Image: Métodos de un seductor

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Teatro

Métodos de un seductor

Narros estrena El burlador de Sevilla

27 febrero, 2003 01:00

Escena de El burlador de Sevilla. Foto: M.R.

Han tenido que pasar 40 años para que Miguel Narros retomara El burlador de Sevilla. En esta nueva versión ha acentuado el lado canalla del personaje de Tirso de Molina al que el actor Carlos Hipólito da vida. Con una estética palaciega, de luz tenebrista, se estrena el 28 de febrero en el Pavón de Madrid y es la única producción de la Compañía Nacional de Teatro Clásico que estará en el festival de Almagro.

Quince años después de que Adolfo Marsillach la dirigiera en versión de Carmen Martín Gaite y con actores del Teatro San Martín de Buenos Aires, la Compañía Nacional de Teatro Clásico recupera, bajo la dirección de Miguel Narros, El burlador de Sevilla. Con su estreno se revisa uno de los mayores mitos del Siglo de Oro español que perpetuó la pluma de Fray Gabriel Téllez, verdadero nombre de Tirso de Molina (1579-1648), cuya influencia en la literatura posterior es incuestionable. Para la creación de don Juan Tenorio, Tirso -supuesto hijo ilegítimo del duque de Osuna- se inspiró en un personaje real, miembro de una familia noble de Sevilla, que mató al comandante Ulloa, raptó a su hija y fue finalmente asesinado por los monjes franciscanos, según las crónicas de la época.

Las sucesivas versiones que siguieron a la obra de Tirso de Molina inciden en distintos aspectos del personaje: el despiadado Dom Juan o El festín de piedra de Molière, el mujeriego brutal de No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague de Antonio Zamora, el heredero de la Comedia del Arte en Don Juan o el castigo del disoluto de Carlo Goldoni, el seductor seducido Don Juan de Lord Byron o el también romántico Félix de Montemar de El estudiante de Salamanca de Espronceda. Cuatro años más tarde de la publicación de esta última, en 1844, Zorrilla fija definitivamente el personaje en Don Juan Tenorio, pero con una diferencia importante respecto al de Tirso: el seductor es redimido por su amor a doña Inés. El mito será revisitado posteriormente por los hermanos Machado, Pérez de Ayala y Azorín, entre otros muchos. Y es que pocos personajes literarios han conseguido romper las cadenas que los atan a la página de un libro y a la figura de su autor para llegar a ser mitos del imaginario popular. La alcahueta de Rojas, el sempiterno seductor y el hidalgo de triste figura se han convertido en símbolos de la literatura española y en arquetipos sociales a pesar de los siglos.

El mito revisado
Después de 40 años, cuando en la década de los 60 dirigió El burlador de Sevilla para el Teatro Español y con decorados de Francisco Nieva, el director Miguel Narros vuelve a encontrarse cara a cara con el seductor impenitente. "La ventaja que tengo ahora es que conozco bien el texto y puedo afrontar ciertos problemas con mayor facilidad, como en el caso del segundo acto que sucede en numerosos escenarios", dice Narros, que asegura que estos dos montajes no tienen nada que ver entre sí: "Han pasado 40 años y yo he cambiado. Eso se ve en esta propuesta. En aquel momento además me tenía que autocensurar porque en esa época la censura te prohibía todo en escena: besar, que aparecieran desnudos... Afortunadamente ahora no tengo que luchar contra eso, pero aquello de algún modo me enriqueció".

El director se enfrenta a esta nueva versión del clásico de Tirso con más calma y conocimiento: "En la época en la que hice mi primer Burlador quizás era más osado, más arriesgado -confiesa-. Con el paso del tiempo he ido evolucionando como director: ahora poseo más sabiduría, aunque sea una pedantería decirlo, pero la vida me ha enseñado muchas cosas que entonces no sabía".

En esta ocasión el director ha modificado su visión sobre el mito de don Juan. Por eso, en esta propuesta subraya lo que para él es la verdadera tesis de la obra: "El texto hace una crítica furibunda al joven arrollador que basa su fuerza en el poder de la juventud pasando por encima de todo, caiga quien caiga. De hecho, en el texto todos los personajes jóvenes se enfrentan a los adultos y el duque Octavio le llega a espetar al padre de don Juan: ‘di fui, no soy’".

El Barroco es desmesura y por eso en esta obra el exceso tenía que estar presente "sobre todo en los decorados -dice el director- que evocan una gran fiesta palaciega donde van a suceder muchas cosas".

