Image: El limbo de los autores

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Teatro

El limbo de los autores

Por Ernesto Caballero

6 noviembre, 2003 01:00

Ernesto Caballero. Foto: Mercedes Rodríguez

El 7 de noviembre se abre en Madrid el IV Salón del Libro Teatral, organizado por la Asociación de Autores de Teatro y cuyo presidente, Jesús Campos, ha acusado al director del Centro Dramático Nacional de desinterés por la dramaturgia actual. El autor y director Ernesto Caballero reflexiona sobre las razones de este silencio que sufre el teatro que hoy se escribe.

Supongamos que en el Festival de Cine de Berlín se estrenara una película de Almodóvar y que, aprovechando el acontecimiento, acudiera a la capital alemana nuestra ministra de Cultura acompañada del, supongamos, director del Festival de cine de San Sebastián para promocionar nuestro séptimo arte en el extranjero. Supongamos que llegado el momento de las declaraciones públicas, el mentado director del Festival donostiarra se despachara con unas afirmaciones de este jaez: "En España cineastas que merezcan la pena sólo hay tres... Almodóvar, Trueba, Berlanga, y...poco más". Supongamos, finalmente, la indignada reacción no sólo de la sufrida industria cinematográfica española, sino de cualquier ciudadano de a pie que aún reclamara un mínimo de coherencia y sensatez a nuestros responsables de política cultural. Supongamos...

Pues bien, por lo visto, algo muy similar ha ocurrido en París con motivo del estreno de una obra del dramaturgo Fernando Arrabal tal y como acaba de denunciar Jesús Campos, presidente de la Asociación de Autores de Teatro, en una comparecencia en el Senado. Al parecer, el director de Centro Dramático Nacional, en compañía de la ministra de Cultura, cuando se le ha preguntado por la situación de la dramaturgia española contemporánea ha declarado: "¿Autores en España?...Buero, Nieva, Arrabal y.. poco más". Y, aunque tras la atónita reacción de la no menos sufrida profesión dramatúrgica hispana apenas haya tenido tiempo para rectificar con los consabidos donde dije digo, digo Diego..., lo cierto es que, dado que en esto del teatro más que en ninguna otra parte obras son amores, basta con revisar su personal criterio de producción y programación del CDN, máximo escaparate de la dramaturgia patria, para desmentir o confirmar la realidad de sus manifestaciones.

En fin, sea como fuere, lo cierto es que una ingente nómina de dramaturgos españoles apreciados, estudiados y, sobre todo, representados en el extranjero, hoy por hoy carece, literalmente, de un adecuado espacio de exhibición, pues los textos que escriben no son precisamente obras evasivas acerca de la consabida guerra entre los sexos, ni chistes picantes con formato de monólogos o cuentecillos de los que ahora parece reclamar la cartelera llamada comercial, y su escritura tampoco despierta la atención de los directores de los teatros públicos, que son quienes, en principio, debieran ocuparse de producir y programar estas obras. ¿Qué puede explicar esta inexplicable dejación?

En primer lugar, habría que aludir a cierta actitud acomplejada de los directores de teatros institucionales que necesitan ataviarse con las ilustres galas de quienes la historia ha puesto en el pedestal de los indiscutibles. No se entienda con esto que una institución dedicada a cuidar y preservar nuestra dramaturgia deba desentenderse de los grandes nombres de nuestro patrimonio; muy por el contrario, ha de hacerlo esforzándose, eso sí, por trazar un puente entre estos maestros y las voces estrictamente contemporáneas del tiempo presente. Por ello, el premeditado enmudecimiento del teatro que se está escribiendo aquí y ahora resulta, entre otras cosas, una afrenta también hacia los acreditados nombres salvados de la hoguera, pues a éstos se les confina a una alcanforada condición museística. (A este respecto recuerdo el enojo de Buero cuando se le llamaba "clásico". No hay nada como que te llamen clásico para desactivarte. Buero dixit.)

Otra de las razones de este abandono hace referencia al hecho de que los directores de los teatros institucionales paradójicamente encuentran los textos actuales "antiguos", ya que no todos dan pie a interpretaciones libérrimas que permitan su exhibición sin límite. En este momento, y por razones diversas, el director de escena se ha adueñado del escenario. El dramaturgo vivo no siempre ofrece unos textos suficientemente abiertos (no es ese su objetivo), y su sola presencia implica tener que compartir autoría, negociar el espectáculo; un engorro que se puede evitar con un infeliz cadáver. Aunque, de forma contraria, también a veces sucede que cuando un dramaturgo presenta una obra de planteamientos no convencionales, el director institucionalizado se arruga ante la propuesta debido a un inconfesable desconocimiento de un tipo de escritura que demanda soluciones escénicas no convencionales, y que requiere un ejercicio de humildad y riesgo difícil de asumir desde un teatro institucional siempre fiscalizado por la demanda del político de turno, al cual sólo le interesan montajes de buena factura, prestigio cultural y sobre todo... que no sean polémicos.

Y en este punto reside la última y quizás la más explicable y humana razón de esta ignorancia del autor de hoy: el miedo. El miedo a que de pronto una palabra ingobernable, imprevista, descontrolada recorra el escenario llegando a tocar la realidad. Y poco más.