Image: Directo a la yugular

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Teatro

Directo a la yugular

La compañía de Meg Stuart actúa en el Central de Sevilla

21 noviembre, 2002 01:00

Los siete bailarines de Damaged Goods se entregan a un frenético baile que los deja exhaustos

La compañía Damaged Goods se documentó con películas sobre deportes y fotos de guerra para crear Alibi (Coartada). Surgió así un espectáculo sobre la omnipresencia de la violencia en la sociedad que deja al espectador enmudecido. Dirigido por Meg Stuart, nombre emergente de la danza, se verá el 22 y 23 de noviembre en el Central de Sevilla.

Explica Manuel Llanes, coordinador de programación del teatro Central de Sevilla, que Alibi es el espectáculo más impactante que ha visto este año, "va directo a la yugular", dice, y en eso coincide con algunos críticos que lo han descrito como "una coreografía ejemplar de este nuevo siglo que ha comenzado el 11 de septiembre". Creado por Meg Stuart, coreógrafa nacida en Nueva Orleans e instalada en Europa desde hace más de una década, se trata de un trabajo que se inspira en la realidad para invocar al público sobre la violencia y la guerra y sobre cómo el individuo la sobrelleva en estos tiempos. Hay momentos en los que la obra apela a los sentimientos de culpabilidad del espectador ante situaciones terribles y, desde este punto de vista, podría pensarse que se trata de un montaje moralista: Alibi significa coartada, y Stuart se pregunta sobre la indiferencia con la que actuamos en algunas ocasiones, las excusas que ponemos para la acción o no-acción. Pero nada más lejos de las pretensiones de la coreógrafa: "El escenario no es un sitio para hacer moral o emitir juicios, es un lugar para interrogarse", señala.

Cuerpo, instinto, dolor
Stuart ha querido también investigar con sus bailarines sobre el significado de la Historia, o más precisamente sobre cómo vivimos los acontecimientos mientras suceden a diferencia de cuando el tiempo los ha convertido en recuerdos. Para explicar mejor esta idea, Tim Etchells, autor que ha colaborado con Stuart, cuenta que cuando comenzó a trabajar pidió a sus amigos que le enviaran historias que pudiera contar en una performance con la única condición de que fueran verídicas. "Casi todos los que me llegaron eran hechos narrados. Sólo una persona me escribió con la herida aún sangrante, era una amiga que había recibido malas noticias el día anterior y me hizo el envío en pleno incidente. Leer su carta era algo inacabado, eran especulaciones, sentimientos, ideas que no acababan de encajar". Y continúa: "Quizá lo que Meg esté haciendo aquí en el escenario sea esta invocación o comprensión de los hechos desde dentro, mientras ocurren, antes de que la visión de conjunto sea posible".

Danza, videos y pintura
Nacida en 1963, Meg Stuart se instaló hace diez años en Bélgica con su compañía Damaged Goods, interesándose sobre todo por trabajar con artistas plásticos, realizadores de video y músicos, (de hecho ella es licenciada en Bellas Artes). Antes, en los Estados Unidos, había trabajado con la Warshaw Dance Company y colaborado con otras compañías, entre ellas la White Oak Project de Barysnhnikov, para la que ideó Remote. Una vez en Europa, se ha distinguido por trabajos variopintos: ha colaborado con improvisaciones en un foro dirigido a provocar el diálogo entre artistas, Crashing Landing, y en varias ocasiones se ha unido al director de teatro Stefan Puchar, con quien hizo Highway 101, un espectáculo concebido para varios espacios.El pasado año la formación de Stuart fue invitada por el director de la Schauspielhaus de Zurich, Christoph Marthaler, a ser compañía residente por cuatro años.

Alibi es el primer trabajo resultado de esta colaboración. La escenografía viene firmada por la colaboradora habitual de Marthaler en el teatro y la ópera, Anna Viebrock, quién ha diseñado un sórdido gimnasio con manchas de humedad en las paredes mientras en un lado ha levantado un acristalado estudio de radio también bastante deteriorado.

Aquí se agitan tres muchachas y cuatro muchachos al ritmo de la música de Paul Lemps, repetitiva, tecno, confeccionada por ordenador. Los bailarines son golpeados, caen al suelo, a veces adoptan posturas de psicóticos, movimientos que se rompen con momentos de ternura, de calma, de recuperación. En las paredes se proyecta el video de Chris Kondek, unas imágenes que remiten al año 68, cuando los jóvenes corrían delante de la policía o a soldados vietnamitas y paracaidistas americanos intentando huir. Entre los bailarines, uno de ellos se retira del baile frenético -más bien movimientos y carreras- para contestar tembloroso las preguntas que se oyen por un micrófono: "¿Qué harías por tu mejor amigo? ¿Estarías dispuesto a dar la vida?". Han sido escritas por Etchell, pues la coreógrafa ha querido incorporar textos a su baile. Hay de otros autores, de David Wojnarowicz, que hablan sobre los hooligans o los aficionados a la música acid, y de Katharine Jones. En el programa que acompaña al espectáculo, se dice: "Hablamos de violencia, de obsesión, del hecho de ser fanático, o del abandono inherente del cultivo de los nabos, del terror de la guerra. Hablamos del individuo y de su relación con la locura, su país, su historia. De lo más pequeño y de lo gigantesco. De lo privado y de lo público. Hablamos de personas y cuerpos llevados hacia el límite. Del yo subsumido, borrado, reducido al instinto y al dolor".

Para la coreografía, Stuart y su compañía revisaron videos y fotografías deportivas, entrenamientos y competiciones. Buscaban reproducir sus movimientos a la perfección. Y en pleno ensayo ocurrieron los terribles acontecimientos de las Torres Gemelas, la realidad se introdujo en la ficción y les atrapó. Y el teatro se mostró como una herramienta única para "reflexionar" sobre este mundo frente a los otros mundos virtuales creados por las nuevas tecnologías.

Para el final, Stuart ha reservado la escena más insoportable del espectáculo: en los últimos diez minutos, los bailarines se agitan en temblores irreprimibles al ritmo de una música estridente. Estremecedor, sin esperanza.