición de unos dioses desconocidos lo inhabilita para la rebeldía y la crítica social. Sin embargo, él mismo experimentó la precariedad laboral en una fábrica, la iniquidad de un salario mezquino, la desesperación, particular y colectiva, de la Gran Depresión. Pese a todo, los elementos regeneradores de su ética dramática parten de un instinto poético y profético más que de un espíritu beligerante y subversivo.

El teatro como terapia
Hipocondríaco, buceador en el psicoanálisis y buscador de una paz interior quebradiza y lábil, Tennessee Williams se refugió en el teatro como autoterapia. Se sentía abrumado por una culpa de raíces oscuras, lejanas y universales; como si necesitara constantemente pedir perdón por haber perdido el paraíso. Un paraíso, por otra parte, mítico y acaso inexistente. De ahí la conmovedora inocencia y la lírica indefensión que destilan sus personajes: incluso los más patéticos y brutales.

Los personajes de Tennessee Williams son seres abruptos, sin defensas, neuróticos y encerrados en sí mismos, son autodestructivos, habitados por una culpabilidad irreversible y quieren, honradamente, pagar por ello. Sienten que la redención está en el castigo y no en la modificación de las reglas de juego. En consecuencia, más que por rebeldía, actúan por resignación, liberando de responsabilidades al entramado social; tanto los de Dulce pájaro de juventud como los del resto de su obra son trasunto de su personalidad atormentada.

En sintonía con Flaubert - "Madame Bovary soy yo"-Tennessee Williams pudo decir en repetidas ocasiones que Blanche Dubois, la protagonista de Un Tranvía llamado deseo, era él. No sé si es esto lo que podía esperarse de una persona tan arraigada en el pensamiento del pecado; pero por lo menos, no resulta descabellado en boca de alguien a quien un padre brutal, producto a su vez de una educación brutal, lo zahería llamándole, en su infancia, "miss Nancy". Posiblemente, Tennessee Williams nunca se paró a pensar que "miss Nancy" no tenía culpa de nada; y que, en cualquier caso, de haber algo de eso, los culpables eran otros: aquellos que le condenaban. Pero Tennessee Williams no era un rebelde ni tenía madera de transgresor; era un ser maltratado por el victimismo. Y, como escribió en cierta ocasión Arthur Miller, Williams "no quería alabar ni criticar; solo pretendía tocar el germen de la vida y transfigurarlo a través de la belleza y de la palabra". En definitiva, mostrar la violencia es exorcizarla. Aunque los exorcismos pertenezcan más al terreno de la fe que de la sociología.

Thomas Lanier Williams, auténtico nombre de Tennessee Williams, nació en Columbus en 1911 y murió en Nueva York en 1983. Desde muy joven comenzó a escribir teatro -su primera obra fue Candles to the Sun (1937)- mientras trabajaba como periodista, camarero o ascensorista. Renovó la escena de su país entre los años cuarenta y sesenta con sus obras realistas y llenas de indagación psicológica. Su consagración en la escena norteamericana llegó con Un tranvía llamado deseo (1947) por la que obtuvo el Pulitzer. Otras obras suyas son La rosa tatuada (1950), La gata sobre el tejado de zinc caliente (1955) o De repente el último verano (1958).