Image: Poética y denuncia

Image: Poética y denuncia

Teatro

Poética y denuncia

Éxito de Arthur Miller en España

8 mayo, 2002 02:00

Arthur Miller. Foto: Susan Johann

Los ecos de Arthur Miller en la cartelera de los últimos meses en España aún resuenan con fuerza. Panorama desde el puente, de Miguel Narros y Andrea D’Odorico, ha acaparado candidaturas y premios, y La muerte de un viajante, de Juan Carlos Pérez de la Fuente, ha sido recompensada con el premio Mayte a José Sacristán por su papel protagonista del viajante Loman.

La presencia de Arthur Miller en los escenarios españoles y del mundo ha sido y es constante y apasionada. Se trata, posiblemente, del autor vivo cuya obra mejor conserva el poderoso aliento de los titanes y los trágicos. Para Miller (Nueva York, 1915), hombre incardinado en su tiempo, sobreviviente indómito de la caza de brujas macCarthista, y atribulado por la degradación y el derrumbe del pensamiento emancipador, la libertad del hombre sigue siendo el centro de su teatro; y de todo teatro que aspire a transformar la sociedad. De ahí nace su sentido de la tragedia que, en cierta medida, coincide con la formulación de Buero Vallejo; el espíritu trágico reside en la esperanza, en la capacidad de elegir. Y nace de la determinación del hombre para variar el signo y la orientación de los tiempos.

Admirable coherencia
La obra de Miller es de una admirable coherencia. Si admite que la naturaleza del hombre le predispone a la violencia y al horror, no niega que la miseria humana halla su mejor caldo de cultivo en la injusticia social y en el ejercicio represivo, en las distintas formas de la represión, del poder. Una de sus obras, en pleno entusiasmo postbélico y patriótico de finales de los cuarenta, Todos eran mis hijos, desveló los manejos homicidas de patriotas que se enriquecieron con la guerra y con la muerte. Panorama desde el puente es la tragedia de los emigrantes agravada por la fatalidad de un amor maldito. Las brujas de Salem y Después de la caída es la denuncia implacable de la intolerancia, el anticomunismo fanático y la traición en la sociedad americana; circunstancias extensibles a otras sociedades y momentos históricos.

De una manera u otra no hay en Arthur Miller ninguna obra que no esté arraigada en la condición humana, y en las condiciones sociales en que ésta se manifiesta. La noche de los cristales rotos, con el binomio Magöi Mira-José Sacristán, acaso donde éste mejor entendió a Arthur Miller, es una erizada historia sobre el holocausto y la barbarie nazi: testimonio y, a la vez, como es fácilmente comprobable en estos momentos, advertencia y profecía sobre la incubación del huevo de la serpiente.

De cualquier forma, como refuerzo de esa ética indesplazable y del compromiso con la libertad, para Arthur Miller el teatro es, antes que nada, una poética. Una poética dramática a la búsqueda de la verdad; lo cual implica dos cosas: una, fijar la diferencia entre ética y propaganda o, lo que es lo mismo, entre discurso doctrinario y exigencia crítica. Otra, la defensa de dos conceptos cada vez más en retirada del pensamiento de los intelectuales: el compromiso y la denuncia. En esta doble vertiente, ética y estética, poética e histórica, se mueven siempre el teatro de Arthur Miller.