Teatro

¿Es necesario el sexo?

por Antonio Álamo

24 julio, 2002 02:00

Si el sexo, más o menos sublimado, mueve a muchos de nuestros personajes, ¿por qué razón deberíamos escamotear aquellas escenas donde ellos, por fin, bueno, ya saben? Es decir, ¿por qué tendemos a interponer puertas, oscuridad o cambios de escena? ¿Por qué los personajes han de follar en los entreactos? ¿Es necesario el sexo?

En principio, yo diría que no. Hablo, naturalmente, de la representación explícita del sexo con fines dramáticos. La razón, me parece, es muy simple. Intentaré explicarlo con un par de ejemplos.

Si tenemos que poner a fornicar a un par de actores, podemos proceder de dos maneras. La primera limitarnos a sugerirlo. En este caso, el espectador sigue inmerso en la representación. Ahora bien, también podemos hacer que nuestros actores jodan de verdad o, lo que a efectos prácticos viene a ser lo mismo, simularlo con tanto realismo que el espectador dude si verdaderamente está o no sucediendo en la realidad. Mi sospecha es que si procedemos así, nos arriesgamos a que el espectador abandone la ficción para sumergirse en un run-run banal de "Mira, lo están haciendo de verdad" o algo del estilo.

Con la violencia sucede algo semejante. Aunque bien es verdad que se ve como algo natural simularla con virtuosismo, en la conciencia del espectador existe la confianza de que eso no está sucediendo. Cuando el artista no simula sino que hace violencia, el espectador abandona la representación. Si, por ejemplo, se presencia cómo un actor despelleja a un gato vivo o zarandea a un conejo en estado de pánico (esas cosas pasan), el espectador, intuyo, deja el mundo del drama y del arte para adentrarse en algo más próximo a una versión (normalmente alternativa) de Gran Hermano escénico.

Por supuesto, hablo en líneas generales, pues no puedo olvidar que a veces he visto utilizar el sexo explícito de una forma dramáticamente efectiva. Dos ejemplos me vienen ahora a la cabeza: el primero una misa satánica brasileña (ella representaba a los indígenas y él, con un falo descomunal, casi desproporcionado, a los conquistadores); el segundo es de índole cinematográfico, y me refiero a la orgía que se montan los personajes de Los idiotas de Lars Von Trier. Curiosamente, en ninguno de los dos casos había emoción erótica sino de otra índole.