Image: 25 años moviendo esqueletos

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Teatro

25 años moviendo esqueletos

La Tartana, uno de los primeros grupos de títeres, celebra un cuarto de siglo

19 diciembre, 2001 01:00

Que viene de muy lejos (1980), uno de los primeros montajes

Nacieron en plena efervescencia del teatro independiente, pero La Tartana nunca se interesó por el teatro político, sino que fue una compañía de títeres volcada desde el principio en investigar un teatro visual y poético. Su trayectoria ilustra la evolución del movimiento alternativo, -sus fundadores crearon la sala Pradillo de Madrid en la que también han desarrollado una escuela de títeres-. Mañana celebra su vigésimo quinto aniversario con la reposición de dos de sus espectáculos, La pequeña historia de la vieja señorita Ofelia y Fausto, un alma para Mefisto, y una exposición fotográfica de los montajes que han jalonado su historia.

Allá por los principios de nuestra democracia nació La Tartana. Dos amigos que se conocían del colegio, Juan Muñoz y Carlos Marquerie, tuvieron la suerte de tener por maestro de dibujo a Paco Peralta, que además era escultor y construía unos títeres geniales con unos mecanismos complicados y precisos. Peralta era uno de los pocos artistas que trabajaban con marionetas en aquella época e insufló el amor por ellas a estos chavales.

El primer espectáculo de La Tartana fue Polichinela, en el que también participaron Carlos Lorenzo y Juan Pablo Muñoz, autor de la música. Se estrenó en 1977, época en la que se llevaba el teatro contestatario, o como explica Juan Muñoz, "el teatro independiente que era totalmente político y con mucho texto. Por eso, nosotros destacábamos, no veníamos de ninguna escuela de arte dramático sino que procedíamos de las Artes Plásticas; y no es que pasáramos de la política, pero éramos más ácratas y nos interesaba un teatro más artístico y visual".

Profesionales de la calle
Pronto hubo necesidad de profesionalizar la compañía e influidos por formaciones que en aquel entonces sonaban mucho como Comediants, pero también porque en Madrid no encontraban teatros donde actuar, adaptaron sus muñecos a la calle. Los miembros de la compañía no eran buenos músicos, pero aprendieron a tocar para amenizar los pasacalles. Esta época duró hasta 1980, en la que crearon cuatro montajes de teatro de calle.

La obra que rompe con esta etapa y marca un antes y un después en la compañía es Ifrit, creada en 1981 y que supone asumir un montaje de gran formato. Es un periodo en el que la compañía viaja bastante por Europa. Estas giras le permite mantenerse económicamente durante el invierno, momento que sus miembros se dedican a investigar y crear el futuro espectáculo y a construir títeres, desde el modelado, los mecanismos de transmisión, su realización en látex o goma y el vestuario.

En la década de los 80 producen doce espectáculos, siendo Lear y sobre todo Medea los que más fama consiguieron. Son espectáculos de títeres para adultos, aunque Juan Muñoz desecha esta clasificación "pues nunca hemos hecho obras para un público menor de 7 años, sino para todos los públicos". Tanto Muñoz como Marquerie se alternan en la dirección y dramaturgia de los montajes, acudiendo en ocasiones a autores como Antonio Fernández-Lera (Muerte de Ayax, Los hombres de piedra). Esta cabeza bicéfala en la dirección escénica marca dos estilos: el de Marquerie, vanguardista e interesado por buscar nuevos lenguajes y en cuya estela se sitúa, por ejemplo, Rodrigo García; y el de Muñoz, más centrado en seguir investigando con los títeres. La compañía había trabajado siempre con títeres manipulados capaces de discutir y enfrentarse con actores, pero a partir de Medea Marquerie dirige sólo a actores, iniciando una línea de trabajo que le llevará a abandonar los títeres y la compañía para fundar la suya propia (Lucas Kranach).

Divorcio en la compañía
Sin embargo, antes del divorcio Muñoz-Marquerie en 1994 la pareja aún llevará a cabo uno de los proyectos más ambiciosos: la creación de la sala Pradillo de Madrid: "En un principio no buscábamos crear un espacio alternativo, sino contar con un lugar donde pudiéramos mostrar nuestro trabajo durante más de cuatro días, que era lo que siempre nos ofrecían. Estábamos cansados de viajar y queríamos un espacio que también sirviera a compañías amigas".

La sala Pradillo costó mucho trabajo y cuando la compañía ya disfrutaba de subvenciones, éstas se las comía la sala. Hoy pasa al revés, gracias a la sala, La Tartana sobrevive: "Esa idea lúdica de poder vivir sólo de esto la hemos tenido que desechar", se lamenta Muñoz, porque todos en La Tartana tienen que dedicarse a otros trabajos. Todos hoy son, además de Muñoz, Raúl Fernández, ángeles Espinosa de los Monteros, Ferrán Pérez-Ventana, Fátima Colomo y Sonia Muñoz. Un colectivo que, además, ha puesto en marcha una escuela de títeres.