Estética palaciega
Las calles de Sevilla, la oscuridad, grandes estructuras, proyecciones... el escenario se inunda del conocimiento escenográfico de Andrea D’Odorico. Narros -creador también del vestuario- advierte que este montaje no tiene nada que ver con su Burlador anterior. "En aquella versión Nieva se inspiró en la época en la que transcurre la acción de la obra. Ahora he hecho una reconstrucción del XVII. Sigue un poco de la fórmula de corral pero está más cerca de la estética palaciega".

El director se declara un enamorado de la obra, a la que define como "una pieza maestra con un comienzo magnífico y unos personajes eternos y muy reconocibles en la actualidad". De hecho, entre los miles de anónimos don juanes de nuestros días, Narros encuentra un ejemplo mediático que se ajusta a este mito: "David Bisbal es el don Juan actual detrás del que corren las mujeres".

"Sevilla a voces me llama/el burlador, y el mayor/gusto que en mí puede haber/es burlar una mujer/y dejarla sin honor". Así se presenta el protagonista en esta versión del texto firmada por José Hierro. Théophile Gautier escribe en 1845 que el tema del don Juan "es tan nuevo como siempre". ¿Cómo iba a agotarse la savia del seductor que juega con el amor? Esto le valió a Tirso de Molina las críticas de sus hermanos de hábito que consideraban la obra "demasiado humana".

El mito del arrogante que confía en su juventud y que seduce a las mujeres por divertimento es la excusa para hablar de temas tan en boga en la época como el honor y el respeto de las reglas morales de la sociedad. Por eso, el temerario que se burla del amor muere joven y no recibe el perdón de Dios -a diferencia del personaje de Zorrilla-. No hay que olvidar que ésta es una obra religiosa cuyo "mensaje" es una llamada al arrepentimiento antes de morir. El convidado de piedra, la estatua a la que don Juan desafía, es una representación del poder divino que no perdona al que no se arrepiente de sus pecados.

Carlos Hipólito aborda el personaje desde el riesgo, ayudado por la visión del don Juan que tiene Narros. " Miguel plantea un enfoque destinto a este personaje que tantas veces ha sido representado enescena. Le quita el corsé y lucha contra esos tópicos que rodean su figura. Para empezar rompe físicamente con el estereotipo del galán al ofrecerme a mí este papel", comenta Hipólito.

Más canalla, menos galán
Actor y director han dibujado un aciago burlador que es, sobre todo, un canalla: "[...]¡Ah falso huésped, que dejas una mujer deshonrada! Nube que del mar salió para anegar mis entrañas [...]"recita la pescadora Tisbea, encarnación del amor que es ultrajado por los engaños de don Juan. Hipólito crea en escena "un tramposo, un canalla, un sinvergöneza, que se ampara en la posición privilegiada de su padre, para actuar con absoluta impunidad -aclara-. Nuestro enfoque huye del tópico del seductor y subraya esa naturaleza tramposa y vitalista ".

¿Cómo acercarse a un texto clásico en el siglo XXI? Narros apuesta en este Burlador de Sevilla no por la veneración sino por el respeto, por el acercamiento desde el humor y la verdad, respetando la esencia del texto. Por su parte, y como actor curtido en el teatro clásico, Hipólito asegura que la única forma de abordar este tipo de textos es declamando el verso con naturalidad, "pensando en verso y no en prosa. Estas obras no se pueden convertir en un recital poético, pero tampoco se puede olvidar que las formas de comunicación han variado en 400 años, aunque los sentimientos siguen siendo los mismos".

Miguel Narros mantiene un ritmo de trabajo envidiable que él achaca a su corazón: "Lo que me mueve a hacer teatro es que no me dejan parar y yo soy muy tierno de corazón y no sé decir no", bromea. Después de Los puentes de Madison y Tío Vania -que ha permanecido en la cartelera madrileña hasta esta semana- vuelve a trabajar para la Compañía Nacional de Teatro Clásico por cuarta vez: atrás quedan El caballero de Olmedo (1990), La fiesta barroca (1992) y La estrella de Sevilla (1998). Además repite con Hipólito, con quien ha trabajado en once montajes y al que dirigió en su debut en Así que pasen cinco años, en 1978. Hipólito asegura que se quedó sorprendido cuando Narros le ofreció este papel, "porque no me veía yo en el tipo de galán con buena planta", pero que aceptó "porque trabajar con Narros es un placer para un actor. A él le debo mucho porque apostó por mí desde el principio, cuando era mi profesor en el laboratorio de William Layton".