Image: Un director que interpretaba

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Teatro

Un director que interpretaba

POR CÉSAR OLIVA

30 enero, 2002 01:00

Adolfo Marsillach. Foto: Mercedes Rodríguez

El pasado 21 de enero murió en Madrid Adolfo Marsillach, figura clave del teatro español del siglo XX. Director, intérprete, autor, Marsillach era un intelectual inteligente, lúcido e irónico. El catedrático y ensayista de teatro César Oliva lo inscribe en este artículo en la estirpe de los grandes hombres de la escena europea, al estilo de Laurence Olivier o Jean-Louis Barrault, que tan poco abundan entre nosotros. Por ello, su ausencia se hace insustituible. Por ello EL CULTURAL recuerda su figura.

A grandes rasgos, la vida teatral de Adolfo Marsillach comprende tres grandes segmentos. El primero abarca desde su llegada a Madrid como actor, principios de los años cincuenta, hasta la dirección del Teatro Español (1965-1966). Aunque su principal objetivo era conseguir un sitio como intérprete en la profesión, experimenta de manera ocasional la dirección escénica. Figura en el histórico reparto de Escuadra hacia la muerte, de Alfonso Sastre, estrenada en 1953, pero es también actor y director de La cornada, del mismo autor, en 1960. Su presencia en los escenarios la alterna con el cine, pues su físico le permite hacer una serie de personajes jóvenes con rasgos de gravedad. Llega a ser uno de los actores más conocidos de la pantalla, aunque nunca olvide su predilección por el teatro. En 1961 Tamayo lo llama para interpretar Hamlet. Marsillach cuenta con 33 años.

La segunda etapa viene marcada por una total implicación en el campo de la dirección, en el que realiza algunos de los montajes más importantes de la escena española contemporánea. Comienza con su breve paso por el Teatro Español, a mediados de los sesenta, en donde sólo monta dos obras, y concluye cuando acepta poner en marcha la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en 1986.

La tercera y definitiva etapa comprende una década en la que es responsable de dicha compañía nacional, con un breve paréntesis en el que asume tareas administrativas.

En estos dos últimos períodos, es decir, durante la mayor parte de la vida teatral de Marsillach, queda patente su principal inclinación: la dirección escénica. Es el medio que elige para poder dar mayor relieve a la lectura personal de cada texto. Pero no le basta con dirigir sino que se exige estar presente en las tablas. Se inscribe en el modelo del actor-director, que cuenta con remotos antecedentes en la historia del teatro europeo. Bástenos recordar, entre las figuras de este siglo, los casos de Laurence Olivier o Jean-Louis Barrault. Marsillach se sitúa dentro del canon del creador omnisciente, que transmite desde su propio personaje la interpretación global de la obra. Es el héroe del drama de Weiss, por querer aparentar al encarcelado Sade de la cultura española del 68. Esa idea de ser él mismo el vendedor de la imagen del producto teatral ha sido siempre una de sus constantes como creador, y también como empresario. Por eso indujo a Llovet a que le arreglara el Tartufo, que significa el momento culminante de su vida como director-actor y productor. Y por eso mismo le pidió al mismo Llovet escribir un Séneca a su imagen y semejanza: en ese momento su senequismo vendía mucho en el mercado teatral español.

No pocas veces hemos oído decir que Marsillach ha sido siempre un poco aquel Tartufo de 1969. Incluso su reciente papel en ¿Quién teme a Virginia Woolf?, el pusilánime Jorge, no podía sustraerse de ese poso irónico y socarrón que imprimió al tipo molieresco. Los grandes intérpretes son capaces de translucir su propia personalidad en la de sus personajes. El contacto con las tablas hace que Marsillach dirigiera a los actores como pocos lo han hecho en la escena española. Fernando Guillén cuenta que "Marsillach, de manera muy meticulosa, lleva muy estudiada la obra al primer ensayo: un cuaderno de dirección, dibujos, esquemas, líneas... Es el clásico director sereno, seguro de lo que quiere, quizás excesivamente seguro. Acepta todas las sugerencias, pero dice: Sí, vale, pero creo que nos conviene más que sea así. Y te convence. Sin embargo, Marsillach no marca tono jamás. [...] En su trato se advierte una considerable cultura. Es muy hábil con los actores para sacarles lo que de ellos quiere." He transcrito la cita en toda su extensión porque creo que refleja de manera precisa la máxima aportación de un director que interpretaba y que, a la vez, era un intérprete que dirigía.